'Anora', 'Pretty Woman' y otras representaciones de la prostitución
- Evelina Gil - Saturday, 05 Apr 2025 21:49



Subrayo una postura ética antes de proseguir: como toda feminista formada antes del siglo XXI, finales del XX, en mi caso, enfrento un discurso subvertido y desdibujado de lo que solía defender. Una cosa es exigir protección, alternativas y respeto a los derechos humanos para mujeres cis o trans a quienes las circunstancias orillen a ejercer la prostitución, y otra, muy irresponsable, hablar de las trabajadoras sexuales como si llevaran vidas normales y hasta motivadoras, cosa que tanto Mikey Madison como Sean Baker hicieron al recibir sus respectivos premios Oscar, esa ruleta política embozada de premios a la calidad artística, el pasado 2 de marzo. Ahora bien, hastiada de la machaconería de quienes afirman que Anora es un remake de Pretty Woman (Garry Marshall, 1990), cosa que sólo es posible afirmar si son sus únicos referentes, procedo a explicar que lo único en lo que claramente coinciden es en que sus protagonistas no tienen un proxeneta al cual rendirle cuentas y son dueñas y soberanas de sus cuerpos, cosa que en la vida real es la excepción y no la regla. Restringiéndome al cine, abordaré otras películas que tocan el tema que muchos y muchas podrían, asimismo, comparar con las del propio Baker, cuyo cine, y eso lo ignorarán también quienes vinculan Anora con la cinta de Marshall, es en sí mismo un género sobre los albures del trabajo sexual.
Anora o Anni es “bailarina exótica”. Vivian (Julia Roberts) es callejera. Anni no tiene planes a futuro, se limita a vivir el momento. Vivian sueña con estudiar en la universidad y reserva el fruto de su trabajo para ese fin. Anni pasa gran parte de la trama completamente drogada. Vivian tiene dos reglas de oro: no besar en la boca y no drogarse. Iván (Mark Eydelshteyn), heredero de oligarcas rusos, es un imberbe de veintiún años y cincuenta kilos que gasta el dinero de sus padres en drogas, sexo y videojuegos, y contrata en exclusivad a Anni por encontrarla idónea para compartir estas tres aficiones. Edward Lewis (Richard Gere) es un atractivo magnate en sus cuarenta que encuentra tan graciosa a Vivian que la contrata para acompañarlo durante un tiempo, y en el ínter juega a Pigmalión, enseñándola a vestir y expresarse con corrección. Sí: Pretty Woman es la Fair Lady de los años noventa. Anora no tiene un final feliz (sus últimos veinte minutos la rescatan de ser una hilarante sitcom); Pretty Woman sí, y muy romántico. Si acaso existiera otra posible coincidencia sería lo entrañables que resultan los personajes de Igor (Yura Borisov) y Barney Thompson (Héctor Elizondo) en su calidad de ángeles guardianes de nuestras respectivas heroínas.
Prostitutas enamoradas (de ficción)
Si el lector hace una búsqueda en Google de “películas sobre prostitutas enamoradas” le serán arrojados tantos resultados como si busca “Taylor Swift”. Aunque no abunden en la vida real, existen casos de sexoservidoras que se enamoran de un cliente y son plenamente correspondidas. Esto no vinieron a descubrirlo Garry Marshall ni Sean Baker, ni siquiera Alexandre Dumas, aunque Iván, insisto, sólo cree estar enamorado de Anora mientras dura el efecto del Tucibi. Existen películas altamente verosímiles, que, sin rozar siquiera la cursilería, abordan estos enamoramientos que no tendrían por qué ser patologizados ni motivo de escarnio: Jane Fonda recibió su primer Oscar interpretando a una prostituta de nombre Bree Daniels en Klute (Alan J. Pakula, 1971), y que en Latinoamérica recibió el ridículo título de Mi pasado me condena, donde acepta colaborar con un honesto detective que lleva el nombre de la película (Donald Sutherland) y, en camino a la arriesgada resolución del caso, se enamoran apasionadamente. Otra actriz oscarizada por caracterizar a una dama de la vida fácil (que es la más difícil) y, según mi criterio, la que más magistralmente lo llevó a cabo, fue Elizabeth Shue en el papel de Sera en Adiós a Las Vegas (Mike Figgis, 1995), donde también Nicolás Cage obtuvo el Oscar a mejor actor, único suyo a la fecha pese a su gran capacidad actoral. Inspirada en una novela de John O’Brien, este filme nos enfrenta a dos personajes absolutamente corrompidos y sin nada que perder. Sera, de hecho, es violada tumultuariamente y casi asesinada por unos adolescentes que se niegan a pagar su servicio, en una escena que no es posible comparar con la de Irreversible (Gaspar Noé, 2002) sólo gracias a su brevedad. En el caso específico de Ben (Cage), quien solía ser un escritor exitoso antes de que el alcoholismo arruinara su creatividad, está resuelto a acabar con su propia vida entregándose a una borrachera sin tregua. Para llevar a cabo su propósito contrata a Sera, quien, más que complacerlo sexualmente, termina por asistirlo en sus deliriums tremens e incluso intenta convencerlo de dar marcha atrás. Son tales las semejanzas entre ellos que terminan enamorados, lo cual no basta para convencer a Ben de recular ni a Sera de abandonar el oficio tras el fatal desenlace.
En este apartado (que podría ser infinito) me permito incluir una película que corrió con algo de mala suerte, quizá por promoverla como “cristiana”; inspirada en una novela “rosa” (la entrecomillo porque es poco lo que tiene de rosa) que, a su vez, retoma un episodio bíblico escasamente conocido sobre un hombre santo llamado Oseas, que se enamora de la prostituta más solicitada de Israel, Gomer, y se casa con ella a sabiendas de que será incapaz de serle fiel. Reedeming Love (D.J Carusso, 2022), también un western, aborda la historia de Sarah/Angel, hija ilegítima de un hombre rico y respetado que termina por abandonarlas a ella y a su madre. Para subsistir y alimentar a su niña, la mujer se somete a las más degradantes formas de prostitución. Muere dejando en orfandad absoluta a Sarah, quien es prostituida desde los ocho años (estos detalles se exponen de manera gráfica) y pasa de un esclavista a otro, adquiriendo un seudónimo muy acorde a su aspecto, Angel, y convirtiéndose en la más cara y deseada mujerzuela de un pueblo minero. Un joven de nombre Michael Osea (que en su apellido lleva implícito el nombre bíblico) se enamora al verla pasar por la calle, custodiada por un matón, y se propone casarse con ella, aunque tenga que comprarla a precio de oro. Aunque el final es altamente convencional, durante gran parte de la película vemos a Angel (Abigail Cowen) siendo sometida a los más terribles ultrajes, incluido un aborto forzado. En una escena se le ve prestar servicio a su propio padre, que, por supuesto, no es capaz de reconocerla, pero ella sí a él. Éste se suicida cuando
Angel misma le revela que ha fornicado con su propia hija.
Cabiria, Malena et al.
No todas las películas sobre prostitutas son idílicas ni ofrecen redención para sus protagonistas, aunque muchas presentan actuaciones conmovedoras y convincentes que hacen historia. Un reciente re-visionado de Las noches de Cabiria (Federico Fellini, 1957) me permitió adorar a Guilietta Masina, mujer bajita que no se ajusta a los estándares de belleza de su época; se rehúsa a emplear tacones y aparece con calcetines y sandalias. Pensé en Cabiria como madre de Pretty Woman y abuela de Anora, cometiendo el mismo error que vengo criticando. Cabiria es callejera como Vivian y bravucona y malhablada como Anni. A Cabiria le ocurren cientos de cosas, muy malas y muy buenas. Empieza siendo cruelmente abandonada y robada por su chulo, y al poco tiempo, en un formidable golpe de fortuna, se topa con un afamado actor que solicita su compañía. Pero el sueño dura un par de horas pues la examante arrepentida y muy celosa del galán regresa en ese preciso instante y Cabiria habrá
de ocultarse en un baño de mármol durante el resto de la noche. Cabiria, con todo y sus momentos de caótico humor (un poco como Anora), oscila entre la resiliencia y la tragedia, cosa que no sucede ni con Anni (rota al final) ni con Vivian (negada a doblarse incluso cuando su sueño parece cancelado). Dos mujeres (Vittorio De Sica, 1960) sigue el periplo de una madre viuda y su hija de doce años durante la segunda guerra mundial que, tras una serie de vicisitudes, son violadas tumultuarimente por unos Goumiers (soldados franceses). El evento resulta particularmente traumático para la niña (Eleonora Brown) que, al sentir que ha perdido su inocencia y, con ella, su valor como mujer, se prostituye, primero, por unas medias de seda, hasta que Cesira, la madre (Sophia Loren), la descubre y la convence de acompañarse mutuamente en la reconstrucción de su dignidad. Los escenarios de guerra hacen del trabajo sexual una alternativa casi única para la sobrevivencia de las mujeres. Ahí tenemos a Malena (Giuseppe Tornatore, 2000), donde el personaje titular, una melancólica viuda bellamente interpretada por Mónica Bellucci, pasa de ser la mujer más envidada y deseada por su extraordinaria hermosura, a una orillada por hambre a capitalizar lo único que posee (su físico), aunque ello implique ponerse en manos de quienes la veían como algo inalcanzable, en lo sexual para los hombres y modelo imposible de emular para las mujeres, quienes encuentran un justificante moral para destruirla en una de las escenas más insoportablemente crueles que he visto.
La peor de las realidades
No quiero concluir este ensayo sin recordar algunas películas que recrean la peor de las realidades respecto a la prostitución y considero indispensables para, de una vez por todas, dejar de sobreentender que quienes la ejercen lo hacen necesariamente por gusto, aunque, sí, una reducida minoría lo haga con total convicción (The Girlfriend Experience, Steven Soderbergh, 2009). Recomiendo Naked Tango (Paul Schrader, 1991), Lilja 4ever (Lukas Moodysson, 2002) La verdad oculta (Larysa Kondracki, 2010), Yo soy todas las niñas (Donovan Marsh, 2021) y, de manera muy especial, la mexicana Las elegidas (Pablos, 2015), magnífica y desoladora, ambientada en Tijuana y actuada por actores y actrices de esa región, donde el hijo más joven y guapo de una familia de proxenetas se dedica a seducir adolescentes para luego secuestrarlas y reclutarlas.