Cartas de una obrera y filósofa
- Simone Weil - Monday, 24 Mar 2025 07:08



Carta a una joven estudiante
Querida pequeña:
Hace mucho tiempo que deseaba saludarte, pero el trabajo en la fábrica casi no anima a escribir cartas. ¿Cómo supiste que era eso lo que estaba haciendo? Por las hermanas Dérieu, no tengo dudas. No importa; además, quería decírtelo. En cualquier caso, no hables de ello, ni siquiera con Marinette, si no es que ya ocurrió. Este es el “contacto con la vida real” del que te hablé. Surgió sólo como un favor: uno de mis mejores amigos conoce al director administrativo de la empresa, y le platicó acerca de mis deseos de trabajar en ella; el otro lo entendió, lo que denota una grandeza de espíritu completamente excepcional en este tipo de personas. En nuestros días, es casi imposible entrar en una fábrica sin un certificado de trabajo, sobre todo cuando se trata de gente como yo: lenta, torpe y no muy vigorosa.
Te digo ahora ‒por si se te ocurre orientar tu vida en una misma dirección‒ que, sea cual sea mi alegría por obtener este puesto en la fábrica, no soy menos feliz por no sentirme encadenada a este trabajo. Simplemente tomé un año de vacaciones para realizar un “estudio personal”. Un hombre, si es muy hábil, demasiado inteligente y muy fuerte, cuando mucho puede esperar, en el estado actual de la industria francesa, llegar a un puesto en la fábrica donde se le permita trabajar de manera competente y humana; y es posible que las oportunidades de tales cosas disminuyan día a día con el progreso de la racionalización. Las mujeres permanecen encerradas en un trabajo que es totalmente mecánico, donde lo único que se exige es rapidez. Cuando digo mecánico, no pienses que pueden soñar con otras cosas mientras lo hacen, y todavía menos reflexionar. No; la tragedia de esta circunstancia es que el trabajo es demasiado mecánico como para ofrecer material para la reflexión, y que sin embargo cancela todos los demás pensamientos. Pensar es ir menos deprisa; hay normas de velocidad establecidas por burócratas despiadados, y hay que alcanzarlas, tanto para no ser despedido como para percibir lo suficiente (el sueldo se paga a destajo). Todavía no las he alcanzado, por muchas razones: no estoy acostumbrada, mi torpeza, además de innata, es mucha, cierta lentitud natural en los movimientos, dolores de cabeza y una particular obsesión por pensar de la que no puedo liberarme… Además creo que me echarían sin ninguna protección desde arriba. En cuanto a las horas de ocio, teóricamente no lo tenemos mal, con una jornada de ocho horas; en la práctica son absorbidas por una fatiga que muchas veces alcanza la degradación. Para completar el cuadro, añade el hecho de que en la fábrica vivimos en una subordinación perpetua y humillante, siempre a las órdenes de los jefes. Por supuesto, todo esto te hace sufrir más o menos según el carácter, la fuerza física, etcétera; hay matices; sin embargo, en conjunto es así
para todos.
Eso no impide que ‒sufriendo todo eso‒ me alegre más de lo que puedo expresar al encontrarme aquí. He deseado esto desde no sé cuántos años, pero no me arrepiento de haber llegado tarde, porque sólo hoy me siento en condiciones de extraer de esta experiencia todo lo que he podido aprender de ella. Especialmente tengo la sensación de haber salido de un mundo de abstracciones y de encontrarme entre hombres reales, buenos o malos, pero con una bondad o una maldad auténticas. La bondad sobre todo, en una fábrica, es algo real cuando se manifiesta; porque el menor acto de buena voluntad, desde una simple sonrisa hasta el hecho de ofrecer ayuda, exige que triunfemos sobre el cansancio, la obsesión por el salario, todo lo que nos oprime y nos incita a volcarnos hacia nuestro interior. Incluso las reflexiones demandan un esfuerzo casi milagroso para elevarse por encima de las condiciones en que vivimos. Porque aquí no es como en la universidad, donde nos pagan por pensar o al menos por fingir que lo hacemos; en este lugar la tendencia es más bien a pagar por no pensar; de ese modo, cuando vemos un destello de inteligencia, estamos seguros de que es auténtica. Fuera de todo eso, las máquinas me atraen por sí solas y me interesan de verdad. Añado que estoy en la fábrica principalmente para averiguar por mí misma una serie de cuestiones muy precisas que me preocupan, y que no puedo enumerarlas.
Basta de hablar de mí. Hablemos de ti. Tu carta me alarmó. Si te empeñas en tener como objetivo principal el conocimiento de todas las sensaciones posibles, no llegarás lejos como ideóloga temporal, cosa que es natural a tu edad. Me atrajo más cuando dijiste que aspirabas a tener contacto con la vida real. Quizá creas que es lo mismo; de hecho, es justo lo contrario. Hay personas que no viven más que sensaciones y para las sensaciones; André Gide es un ejemplo. Son los verdaderos engañados por la vida, y, al sentirla confusamente, caen siempre en una profunda tristeza en la que no les queda más remedio que ahogarse mintiéndose miserablemente a sí mismos. Porque la realidad de la vida no son las sensaciones sino la actividad, quiero decir, actividad en el pensamiento y en la acción. Los que viven para las sensaciones no son, material y moralmente, más que parásitos en relación con los hombres que son trabajadores y creadores, quienes son los únicos hombres. Añado que estos últimos, que no buscan sensaciones, reciben sin embargo un beneficio más vivo, más profundo, menos artificial y más real que aquellos que sí las buscan. En resumen: la búsqueda de sensaciones, por lo que a mí respecta, implica un egoísmo que me produce horror. Evidentemente no nos impide amar, pero lleva a considerar a los seres queridos como simples ocasiones de gozo o de sufrimiento, y a olvidar por completo que existen por sí mismos. Vivimos en medio de fantasmas. Soñamos en lugar de vivir.
En cuanto al amor, no tengo consejos que darte, aunque sí algunas advertencias. El amor es algo serio donde muchas veces nos arriesgamos a comprometer para siempre la propia vida y la de otro ser humano. Incluso siempre se corre el riesgo de que uno haga del otro su juguete; en este último caso, que es muy común, el amor es algo odioso. Ya ves, lo esencial del amor, en suma, consiste en que un ser humano se encuentra con la necesidad vital de otro ser, una necesidad que puede ser recíproca o no, duradera o no, según el caso. A partir de ahí, el problema es conciliar tal necesidad con la libertad, y los seres humanos han luchado con este problema desde tiempos inmemoriales. Por eso la idea de buscar el amor para ver lo que es, para poner un poco de animación en una vida demasiado aburrida, etcétera, me parece peligrosa y, sobre todo, pueril. Puedo decirte que cuando yo tenía tu edad, y más tarde también, cuando apareció la curiosidad de buscar conocer el amor, me alejé de ello diciéndome que era mejor para mí no arriesgarme a comprometer toda mi vida en el sentido de que es imposible conocerlo sin haber alcanzado un grado de madurez que me permita saber exactamente lo que quiero de la vida en general, lo que espero de ella. No te doy esto como ejemplo; cada vida se desarrolla según sus propias leyes. Pero podrías encontrar aquí material para la reflexión. Añado que el amor me parece que entraña un riesgo aún más alarmante que el de comprometer ciegamente la propia existencia; es el riesgo de convertirse en árbitro de la existencia de otro ser humano, en el caso de que seamos profundamente amados. Mi conclusión (que te la ofrezco sólo como una manera de orientarte) no es que debamos huir del amor, sino que no debemos ir en su búsqueda, y sobre todo cuando somos muy jóvenes. Es mucho mejor, entonces, no encontrarlo, creo yo.
Me parece que deberías ser capaz de reaccionar contra el ambiente. Tienes el reino ilimitado de los libros; está lejos de serlo todo, pero es mucho, sobre todo como preparación para una vida más concreta. También me gustaría que te interesaras por tu trabajo en clases, donde puedes aprender mucho más de lo que piensas. Primero, trabaja: en la medida en que somos incapaces de trabajar, tampoco servimos para nada en ningún ámbito. Y después hay que entrenar la mente. No comenzaré por alabar tus conocimientos de geometría. En cuanto a la física, ¿puedo proponerte el siguiente ejercicio? Se trata de realizar una crítica de tu manual de estudios en relación con tus clases, tratando de discernir lo que está bien razonado y lo que no. A través de este método encontrarás una sorprendente cantidad de falsos razonamientos. Juego divertido, extremadamente instructivo, pues el ejercicio se concentra frecuentemente en la memoria sin pensar en ella. En cuanto a la historia y la geografía, apenas tienes en estas asignaturas más que cosas falsas por el hecho de ser simplista; pero si las aprendes bien, te darán una base sólida para adquirir más tarde por ti misma las verdaderas nociones de la sociedad humana en el tiempo y el espacio, cosas indispensables para quien se ocupe de la cuestión social. No te hablaré de francés, estoy al tanto de tu estilo y forma.
Me alegré muchísimo cuando mencionaste que habías decidido prepararte para la Escuela Normal, eso me liberó de una angustiosa preocupación. Antes me lamenté ante la posibilidad de que la idea hubiera abandonado tu mente.
Me parece que posees un carácter que te condenará a sufrir toda la vida. Incluso estoy totalmente segura de ello. Tienes demasiado fervor y demasiada impetuosidad como para jamás poder adaptarte a la vida social de nuestro tiempo. No eres la única. Sufrir no tiene importancia, mientras también experimentes una verdadera alegría. Lo importante es no desperdiciar la vida. Y, para ello, debes ser disciplinada.
Lamento mucho que no puedas realizar algún deporte: es algo que resulta necesario para la vida. Haz algún esfuerzo más para convencer a tus padres. Espero, al menos, que los alegres paseos por las montañas no te estén prohibidos. Saluda a tus montañas de mi parte.
Gracias a la fábrica he verificado lo paralizante y humillante que es carecer de vigor, de destreza, de seguridad en la mirada. En este sentido, nada puede compensar, por desgracia para mí, lo que uno no adquirió antes de los veinte años. No me canso de recomendarle a otros que ejerciten lo máximo posible sus músculos, sus manos, sus ojos. Sin ese ejercicio, nos sentimos singularmente incompletos.
Escríbeme, pero espera una respuesta sólo de vez en cuando. Redactar me implica un esfuerzo excesivamente terrible. Escríbeme al número 228 de la rue Lecourbe, París, XVe. Tomé un cuarto pequeño cerca de la fábrica.
Disfruta de la primavera, respira el aire y el sol (si lo hay), lee cosas hermosas.
Simone
Carta al hermano
Sábado [febrero de 1940]
Querido André,
Veo que, por el momento, tu moral es buena. Espero que perdure. Tu carta nos ha reconfortado mucho. Nos pides bastantes detalles; no es sencillo escribir sobre ello. En realidad no sé qué contarte de mí: actualmente mi vida carece de acontecimientos memorables. Escribí para Les Nouveaux Cahiers un artículo en el que comparé la política de la antigua Roma con los acontecimientos de nuestra época; encontré analogías singulares, pero creo que ya te hablé de ello el invierno anterior. Sólo se pudo publicar la primera parte del artículo; es una pena. En el curso de la lectura preparatoria que realicé, descubrí a alguien admirable: se trata de [el rey de los astrogodos, Flavio] Teodorico [el Grande], el que tiene su tumba en Rávena. Procopio, que estaba en el ejército contrario, dijo que durante todo su reinado sólo cometió una injusticia, y que murió de pena por ello. Sus cartas (las de Teodorico) son deliciosas. Además de eso, hay un artículo de mi autoría sobre la Ilíada que está a la espera de publicarse en la N.R.F. [La revista francesa La Nouvelle Revue Française] No sé qué saldrá de él. Contiene fragmentos de traducción en los que, en algunas líneas, pude mantener el orden exacto de las palabras; en cualquier caso, siempre logré traducir línea por línea, es decir, hice la misma correspondencia de cada línea (de longitud irregular) conforme a cada verso en mi versión. Si te sabes de memoria fragmentos de la Ilíada, podrías intentar traducirlos; cuando se utiliza un método como éste, muchas veces toma media hora o más culminar una línea. También funciona de manera excepcional para construir el propio estilo. Traducir a Keats al francés (en versificación francesa, por ejemplo) también debería ser un ejercicio divertido. Nunca lo he intentado.
Una buena tarea, cuando uno dispone de demasiado tiempo libre, sería también pensar en encontrar una forma de plantear cuál es exactamente el valor y la importancia del trabajo de los profanos. Porque incluso suponiendo que sea absolutamente imposible, como sostienes, el hecho de intentarlo seguramente no dejaría de ser provechoso para ti. El beneficio sería, creo, considerable. E incluso si no consigues formular algo que yo pueda entender, creo que lograría vislumbrar lo suficiente como para que me resultara sumamente interesante. Sobre todo porque me interesan menos las matemáticas que los matemáticos, como en cualquier otro campo.
Volviendo a mí, para aprovechar los momentos (bastante frecuentes) en que mi capacidad de trabajar flaquea, comencé a estudiar babilonio. Tengo una selección de textos asirio-babilónicos, con la versión transcrita en caracteres latinos y la traducción enfrente, línea por línea; estoy jugando a hacer una traducción yuxtalineal, sin gramática ni diccionario. De esta forma conocí a un tal Gilgamesh, el héroe de una epopeya que se tradujo del sumerio. La amistad era su espíritu motor; Gilgamesh perdió a su amigo e inmediatamente comenzó a temer a la muerte y a recorrer el desierto en busca de la vida eterna, pero no la encontró. Más tarde, evocó la sombra de su amigo muerto, quien le dio información no muy reconfortante acerca de la existencia de ultratumba. Le leí algunos versos a Evelyne, quien ya retuvo algunas palabras en babilonio. Como lengua y como poesía, dista mucho de ser tan buena como el griego homérico. El egipcio me resulta más interesante, pero es demasiado complejo.
Hasta pronto, espero. También espero que podamos mandarte libros. ¿Quieres las Memorias del Cardenal de Retz [de Jean-François Paul de Gondi] y el Diario de [Samuel] Pepys? Guardo la esperanza de que podamos vernos mañana o pasado mañana, ya que es imposible para nosotros intercambiar ciudades, lo que sería mi más profundo deseo.
Simone
Traducción de Roberto Bernal.