La inolvidable Maestra

- Marco Antonio Campos - Sunday, 30 Mar 2025 10:32 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Recordar a quienes nos han formado es honrarlos y hacerlo nos honra. Este texto es precisamente eso: evoca con gratitud la generosa y lúcida presencia de Eugenia Revueltas (1934) en la formación profesional de otro de sus “hijos intelectuales”, como los llama ella.

 

Punto de Partida nació en 1966. El rector Barros Sierra quería un espacio donde pudieran desarrollarse los estudiantes, o en general, los jóvenes. Se lo encargó para crearlo a Gastón García Cantú, quien era entonces el director de Difusión Cultural. Gastón me contó en uno de los múltiples desayunos que tuvimos, que, en ese entonces, durante un tiempo, le estuvo dando vueltas al nombre de la revista, y alguna vez se encontró por el campus a Henrique González Casanova, y le comentó sobre el proyecto. “Ah ‒dijo González Casanova‒, algo como un punto de partida.” “Punto de partida, ¡eso, exactamente!”, exclamó Gastón.

Margo Glantz puso las bases y armó muy bien algo de lo que aún hay ahora: revista, concurso, talleres. Todo era Punto de Partida: uno publicaba en la revista Punto de Partida, estaba en los talleres de Punto de Partida, era el concurso Punto de Partida… En la revista, en 1969, por demás, publiqué mis primeros poemas.

En 1969, Juan Bañuelos dirigía el taller de poesía de Punto de Partida. Para el muchacho de veinte años que yo era entonces fue muy importante. Por primera vez tenía con quien leer mis poemas y hablar de poesía. Bañuelos, lo he dicho, fue el primero que me hizo sentir que podía ser poeta.

En 1970 ascendió como rector Pablo González Casanova y en Difusión Cultural nombró a Leopoldo Zea. Zea llevó a la Maestra Eugenia Revueltas a Punto de Partida y, si mal no recuerdo, a su marido, el doctor Abelardo Villegas a un Departamento de Humanidades que entonces existía.

En 1971, en una visita al taller que dirigía Bañuelos, la Maestra Revueltas propuso a Juan que hiciéramos un libro colectivo con los poetas del taller. Deberían ser cuatro. En el taller había como diez o una cifra parecida. Aquello fue una carnicería, porque todos queríamos ser publicados. Era para casi todos los miembros del taller el primer chance de salir en libro. Al final quedamos el hondureño Livio Ramírez, muy buen amigo mío y muy buen poeta, Orlando Guillén, a quien los infrarrealistas vieron después como uno de sus maestros, y Juan José Oliver, a quien, por desgracia, he dejado de ver ya hace muchos años. Bañuelos me encargó que siguiera la pista al libro y fue en ese tiempo que tuve mis primeros acercamientos amistosos de trabajo con Eugenia Revueltas. El libro tardó mucho y salió a finales de 1972, y yo, que era el que había seguido todo el proceso, fui el último en verlo porque viajaba por Europa. En diciembre de 1972 renunció, o se vio obligado a renunciar a la mala, Pablo González Casanova, el único rector de izquierda expulsado por la izquierda, y entró como rector Guillermo Soberón, quien nombró como director de Difusión Cultural al jovencísimo Diego Valadés, quien tendría veintisiete años. Fue una suerte porque Soberón y Diego le tomaron un gran afecto al matrimonio Villegas-Revueltas, y Punto de Partida se convirtió, gracias a Valadés, en el Departamento de Talleres, Conferencias y Publicaciones Estudiantiles, y la primera jefa fue la Maestra.

En 1973, de vez en cuando iba a visitar a la Maestra al mínimo cubículo que estaba en el décimo piso de Rectoría donde trabajaba. Siempre estaba alegre, con ese humor inteligente que la ha caracterizado, y alguna vez coincidí en el cubículo con Evodio Escalante, quien iba con su esposa Rosario, y quien ha sido uno de mis mejores amigos. Ambos, curiosamente, habíamos estudiado la carrera de Derecho. De eso ya hace más de cincuenta años. Cuando me han preguntado por qué no estudié la carrera de Letras suelo contestar: “Porque quería ser escritor.”

Hacia junio de aquel 1973, sorpresivamente la Maestra Revueltas, quizá porque me veía muy activo, me ofreció ser Jefe de Redacción de la revista Punto de Partida. Trabajé con ella hasta fines de 1980. Como lo he dicho otras veces, jamás hubo ningún problema entre ambos, y eso se debió ante todo a su afabilidad y tolerancia, en suma, a su gran don de gentes. Incluso, cuando a fines de 1980 hubo cambio de Rector, y Diego Valadés fue nombrado Coordinador de Humanidades, llamó a la Maestra para que se encargara, si mal no recuerdo, de Publicaciones. Cuando a la Maestra la llamó Fernando Curiel, quien había sido designado director de Difusión Cultural y quien seguramente la iba a ratificar como jefa de departamento, ella le comentó que se cambiaba de adscripción y me recomendó con viva generosidad para que yo me quedara en vez de ella.

Al poco tiempo de empezar a trabajar, en 1973 la Maestra Revueltas tuvo la feliz idea de continuar con los libros colectivos, e invitó a participar en el libro a Evodio, a Luis de Tavira, a José de Jesús Sampedro y José Joaquín Blanco. Se llamó Crónicas de viaje. Por 1974 la Maestra Revueltas me encargó que me hiciera cargo tanto de la revista como de los libros colectivos. Una vez revisé los números de la revista, desde la época de Margo Glantz, luego del período de la Maestra Revueltas y luego mía, y están los nombres de poetas, escritores, críticos, teatreros y viñetistas de tres generaciones: la anterior a la mía, la mía y la siguiente. No me lo podía creer. De los libros colectivos hicimos, estando la Maestra y luego yo, entre 1973 y 1988, cuando renuncié para ir a dar clases en Austria, son, entre poetas y narradores, cerca de trescientos. De decenas de poetas y escritores publicamos su primer libro y muchos lo han recordado.

Aunque dejamos de vernos por largos períodos, Evodio y yo nos hemos sentido muy próximos a la Maestra Revueltas, quien suele llamarnos sus hijos intelectuales y a nosotros nos conmueve que así nos vea. Recuerdo que, en la década de los setenta, los 15 de septiembre, el matrimonio Villegas-Revueltas hacía una cena de amigos, y Evodio y yo éramos los más jóvenes. Aunque no era necesario llevar la bandera mexicana, los invitados tenían que hacer un pequeño sketch o comedia. A Evodio y a mí nos arrimaban una guitarra e intentábamos cantar, y cantábamos, claro… hasta que había una estampida del respetable.
Fuimos bautizados con el nombre artístico de Dueto Miseria.

Cuando nos encontrábamos Abelardo y yo, solíamos saludarnos con voz estentórea como si fuéramos estrellas de la Pléyade. Quiero recordar, antes de terminar, unas coincidencias cómicas que me ha tocado vivir con el matrimonio Villegas-Revueltas, que la Maestra recuerda siempre riéndose. Una noche caminaba por un barrio de París, en noviembre de 1976, con unos amigos. De pronto vi venir a la familia Villegas-Revueltas acompañada de unas personas. Saludo a Abelardo y le digo: “Filósofo de las ideas que demolieron los principios kantianos”, y él contesta: “¡Poeta de un Olimpo en perpetua decadencia!” Y en otra ocasión, una mañana de primavera de 1990, en la Kärntner Straße , una especie de calle Madero del centro de Viena. De pronto nuestras miradas se encontraron: “Filósofo cuyas ideas acabaron con los gobiernos del socialismo burocrático”, dije aludiendo la reciente caída del Muro de Berlín. “¡Poeta cuyos versos se llevaron todos los océanos!”, respondió Abelardo.

“Mire, Marco Antonio”‒dijo Eugenia Revueltas‒ venir a París o a Viena sólo para que usted y Abelardo se saluden... Parece programado.”

Basten estos escasos párrafos para decirle cuánto le debemos, cuánto la queremos.

 

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