La flor de la palabra
- Irma Pineda Santiago - Sunday, 30 Mar 2025 10:58



Al leer algunos textos acerca de los procesos de migración, encuentro historias que relatan las vivencias de las infancias cuando cambian de residencia y llegan a un nuevo sitio, donde para continuar con sus estudios asisten a escuelas, generalmente públicas, pues entre los factores para migrar se encuentran la necesidad económica y el desplazamiento forzado, lo que también es acompañado por la carencia de recursos. La vida de los estudiantes migrantes nunca es fácil ya que tienen que adaptarse a un nuevo sitio, a nuevos vecinos y compañeros, y a veces también a un nuevo idioma. En esos casos, muchos estudiantes se refugian en el silencio.
Si observamos el desarrollo de una clase en la escuela de una ciudad grande, veremos que el silencio tiene colores: negro, marrón, moreno, canela, rojizo, amarillo. Los colores presentes en la piel de las infancias que han tenido que dejar sus comunidades o pueblos para buscar un mejor destino en otras geografías. Ese silencio está lleno de dolor, de lágrimas contenidas, de violencias que no se notan, pero que dejan huellas profundas en el alma, porque vienen de un profundo racismo y de la discriminación que se vive cuando se es una niña o un niño indígena o afromexicano.
Este racismo puede ocurrir de manera explícita o velada. Quizá venga de compañeros de aula formados en la creencia de que hay personas o grupos superiores a otros; puede venir de los mismos profesores que aún no logran desprenderse de prejuicios y dan mejor trato a los estudiantes de piel más clara, o a aquellos que cuentan con estructuras de apoyo, provenientes de sus familias o conocidos que les otorgan ventajas por encima de quienes tienen que valerse por sí mismos al ser infancias alejadas de sus redes comunitarias y, por ende, de sus círculos de confianza y protección, lo que genera también que no puedan reconocer el racismo que sufren y, si lo reconocen, no hablan de ello, pues saben que no serán escuchados.
El 21 de marzo se conmemoró, como cada año, desde 1966, el Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial, por lo que algunas instituciones educativas como la Universidad Pedagógica Nacional, organizaron espacios de diálogo para reflexionar acerca de la posibilidad de construir el antirracismo desde la docencia. En esas charlas se habló de que el pensamiento colonial aún sigue presente y se compartieron diversos ejemplos de racismo en los salones, que por cierto no sólo ocurre entre mestizos e indígenas o afromexicanos, sino entre los mismos pueblos indígenas en las regiones donde coexisten y unos se asumen como superiores y discriminan y violentan a otros.
Además de compartir experiencias de violencia racial, se habló de acciones necesarias para desarrollar movimientos antirracistas, como la lucha conjunta y comprometida, lo que implica la participación colectiva y el involucramiento de todos los que conforman la comunidad escolar, estudiantes, profesores, personal de apoyo a la educación, autoridades escolares, familias y entorno social o comunitario. También se concluyó que es urgente el debate acerca del racismo en cada escuela, para identificarlo e identificar las estructuras que lo sostienen y, sobre todo, para desarrollar propuestas de eliminación, teniendo claridad de las injusticias y de la inequidad, sin olvidar la educación en valores para tener presentes cuestiones básicas como el respeto o la empatía.
La cultura de los pueblos originarios no puede ser ajena en los procesos de lucha contra el racismo, por lo que es importante recuperar los valores propios de cada una, para volver a ejercitar la reciprocidad, la ayuda mutua, la solidaridad y otros elementos que tejen las redes comunitarias y nos pueden hacer ver como seres humanos en equidad, para que brille en los salones el río arcoíris de la diversidad y no los colores del silencio.