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La claustrofobia del ensimismado

‘El palacio de los puros’, Mario Panyagua, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, 2023.
Juan Joaquín Péreztejada

 

 


El palacio de los puros, primera novela de Mario Panyagua, es una historia de desamor, especie de canción de José Alfredo Jiménez, o una novela de la indagación del ser humano al estilo de Dostoievski. Su autor también ha escrito el libro de crónicas Dr. Jekill nunca fumó piedra (El Salario del Miedo) y los poemarios Pueblerío (Malpaís Ediciones) y Los cisnes no cantan cuando mueren (Ediciones Azalea).

El libro cuenta la historia de Abel Invierno, un pintor mediocre enamorado de Emma, que ha terminado su relación con él. La historia comienza con un asesinato del cual Abel es el responsable, protagonista del tipo del Raskolnikov de Crimen y castigo, quien padece una ansiedad profunda, y termina por defenestrarse ante ese abismo profundo y frío como su suerte. Abel Invierno es un personaje intolerante al amor, pintor, enfermo mental y romántico; este conjunto de características conforman la personalidad de un asesino ingenuo, que lo hace tóxicamente adorable. Su afición a la fiesta, donde consume drogas y alcohol, comienza a pasarle factura: lagunas mentales. Esto coincide con una serie de asesinatos de mujeres. Estos hechos criminales terminan con Abel en la cárcel como asesino serial, un feminicida.

La novela es una narración violenta contada desde una sensibilidad que roza lo cursi, pero que sirve para resaltar la oscuridad y esa nada que siempre miente de forma contundente, de una verosimilitud aterradora. Se desarrolla con capítulos en presente dedicados a su estancia en el Reclusorio Oriente y capítulos del pasado, antes de que se le halle responsable de los asesinatos que se le imputan. El lector va conociendo todo esto porque Abel, hijo de un poeta aficionado, lleva un diario donde apunta todo lo que le sucede. Una historia para leerse en la noche como sustituto del insomnio o la pesadilla.

La novela se inscribe en la tradición patibularia de la cual José Revueltas, Salvador Castañeda o José Agustín, por mencionar a algunos, son referencia. El lenguaje se despliega como una trenza formada por un vocabulario carcelario, coloquial, vulgar y una sintaxis directa, que colinda con la literatura basura; que se entrelaza con otro poético, colmado de figuras retóricas e imágenes extraídas de ese mundo infrahumano de los drogadictos y asesinos. La cárcel y el manicomio donde lo recluyen se alzan como metáforas del amor.

Por otro lado, los cuadros que Abel Invierno pinta y describe en varias páginas, como el titulado La grieta, parecen describir la misma novela: “La obra es eso: una grieta sobre un muro. Desde ella puede uno asomarse y descubrir ahí, entre los entresijos de lo público, las entretelas de una calle de comercio ambulante y las figuras que le otorgan vida.” Y más adelante continúa, como si comentara la novela: “Mi intención fue una invitación a asomarnos para ver qué se esconde tras las tapias, para explorar en las entrañas, para saciar la curiosidad nada más porque sí, porque así penetramos y aprendemos de otros seres y otros elementos, porque así participamos de otras dimensiones, de otros lenguajes, sin necesidad de justificar nuestra natural inclinación a entrometernos en todo sin excluir a nada ni a nadie; una vez asomados, encontrar nuestra grieta y zambullirnos en nuestra hondura humana, en una pared fracturada o en unos personajes quebrantados sobre una calle que ilumina un pedazo de cielo tirando a ocaso”.

El palacio de puros muestra la realidad y la fantasía, la imaginación desmedida y la realidad cruda, la convivencia esnob con el mundo intelectual y los personajes del tipo Corazón de perro (con un guiño a Bulgákov), que encuentra en la cárcel un sistema del cual parece no haber salida.

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