Sebastião Salgado: la fotografía como forma de vida
- Paolo Marella y Aldo Cazzullo - Sunday, 09 Mar 2025 09:44



‒¿Cómo se se siente en Italia? ¿No cree que la sociedad es agresiva pero no violenta, mientras que en Brasil es violenta pero no agresiva?
‒En Italia me siento muy bien. Sobre todo aquí en Milán. La encuentro una ciudad más tranquila que Roma.
‒¿De verdad? Por lo general la gente dice lo contrario.
‒No, en Roma hay mucha tensión, más nerviosismo; los milaneses poseen el control de mantenerse serenos. En Brasil también era así. São Paulo fue una urbe tranquila, la ciudad “dura” era, si acaso, Río de Janeiro. El Brasil de mi infancia era el país de la dulzura para vivir. Por supuesto, había un componente de violencia; pero eso era porque vivíamos aislados en el campo. Todo el mundo iba armado.
‒¿Usted también?
‒Cuando era muy joven, mi padre me regaló un pequeño fusil del calibre diez. Era con el que lo acompañaba durante sus viajes.
‒¿A qué se dedicaba su padre?
‒Tenía quince mulas para transportar el café de los campos al mar. Durante veinte días cruzábamos la selva, siempre a pie porque las mulas eran para el café, no para los hombres. Se llamaba como yo, Sebastião Ribeiro Salgado; pero yo lo llamaba “señor”. Después se hizo panadero, y sus clientes eran los arrieros. Finalmente compró tierras. Iba por ahí con un rifle y un revólver. Era un hombre duro; pero con ese tipo de vida no podía ser diferente.
‒¿Y usted?
‒Fui el único varón entre siete hermanas. Montaba a caballo y vigilaba el ganado. Nací en Aimorés, Minas Gerais, el estado de las minas. Luego fui a estudiar a Vitoria. En la universidad conocí a mi mujer, Lélia: llevamos juntos sesenta años.
‒En sus primeros años de vida usted fue economista.
‒En São Paulo nos enseñaron el desarrollo tal como se concebía en ese entonces: construir carreteras, talar bosques. Entré en el Ministerio de Hacienda, me admitieron en un máster con sólo veinte plazas. Iba camino de representar a Brasil en alguna institución financiera. Entonces llegó la dictadura militar.
‒Y usted se convirtió en opositor.
‒Un militante de izquierda. De vez en cuando desaparecía algún compañero: lo encarcelaban, lo torturaban, lo asesinaban. Me fui de Brasil. Había un proyecto para hacer fotografías, con el plan de regresar después de la caída de la dictadura. En 1969 fui a París, luego a Londres, en ambos casos para la Organización Internacional del Café. Nunca había tomado una cámara.
‒¿Cuándo comenzó su segunda vida?
‒Fue Lélia quien me transmitió la pasión. Recuerdo una discusión en Hyde Park, en el lago Serpentine: me encontraba de nuevo en la encrucijada entre el Banco Mundial y la fotografía. Pensé que ya no era tan joven. Pero todavía podía ser un fotógrafo emergente.
‒Y se fue a Portugal a narrar a través de imágenes la Revolución de los Claveles.
‒Rentamos una casa en Lisboa, cerca del Museo de Arte Antiguo, e hicimos un recorrido en un Renault 4. Vi derrumbarse un régimen que había durado medio siglo, también retraté a Otelo de Carvalho. Más tarde partí hacia Mozambique y Angola, donde estalló una guerra fratricida: se produjo una violencia que no se pueden imaginar. Me hirieron, todavía tengo dos esquirlas en el brazo izquierdo y una aquí en el costado.
Una forma de vida
‒El 30 de marzo de 1981 fotografió el atentado contra Ronald Reagan, una noticia mundial.
‒Estaba en Australia entre canguros, y debía regresar a París desde Londres. Un colega inglés me ofreció cambiar mi viaje por el suyo, que hacía la ruta del Pacífico: Sydney-San Francisco-Nueva York-Londres. Acepté: era mi primera vez en Estados Unidos. Y el New York Times me contrató para fotografiar a Reagan: la historia de sus primeros cien días.
‒Reagan tomó posesión el 20 de enero.
‒Todavía seguía vestido para fotografiar canguros; para entrar en la Casa Blanca tuvieron que prestarme un saco que me quedó corto de las mangas. Reagan me saludó cordialmente: “¿Cómo estás, jovencito?” El fin de semana lo seguí a todas partes, incluso a la iglesia. El lunes tenía que ir al Hilton para ofrecer una conferencia. Me dijeron: “No puedes ir allí.”
‒¿Y qué hizo usted?
‒Respondí que no era posible, porque debía seguir al presidente a todas partes y en todo momento. Así que me subieron a la camioneta de los agentes del FBI: unos grandulones que se rieron de mí. Reagan comenzó su discurso, yo lo fotografié con tres cámaras: una Leica de 50mm y dos Nikon de 28mm y 180mm. La 180 era la única que tenía rollo de color, pero la imagen salía un poco granulada, así que preferí usar las otras. Disparaba desde todas las posiciones, cuando de pronto vi a mis colegas dirigirse hacia la salida: Reagan estaba a punto de terminar su discurso. Intenté unirme a ellos, pero me bloquearon.
‒¿Por qué?
‒Son una coalición: Time, United Press, Associated Press, etcétera; trabajan en bloque. Llegué tarde, corrí hacia la salida, me dijeron que estaba loco, que no se corre cuando está el presidente, que podrían dispararme. Así que un agente me siguió para protegerme, gritaba “¡FBI, FBI, FBI!” Escuché los primeros estruendos, alguien pensó que eran fuegos artificiales, pero yo había estado en la guerra y sabía distinguir entre detonaciones y fuegos artificiales. Disparé con la primera cámara que tomé, la que tenía el rollo de color. La imagen que conseguí del presidente salió un poco granulada, casi morada. Había una inmensa confusión, todo el mundo se dio la vuelta, pero yo seguí fotografiando: ahora los agentes del FBI me consideraban uno de ellos. También fotografié la cabeza de un policía, Brad, rasguñada por una bala, la sangre que secaron con un pañuelo…
‒¿Cuánto tiempo se tardó en revelar el rollo?
‒Normalmente me tomaba dos semanas. El laboratorio del New York Times lo hizo todo en media hora. Las fotos recorrieron el mundo. Paris Match, que cerraba los martes, contrató un Boeing para llevarlas a Francia. Me compré una casa allí, en París.
‒Otra imagen suya famosa es la de la mina de Serra Pelada [en el estado de Pará, Brasil]. Los condenados de la tierra.
‒Sí, pero esos mineros no son esclavos. Están allí por libre elección. Bolsonaro y su padre también trabajaron en Serra Pelada. Detrás de esa foto no existe explotación, hay fiebre del oro, ambición de riqueza. Llevaba once años pidiendo fotografiarlos, pero la mina estaba controlada por el ejército y, clasificado como subversivo, me negaron el permiso. Mejor así. De otro modo tendría que haber ido en avión y volver el mismo día. Cuando el ejército abandonó Serra Pelada, pasé allí siete semanas. Viví con los mineros, comí su arroz, sus frijoles, dormí en una hamaca. El alcohol y las mujeres estaban prohibidos; cincuenta mil mineros, todos hombres. La montaña estaba partida en dos. Sabían reconocer la veta de oro por el color de la tierra que la rodeaba. Una parte del mineral estaba inundado de agua.
‒¿Por qué Brasil se ha vuelto tan violento?
‒Por el desarraigo de los campesinos. Primero se les obligó a vender sus tierras, después a convertirse en asalariados en las grandes plantaciones de caña de azúcar y café: a las cinco de la mañana un camión los recoge y los devuelve a casa por la tarde. Hasta que una mañana el camión no aparece, se acaba la producción o encuentran mano de obra todavía más barata. Entonces los campesinos se van a probar suerte a la ciudad. No tienen casa, cientos de miles viven arrojados a las calles. Es una terrible degeneración. Drogas, delincuencia, lucha por la supervivencia
‒¿Cuánto tiempo vivió en el Amazonas para hacer las fotos que ahora vemos expuestas?
‒Hice cincuenta y ocho viajes, y no fueron
suficientes. En la Amazonia se hablan al menos doscientas lenguas. Hay tribus que se han organizado políticamente y van a Brasilia a manifestarse, y otras que nunca han tenido contacto con el hombre blanco. La Amazonia es la prehistoria de la humanidad.
‒¿Usted cree en Dios?
‒No.
‒¿Tampoco cree en el más allá?
‒No hay vida después de nosotros; hay vida antes de nosotros. Si hay un dios, es Darwin, quien intuyó la evolución, el cambio permanente. Cuando trabajé en Génesis, el proyecto que me llevó a ciento treinta países, me asombró la fuerza de las Montañas Rocosas [que corren en paralelo entre Estados Unidos y Canadá], y un científico me dijo: “Éstas no son las primeras, son las más recientes, antes había otras Montañas Rocosas que eran completamente distintas...” Somos una especie joven, el hombre tal como lo conocemos sólo tiene setenta mil años. Especies mucho más fuertes que la nuestra han desaparecido, como los dinosaurios. Nosotros también desapareceremos. Y no tan lentamente como creemos.
‒¿Qué es la fotografía para Sebastião Salgado?
‒Para mí la fotografía es una forma de vida. Muchas veces me han dicho que soy un fotógrafo militante, otros me dicen que soy un antropólogo; pero no es así, soy mucho más que eso. La fotografía es mi vida, somos uno; no podemos separarnos y no hay adjetivo que pueda explicarlo.
‒Parafraseando a Henri Cartier-Bresson: las primeras diez mil fotografías son las peores. ¿Cómo fueron sus inicios?
‒Escuche: hace tres años publiqué un libro ‒África‒ en el que incluí tanto fotografías que se remontan a los comienzos de mi trabajo como otras más recientes: no hay gran diferencia entre unas y otras. En lo que se refiere a mi forma de ver y a mi comportamiento ético, siempre hubo un hilo conductor continuo. Desde el punto de vista técnico, por supuesto, ha habido una mejora progresiva.
“Sólo es mi forma de ver las cosas”
‒¿Sus trabajos ‒como este de Génesis‒ tienen un carácter de denuncia?
‒Nunca hice fotografías de denuncia. Hice fotografías para mostrar lo que ocurre en el mundo, por lo que mi forma de entender las cosas proviene, obviamente, de una preocupación política y ética por determinadas situaciones que ocurren en el mundo y de las que quería ser testigo. Vengo de un Brasil que, hasta hace pocos años, era
subdesarrollado; así que mi forma de entender la fotografía corresponde con el mundo que observé. Por eso no es denuncia; sólo es mi forma de ver las cosas. El mundo en el que nací es muy importante: mis tomas pertenecen a ese mundo, no soy un observador externo. Pertenezco a esa realidad, no fui allí para narrarla. Hablo de lo que conozco.
‒En su trabajo uno detecta la sutil y precaria relación entre el hombre y la naturaleza: háblenos de ello.
‒El mundo entero está cambiando rápidamente: pensemos en cuántos tsunamis han ocurrido en los últimos años, o en los constantes ciclones en Estados Unidos. El hombre, por desgracia, tiene una actitud depredadora hacia la Tierra y un increíble sentido de la adaptación: esto nos lleva progresivamente a usar y consumir cada vez más recursos. El problema es: ¿cuándo nos daremos cuenta de que es hora de parar y empezar a cambiar? A estas alturas buscamos petróleo donde no lo hay, contaminamos: basta pensar en todos los coches y sus emisiones nocivas, cuando en realidad lo que deberíamos hacer es reducir las emisiones de carbono y comenzar a plantar nuevos árboles. Por cierto, uno de mis proyectos fue replantar un millón de árboles para reconstruir parte de la Selva Atlántica, en el estado de Minas Gerais, en Brasil.
‒Sus imágenes de los pueblos indígenas me hacen reflexionar acerca del pasado, pero también sobre el futuro: ¿cree que habrá una vuelta a los orígenes, o un avance perpetuo y, por tanto, un alejamiento cada vez mayor en relación con nuestras raíces?
‒No creo que haya un retorno a los orígenes. El problema es que ya no vivimos en el mundo, lo hemos abandonado: ahora vivimos en ciudades, pero no son el mundo. Las fotografías colgadas en estas paredes hablan de gente que aún vive en la naturaleza y sigue conectada a ella. La gente que vive en ciudades nunca ha visto un animal salvaje, algunos niños ni siquiera una gallina. Nuestra evolución nos alejará cada vez más de lo que fuimos en el pasado. Quizá se produzca un retorno espiritual a los orígenes, pero sólo si comprendemos que el hombre es tierra, naturaleza. Sin embargo, primero debemos difundir y extender el respeto de todos por la naturaleza, pero este es un cambio que todavía veo demasiado lejano.
‒Hablemos de su país, Brasil: si no recuerdo mal, es el primer exportador mundial de carne de res, con un gran impacto negativo en términos ecológicos…
‒Y no sólo eso: es el primer productor de soya, azúcar, café, carne de cerdo; incluso ahora también intentan extraer petróleo. Y todo esto amenaza a los pueblos indígenas de Brasil. Hay gente que destruye la selva para crear plantaciones de soya o campos de naranjos, una fruta que no consumimos sino que exportamos. Hay un debate violento en Brasil. Los gigantes del agronegocio tienen un montón de diputados que hacen su voluntad en el parlamento brasileño, estos diputados no forman parte de un partido, al contrario, están en todas las fuerzas políticas del país, con lo que aseguran un poder transversal para estos empresarios. Es un poder increíble que protege sus intereses, y esto está asegurado a través del dinero que reparten.
‒Volviendo a la fotografía: ¿por qué utiliza el blanco y negro? Gianni Berengo Gardin dice que el color distrae...
‒Absolutamente; también para mí sucede igual. Sólo mis primeros trabajos, algunos de ellos, fueron a color. Hay una sensación de precisión en el blanco y negro: si, por ejemplo, quiero fotografiar un brazo que tiene un reloj azul en la muñeca, el espectador se distraerá con ese azul y no podrá concentrarse en toda la fotografía. En mi caso, el blanco y negro sirve para preservar la narrativa que emana de mi trabajo.
‒Lo dejamos con una pregunta sobre el mañana: ¿cuál es su trabajo futuro y sus deseos para el futuro?
‒En la actualidad estoy trabajando sobre los pueblos indígenas que viven en el Amazonas e hice un reportaje sobre la población awá, el cual publicará pronto Vanity Fair. Es un trabajo importante porque habla de una comunidad amenazada, como tantas otras. En marzo viajaré de nuevo al Amazonas para acompañar a otro grupo indígena. Mi fotografía es una forma de sensibilizar sobre el tema, me gustaría que los estudiantes de las escuelas y universidades estuvieran más conscientes de esta problemática; necesitamos crear una red de conocimiento y preservación de las comunidades indígenas y de la protección del medio ambiente. Cosas que no sólo conciernen a la supervivencia de estas tribus, sino también a la nuestra en general l
Traducción Roberto Bernal.