Eugenia Revueltas: aires de familia
- José Ángel Leyva - Sunday, 30 Mar 2025 10:43



Lucidez y sentido del humor
Conserva viva la imagen de su padre junto a recuerdos de objetos que hablan de esos instantes lejanos y entrañables, como el abriguito que él le envió desde el Viejo Continente y la foto en la que ella aparece con el puñito en alto a manera de saludo a su revolucionario progenitor. Silvestre Revueltas murió a los cuarenta años de edad, tras la derrota de la España Republicana y el ascenso del franquismo. El hecho representaba, en un ser hipersensible y trágico, un dolor profundo. No obstante, Eugenia, su hija, lo evoca sonriendo, feliz, con sus camaradas mexicanos de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) que viajaban, en 1937, al Congreso Antifascista de Valencia, y luego, ya en España, con notables personajes republicanos e intelectuales latinoamericanos. Esa aventura que sería narrada muchos años después en Memorias de España, por Elena Garro. Poco antes de su muerte, Eugenia lo acompañó a Michoacán para conocer a los Niños de Morelia. Allí, con esos huérfanos de España, él y ella se hicieron una foto. Fueron escasos momentos con él, pero dejaron una huella indeleble, como notas musicales que revolotean en partituras y en cartas escritas con vena literaria. Pipiluco, Visigodo, suele resonar la voz paterna en la memoria de Eugenia Revueltas, quien desde hace más de cincuenta años cumple con devoción su labor magisterial. De su casa de Las Águilas desciende a Ciudad Universitaria y aterriza casi a diario en el “Aeropuerto” de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM para entregarse a su labor en la enseñanza universitaria. Decenas de generaciones han pasado por sus cursos de literatura y muchas más vieron sus textos de creación en la revista Punto de Partida mientras estuvo al frente de dicha publicación (1970-1981).
La lucidez se entrevera con su fino sentido del humor, con su risa franca y el ceño fruncido cuando el semblante se torna trascendente. Hoy puede externar juicios sin reparos, desacralizar o desromantizar ciertas ideas que giran en torno a la biografía familiar. Ya puede ver a Ángela, su madre, sin reclamos ni resentimientos, en su contexto de esposa de un artista y un revolucionario entregado a sus causas, sus pasiones, sus obsesiones. Una mujer festiva y jacarandosa con un soñador irredento, un músico, tan cerca y tan lejos de la realidad. Tiene grabado ese momento cuando su madre le prohibiera a Silvestre comprarle un helado, pero cuando él vio que estaba lejos, le dijo como un niño travieso: “Ya se fue la bruja, vamos a darnos gusto.” Y piensa que así los recordaba Juan Marinello: “Los dos cuadraditos, felices, caminando por la calle, con su helado en la mano.”
A sus noventa años de edad, ya puede confesar que Silvestre y su tío José son personajes admirables y adorados, pero tuvieron poco tiempo para sus familias. Aunque fungió como hija única, Eugenia tuvo una media hermana, producto del matrimonio de su padre con la cantante Jule Klarecy, Carmen (1922-1995). Ella vino a buscarlo a él, aunque vivió esa breve estancia con su tía Rosaura, pero al poco tiempo regresó a Estados Unidos y se cambió el nombre por el de Carmen Montoya y luego por el de Carmen Peers, bailarina de flamenco. “Mi media hermana vino en 1936, más o menos –comenta dubitativa Eugenia–, pero no le gustó México, ni se entendió con su padre. Me hubiera hecho muy feliz tener una hermana, aunque no fuera de la misma madre. Estoy convencida de que los revolucionarios y los creadores no deberían de ser padres o madres, su tiempo no es para hijos, sino para sus ideales y sus obras.” No obstante, revierte su pensamiento, “la admiración se mezcla con el amor y ellos, los Revueltas mayores, resultan para siempre nuestros héroes”. Esa fue una de las razones por la que su primo Arturo Bodenstedt, médico, hijo de Rosaura; Silvestre, ingeniero, hijo de Fermín; Andrea, filósofa, hija de José, y ella, Eugenia, eligieron disciplinas más cercanas a la ciencia. Y no obstante, todos amaban el arte. Arturo, al final, terminó escribiendo novelas. Eugenia, a punto de titularse como médica, abandonó la carrera, y aunque había estudiado música le pesaba demasiado la sombra de su padre, por eso eligió la literatura, pero no del lado moridor del tío José, sino del lado gozador de la enseñanza. Entre evocaciones afectivas anuncia, con timidez, una nueva edición de su libro de cuentos Espacio del deseo (2018, 2020 y 2025).
A sus dieciséis o diecisiete años entró a dar clases en una escuela secundaria nocturna, donde conoció a una compañera embarazada que le hablaba del señor Villegas, su suegro. Un día, ella y su marido, por invitación del suegro, la llevaron a conocerlo, pues era músico y admirador de Silvestre Revueltas. De inmediato se hizo amiga del señor y de sus hijos. “De hecho me decían la novia de los Villegas –narra Eugenia. Pero Abelardo, uno de sus muchachos y el filósofo de la familia, me pedía que lo acompañara a dar sus clases después de la comida. Era un gran expositor, un magnífico maestro. Me conquistó su magisterio y nos casamos. Muchas veces le conté del director de orquesta con el que me iba a casar y él me hablaba de la chica de sus sueños que no le hizo caso. Los años con Abelardo Villegas transcurrieron con mucho respeto y complicidad, con risas, solidaridad, pero sobre todo con largos silencios habitados por lecturas. Podíamos pasar horas juntos, sin dirigirnos la palabra: cada uno en su propia inmersión lectora.”
Los tíos, los amigos, los discípulos
Entre sus más grandes amigos reconoce a Hugo Argüelles y Juan Vicente Melo. Ambos habían comenzado a estudiar medicina y desertaron, como ella, para incorporase al teatro y a las letras. Con Hugo solía bailar tangos de una manera muy propia, muy personal, histriónica. Pues a pesar de reconocer que heredó una parte del carácter estricto de su padre y de su tía Rosaura, también posee el lado jocoso de los Revueltas y un poco del humor jarocho de su madre. Rosaura era muy propia, muy germánica, afecta a lo europeo y muy crítica de su país. “En su época burguesa con el tío Frederick –rememora Eugenia–, la tía Rosaura organizaba grandes y lujosas recepciones en su casa. Fue antes de La sal de la tierra, cuando vestía trajes sastre y solía ponerse pieles y estolas de visón. Las cabezas de los animalitos con los ojos desorbitados nos daban terror a los niños. Yo viví con ella muchos años y mi marido Abelardo siempre decía ‘la terrible Rosaura’, pero yo, como el resto de sus hermanas y sus sobrinas alemanas, la adorábamos. Deseábamos ser como ella, inteligente, bella, glamorosa, enérgica, disciplinada, exitosa.”
A una reunión de pipa y guante fueron invitados sus tíos José y Consuelo. Eugenia y su primo Arturo se mantenían quietos, bien portados como niños alemanes. De pronto, Consuelo, muy incómoda, le preguntó a su hermano por qué todo el mundo hablaba en alemán, inglés y francés si podían hacerlo en español. José, un tanto solemne, le respondió: “Consuelo, pues hablemos nosotros en tepehuano.” Sin decir agua va, su hermana comenzó a tartajear una lengua inventada y José le respondió de la misma manera. Fueron elevando paulatinamente el tono y a gesticular como si estuviesen en una acalorada discusión. Consuelo agitaba las manos y José respondía con vehemencia. Se fue formando un corrillo de personas atentas a la supuesta discusión. Arturo y Eugenia se retorcían de la risa al escuchar a sus tíos emitir extraños sonidos y actuar como si en verdad estuviesen sosteniendo un acalorado debate. Un alemán, intrigado, preguntó a Rosaura en qué idioma hablaban sus hermanos. Rosaura se alzó de hombros. Consuelo alcanzó a escuchar la pregunta y contestó, hablamos en tepehuano, la lengua de nuestros abuelos. Se giró hacia José para continuar parloteando en la supuesta lengua materna, ante el asombro de la concurrencia y la contrariedad de Rosaura. Arturo y Eugenia no podían contener las carcajadas. Esas mismas que envuelven la voz de la doctora Revueltas mientras narra la anécdota y disfruta de la conversación.
Dar a conocer la obra de Silvestre Revueltas ha sido una labor muy difícil, lo dice el propio Roberto Kolb, que es uno de los grandes conocedores de la vida y la obra del músico duranguense. “Mi tía Rosaura hizo una labor extraordinaria, pero ella estaba más interesada en el extranjero y daba pocas facilidades a los mexicanos –puntualiza Eugenia. Hoy existen importantes estudiosos de la obra revueltiana en México, una obra que, me parece, crece con el tiempo, se actualiza. Ambas acciones, la de mi tía Rosaura y la mía, se han complementado para cumplir con el legado musical de mi padre.” De esa vocación incluyente y de sus vínculos con la provincia dan fe importantes figuras de la música, como Luis Jaime Cortez o Julio Estrada, musicólogos y compositores ambos, y en las letras, Marco Antonio Campos, Evodio Escalante y José de Jesús Sampedro, destacados literatos que tuvieron un lugar privilegiado en la revista Punto de Partida mientras estuvo a su cargo, del número 20 al 69. Un magisterio similar al que ejerció el poeta Rubén Bonifaz Nuño entre la juventud universitaria.
“Eugenia Revueltas ha sido una de las personas más entrañables, más inteligentemente bondadosas que he conocido –afirma Marco Antonio Campos. Con ella como jefe de redacción tuve mi primer trabajo cultural haciendo las ediciones de la revista y los libros colectivos de Punto de Partida en Difusión Cultural de la UNAM, de 1973 hasta fines de 1980. Sin su mano abierta hubiera sido otra mi vida literaria.” Por su parte, Evodio Escalante, poeta y crítico literario, la evoca así: “Yo era entonces un joven de provincia sin credenciales que intentaba sobrevivir y hacerse un camino. Eugenia Revueltas creyó en mí desde un inicio y abrió un Taller de Redacción en la Casa del Lago, para ponerlo a mi cargo, además de pedirme textos para mi primer libro de poesía, Crónicas de viaje (1975), una publicación colectiva en la que participaron también Luis de Tavira, José Joaquín Blanco y José de Jesús Sampedro. Este fue mi bautizo de fuego en la literatura. Su apoyo fue decisivo para que yo pudiera abrirme paso en los mundos de la Academia y de la literatura.”