Bemol sostenido

- Alonso Arreola | @escribajista - Monday, 24 Mar 2025 07:22 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Querido Sting

 

La primera vez que lo vimos a usted en vivo teníamos diecisiete años de edad. Corría el año 1991. Era su debut en México luego de la desintegración de The Police, ya con tres discos en solitario. El que impulsaba nuestro primer encuentro era The Soul Cages, hogar de composiciones como “All This Time”, “Mad About You” y “When The Angels Fall”. Un compendio de inspiraciones en que mucho tenía que ver la muerte de su padre.

Recordamos, además, que en aquel momento habíamos pausado los estudios y trabajábamos, ni más ni menos, en la empresa que vendía los boletos para ese y otros conciertos (distinta a la de ahora), así que no fue difícil conseguir asientos en la fila ocho, al centro. ¡Qué experiencia inolvidable!

El grupo que lo acompañaba entonces era, como dictaba su costumbre, un auténtico combo de ensueño entrenado en las aguas del jazz. Recordamos como si fuera ayer aquel día de octubre, pues fue un punto de inflexión en nuestra vida (apenas llevábamos cuatro años tocando el bajo). Para cuando volvió a nuestro país, tres años más tarde, estábamos decididos a seguir la senda sonorosa. Así es, señor Gordon Somner: dedicarnos a la música fue, en buena medida, culpa de usted.

De vuelta al Palacio de los Deportes y con otro conjunto notable (usted en el bajo y la voz, David Sancious en el teclado, Vinnie Colaiuta en la batería y Dominic Miller, su más grande y aún aliado, en la guitarra), el disco que promovía era Ten Summoner’s Tales, nuestro favorito de su cancionero, por tener la mayor cantidad de experimentos en rítmicas irregulares, además de temas inspirados como “Fields of Gold”, “If I Ever Lose My Faith In You” y “Shape Of My Heart”.

El entusiasmo y la sorpresa regresaron al escenario y a nuestro corazón transverberado. No imaginábamos entonces que, con el paso de los años, lo veríamos más veces en vivo; que lo entrevistaríamos personalmente (Denver, 2004); que seríamos testigos de su regreso con The Police (New Jersey, 2007); que seguiría inspirándonos hasta llegar a la semana antepasada cuando,
por invitación del gran amigo Omar, lo escuchamos nuevamente en el Auditorio Nacional. ¿Qué fue lo especial de este reencuentro con usted?

Nos parece que ahora decidió acentuar dos rasgos que lo han distinguido: el minimalismo y el juego. Dos aspectos que en la música resulta complicado mezclar. Por un lado está la decisión de reducir el grupo al trío más elemental. Usted, Dominic y Chris Maas en los tambores. En segundo sitio, la idea de extender canciones a través de la improvisación, el popurrí, el arreglo que exagera dinámicas y detalles interpretativos. De allí que la gira se llame 3.0. Una postura clara ante quienes hoy abusan de secuencias y maquillaje auditivo. Y todavía hay tres aspectos más que nos parece relevante resaltar.

Nunca cambiaron de instrumentos. Se forzaron a una intimidad elocuente. Los efectos apenas se notaban. El sonido eran los dedos. La selección de temas, por si el gozo fuera insuficiente, se presentó con gran generosidad. Éxito tras éxito. ¿Acaso se trató de una despedida?

Nunca antes lo vimos a usted sentarse en un banco y, para el encore ante un público entregado a sus pies, ayudarse con un tanque de oxígeno. En fin. Ojalá nos equivoquemos con estas percepciones. Sólo resta decirle que sí, que tal como sucediera la primera vez, salimos de diecisiete años, inspirados y con ganas de dedicarnos a la música. Por ello, tres veces gracias, querido Sting. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

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