Tomar la palabra
- Agustín Ramos - Sunday, 09 Mar 2025 09:58



Quien avisa no traiciona. Dedicaré tres domingos al poeta Marco Morales (1952-2025). En el segundo hablaré de algunas dimensiones suyas: vida, empeños, caracteres. En el tercero, de su poesía, de la poesía. Y en éste, sobre un lector.
El peso de un poeta sobrepasa al lector. Le da demasiado cuando da, cuando excede, cuando enseña, cuando se ensaña al mostrar lo que es tan evidente como ignorado, lo que siempre se supo pero jamás se dijo en la forma en que su poesía lo seguirá diciendo mientras halle y haya cómplices.
Hoy habría sido un día cualquiera de no ser porque además cumplió años otro de los hermanos-amigos que todavía me quedan y porque, al salir a estas calles del diablo con mis penas y festejos, me topé con la única poeta posible de la aldea.
Tres formas de magia, tres magias en un día pleno y bastante, dorado y frutal, cargado de aroma a limonero, a lavanda y a un hueledenoche herido de gravedad por el granizo “que pintó de blanco la ciudad de Pachuca”.
‒Qué curado nieva ahí, Pachuco ‒habría dicho Marco presumiendo las nevadas de Tecate, BC, su pueblo natal.
Vamos de espacio, diría Cervantes.
“Yo tengo muchos hermanos...” Yo también, los tengo y me sostienen y sostengo lo que he dicho muchas veces: tengo más hermanos que amigos. Pero hermanos-amigos tenía menos que los dedos de una mano y se me acaba de ir uno que me decía Pachuco y a quien en venganza yo apodaba Pocho. Así que ya nomás me quedan dos, el cumpleañero y otro mi compadre mío de mí (ninguno de los cuales me pone apodos porque saben que mis venganzas son terribles).
“¡Poetas mis cuates!” Lo suscribo: poetas mis cuates. Y no porque sean mis cuates son poetas sino, viceversa, por ser poetas son mis cuates: condición sine qua non que descubrí hasta la vejez: para cuates mis poetas, y viceversa.
Hablar de la poesía exige hablar primero de uno mismo. Explicarse y explicar, dar contexto y circunstancia acerca de quién persigue la poesía de alguien, de todos, de “esa inmensa minoría”. Porque a la poesía se le persigue o se le descubre como fragancia indescriptible y porque intentar describir lo que hace el poeta es igual de pretencioso que fingirse limonero palestino, lavanda silvestre, hueledenoche/
‒Ya, pues, Pachuco cursi‒, interrumpiría Marco, para luego poder seguir jugando con sus formas del silencio, que entonces podía vencer con una simple risa pero que hoy me fulminan como calambre en cuerpo y alma.
La vez que Marco Morales vino a Pachuca con su amada Hortensia dijo estar seguro de que el hueledenoche apoderado de mi zaguán y de toda la manzana era alucinógeno. Lo dijo con envidia y así se lo hice ver. Era envidiosillo, sí, y sobre todo era poeta.
‒También envidiaría tu pene…, si tuvieras, jejejé.
Esa vez dejó una silla playera que fue el asiento preferido de quienes me visitaban y que en la Navidad recién pasada se fue desmoronando bajo mi peso como un Pedro Páramo cualquiera.
‒Mta, Pocho, tu silla nomás aguantó quince años‒. Ignoraba que el cansancio terminal de esa silla plegable, sencilla y eficaz como él, sería el aviso de su muerte.
‒Así de bien la habrás cuidado, Pachuco.
Uno o dos telefonemas después, con esa ironía hosca de siempre, me hizo saber que los médicos requerían descartarle algo urgentemente y él, por si las dudas, ya estaba formado en la fila de los trasplantes. A la semana, el poeta Francisco Morales, hermano de Marco, ofreció pagarme un vuelo a Tecate.
‒Imposible antes de febrero ‒expliqué ‒me necesitan y no puedo fallar.
A mi regreso, me comuniqué enseguida con Hortensia… Antes de pasarle el teléfono a Marco, ella murmuró que un trasplante sería letal a esas alturas.
‒Ora, pues, Pachuco, ahí la vemos. (Continuará.)