Reflexiones sobre la errata
- José María Espinasa - Monday, 24 Mar 2025 07:24



Aunque supongo que los hay no conocía, antes de El agua verde del idiota (La errata: cultura e historia), de Yanko González Cangas y Pedro Araya Riquelme, recién aparecido en el Fondo de Cultura Económica, libros que se ocuparan de la errata como motivo reflexivo y de investigación. Más allá de la charla anecdótica y de sobremesa, la errata es un tema muy atractivo y el llamarla con frecuencia “duende” subraya un carácter travieso, juguetón, que viene de otro mundo, el de la fantasía. Hay teóricos, por ejemplo el notable y poco conocido en español poeta Henri Meschonnic, que ha dicho algo así como que los últimos dos milenios de historia son producto de una errata y de un error de traducción. En el primer nivel se suele hacer una broma: al ver un libro en un idioma y en un alfabeto desconocido, el que lo mira pasa los dedos por la página y dice: mira, aquí hay una errata, y sonríe. Pero ¿qué es la errata? Un error específico, tipográfico, escritural, aunque también puede haber erratas orales. Una falibilidad de lo humano en uno de sus rasgos más propiamente humanos: la escritura. Y a ese sinsentido el azar y la mirada le otorgan sin embargo la posibilidad de crear un (nuevo) sentido.
En el Festival Poetas del Mundo Latino de 2023 conocí al poeta y antropólogo chileno Yanko González Cangas, cuya poesía, con rasgos experimentales y cercana a la visualidad, me llamó la atención. En las conversaciones propias de los encuentros nos habló de este libro que saldría próximamente. Un año después lo veo en la mesa de novedades y me precipito a comprarlo. El texto es fascinante. No es propiamente una historia de la errata sino una reflexión, a través de los hechos, de ese “error”, que salta de un motivo a otro, de las más pueriles anécdotas a las reflexiones sobre lenguas/escrituras todavía en buena medida en la oscuridad, como el maya o el rongorongo, que nos precipitan en el abismo del tiempo. ¿Quién escribe cuando se produce una errata? El azar, ese otro nombre impronunciable de Dios, o la simple falibilidad del artesano tipógrafo. ¿Qué se hace con ella? Se la corrige, se la acepta, se la disimula, incluso se la provoca… todo editor –todo lector– tendrá su propia sarta de erratas y les dará un sentido en su quehacer o en su memoria. Todos los escritores han sido víctimas de ese duende, desde aquellos a los que les importa poco o les causa gracia, hasta los que viven en ella y por ella una verdadera tortura. César Vallejo, Pablo Neruda, Alfonso Reyes han sufrido erratas célebres en nuestro idioma.
La errata en el periódico de mañana o la errata en las tablillas sumerias o en los glifos mayas: da vértigo la vida y persistencia de la errata. Cuando apareció la computadora, desplazando a la máquina de escribir, se pensó que ya no habría erratas, pero hubo más, muchas más. ¿Podrá la Inteligencia Artificial acabar con ellas? No lo creo, pero está en el horizonte, aunque eso tal vez le quitaría a la escritura –a la edición– su condición falible, humana. En la errata hay una inercia tanto verbal como oral: algo suena o se ve similar y esa similitud –o contigüidad– provoca el equívoco. Por eso es evidente el nexo entre la poesía de Yanko González y su trabajo reflexivo en este libro. Hay autores que se han vuelto editores para hacer ediciones de sus textos que no tuvieran erratas…, y las tienen. Por ejemplo, en España el hoy lamentablemente olvidado Agustín García Calvo. Hay autores que han decidido aceptar la colaboración del duende mentado en su escritura. ¿Equivale la errata en el terreno tipográfico al lapsus descrito por Freud? Hay un nivel, el personal, en el que es evidente que sí. Pero también la escritura en sí, de forma impersonal, comete lapsus, es decir, erratas. Y si nos ponemos radicales a la poesía la errata la legitima, a las matemáticas no. Una errata en una ecuación da al traste con ella, en un poema lo vuelve otro… a veces mejor.
¿Es reversible –corregible– la errata? Hay muchos ejemplos de que la corrección de una de ellas provoca a veces otra: una cadena de casualidades se vuelve de causalidades. Las erratas –el bajo número de ellas– son una manera de calificar un buen trabajo editorial. Por eso algunos editores han hecho el recuento de las que de manera específica les han sucedido y cómo les han afectado. Una errata les puede costar el trabajo. ¿Cómo se mide su gravedad? Hay erratas en las constituciones, en los documentos legales, en las leyes, que tienen a veces grandes consecuencias. Hay otras que el lector corrige inconscientemente de tan obvias. Se podría pensar que el libro que da motivo a esta nota es una lectura sólo para editores. No, es una lectura que abre posibilidades no sólo interpretativas, sino que provoca nuevas ideas sobre el funcionamiento de la escritura y de la impresión, así como de su divulgación en las redes, por ejemplo. A lo largo de la lectura pensaba qué dirían maestros tipógrafos y correctores de este libro, como Antonio Alatorre, Juan Almela o Antonio Bolívar. Al lector le recomiendo acercarse al texto sin dejarse intimidar por su aparente especialización. Como dije al principio: es fascinante.