Juan Antonio de la Riva. Lugar de nacimiento: el cine
- José Ángel Leyva - Saturday, 05 Apr 2025 21:43



Rebobinas los recuerdos como un viejo celuloide en los carretes. Zumba en la penumbra de un ayer, remoto e insistente. Proyectas y compartes un breve repaso de tu vida. Imaginas a tus padres viajar por primera vez a la sierra, invitados a hacerse cargo del cine Alameda en San Miguel de Cruces, acomodar sus pertenencias y su lecho, durante dos meses, detrás de la pantalla. Ellos, con tus hermanos mayores, Guillermo y Estela antes de que don Antonio comenzara la construcción de una casa para la familia, donde habrías de nacer tú, el más pequeño de los tres hermanos. Te preguntas si fuiste concebido en esa parte oculta del cine. No sabes en qué momento de tus primeros años, pero enfocas a tu madre, Esther, sentada del otro lado del público, viendo películas desde otra perspectiva, mientras juegas o te quedas dormido en sus brazos, hipnotizado por el destello y el brincoteo de luces e imágenes en el envés de la pantalla. El siseo de la cinta y el rumor del proyector fueron tus canciones de cuna.
Arribaste a San Miguel el 21 de diciembre de 1953, casi como un regalo de Navidad para tus padres y tus hermanos, en esa época del año, cuando descienden las temperaturas y el frío congela el agua y el rocío escarcha en la tierra y en la yerba, para luego elevarse en una niebla suave, animada por el tibio sol de las mañanas. Entran y salen los públicos de la sala, aparecen y desaparecen los personajes de película en un pueblo y un cine de madera. El incendio del Alameda es una huella indeleble en la memoria. Revives la visión de las llamas desde tu casa, a unos metros del galerón de madera. Como bestia enfurecida, el fuego se agigantaba y se retorcía para convertir el cine en cenizas. Una y otra vez el episodio habría de visitarte a lo largo de tu vida. La tristeza familiar ante la pérdida del inmueble, que ya le había sido traspasado a tu papá, la desolación y la orfandad de los lugareños, porque en San Miguel sólo había tres sitios de entretenimiento colectivo: los bailes, la iglesia y el cine.
Tu padre anduvo con el semblante ensimismado los primeros días, luego lo cambió por una actitud resuelta. Se fue a Durango y a Torreón en busca de un proyector de 16 milímetros y con éste reinició las funciones de cine en sitios improvisados y en rancherías escondidas. El Gimnasio, un salón localizado en el pequeño aeropuerto de San Miguel, fue el primer sitio donde los cinenautas de la sierra volvieron a echar a volar la imaginación y la extrañeza. Desde entonces, cualquier cuarto o carpa en la inmensidad de las montañas habría de convertirse en un salón de cine.
No pasó mucho tiempo para que el dueño del aserradero, Fernando Núñez, le propusiera a tu padre construir en sociedad un nuevo cine Alameda, pero ahora de ladrillo y cemento, junto a la Escuela Miguel Hidalgo, donde ya existían los cimientos para construir un teatro, que se pretendía que fuera cine también, pero nunca avanzó. Tu padre había adquirido para entonces dos proyectores de 35 mm y requería los servicios de un especialista. Para ello vino el tío Joaquín Tamayo, medio hermano de don Antonio, experto en instalación de equipos cinematográficos. Trajo con él a don Luis Calzada, padre del pintor José Luis Calzada, para realizar los trabajos de carpintería. Muy pronto, éste habría de convertirse también en proyeccionista itinerante de películas por otros rumbos de Durango.
Tenías once años cuando el Alameda renació de sus cenizas y comenzaste a auxiliar a la familia en la dulcería, en la taquilla, o recogiendo boletos a la entrada. Pero, sobre todo, lo que más disfrutabas era estar al lado de tu padre ayudando en la sala de proyección. Tu infancia transcurría de manera divertida y plácida en San Miguel, que vivía un auge maderero. Tus hermanos ya estudiaban en la capital del estado, pero imaginabas que podrías permanecer más años en el pueblo. Tu padre fue tajante, debías marcharte de San Miguel. Los muchachos de allí, después de la primaria, se convertían en niños obreros y enseguida en padres adolescentes. Para él, lo mejor que podía heredarles, a falta de bienes materiales, era la educación y la libertad de elegir su destino. A lo largo de los años fuiste descubriendo que su carácter enérgico encubría la ternura de tu madre, que se encerraba cada vez que uno de sus hijos partía. Las funciones en el Alameda se mantuvieron vigentes hasta 1986, cuando falleció tu padre.
En 1967 ingresaste a la Secundaria Benito Juárez en Durango. No hubo vacaciones que no regresaras a San Miguel a ayudar a tus padres. En breve te convertiste en visitante consuetudinario de las seis salas cinematográficas de la ciudad; devorabas las funciones vespertinas o nocturnas de tres películas. Tu tía Josefina estaba tranquila de saber que tu vicio era ver cine hasta altas horas de la noche. La cartelera era inagotable. De hecho llevaste el registro de películas por año, un promedio de 250. Así fijaste tu atención en los créditos y te familiarizaste con los fotógrafos, los productores, los escenógrafos, los actores y sobre todo con los directores, a quienes aprendiste a reconocer. Cuando había películas dirigidas por Ismael Rodríguez, Roberto Gavaldón, Alfredo B. Crevenna o Alberto Mariscal, apostabas por su calidad, prometían buenos resultados dramáticos o divertidos. Fue por ello la necesidad de buscar interlocutores para intercambiar puntos de vista sobre las obras y ejercer una vocación crítica y sapiente que sospechabas que ya había germinado en tu cerebro. Aunque demorado, el suplemento cultural de El Heraldo de México era un faro en el desierto, porque allí leías las críticas de José de la Colina.
Cuando te preguntan cómo hiciste para salirte de ese círculo de creadores locales, con mucho talento pero sin miras de futuro, piensas que mucho tuvo que ver la convicción paterna del compromiso, la disciplina y la determinación para hacer las cosas, pero sobre todo con su intuición de que el conocimiento te puede salvar del conformismo. Un día tu hermano Guillermo, quien era amigo del artista José Luis Calzada y de José Rodríguez, el Rolo, actor de cine, te llamó para decirte que en Ciudad de México había una escuela de cine. Estabas persuadido de que eso era lo que buscabas, ese era tu camino. En Durango, a pesar de tu amor por la ciudad, no lo hallarías, aunque le llamaran pomposamente la Tierra del cine, pues en realidad se reducía a una oferta de locaciones y no de producción ni enseñanza. No obstante, algunos de tus amigos, como Alberto Tejada, tuvo acceso a las filmaciones y sabía cómo escribir y resolver los guiones, cómo editar y narrar una historia. Otros, del grupo Raíz, como Norma Pulido, Carlos Luján, Jesús Nevárez Pereda, Juan Manuel Luévanos, Ricardo Uribe, el Chileno, el único priista del grupo de izquierda y quien perdió la vida entre las ruinas del Hotel Regis en el terremoto de 1985, o Edgar Mijares, tu mejor amigo, que murió muy joven años antes, no estaban dispuestos a renunciar al terruño, cuajado de cielos y quimeras.
El último caballero
Cuando eras estudiante en el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), tuviste la fortuna de trabajar como asistente de Jaime Humberto Hermosillo, quien confiaba mucho en tus opiniones. Lo hacías tan bien que pensaste en ser asistente de Alberto Isaac, a quien mucho admirabas por la sencillez y precisión de sus filmes, pero Hermosillo te preguntó si lo que deseabas era ser un buen asistente o un director con criterio propio. Era obvia la respuesta y vino acompañada por tu premio al mejor cortometraje de ficción, en Lille, Francia, y un Ariel en México, por tu cortometraje Polvo vencedor del sol, tesis con la que te titulaste en el CCC y que filmaste en tu pueblo natal. Tu padre aún alcanzó a saborear ese reconocimiento y dentro de su parquedad esbozaba una sonrisa de satisfacción.
Vidas errantes le dio continuidad a tu narrativa regional, a tu necesidad de responder a tu experiencia de espectador. Recuerdas la reseña escrita por un poeta de tu tierra, Edmundo Soria, luego de ver ese filme: “Salí del cine sintiéndome alegre y sintiéndome bueno”, y piensas que algo similar sucedió con Pueblo de madera, porque son relatos de vida, aunque algunos piensen que te inventaste las locaciones y los personajes, o es falso que algunos niños se hablan de usted. Pero es así, el usted es una forma íntima, afectiva, de establecer un vínculo muy personal y los niños juegan con esa complicidad de adultos. Por eso, cuando terminaste de filmar Pueblo de madera y fuiste a ver Cinema Paradiso encontraste muchos rasgos de tu cine en esa obra de Giuseppe Tornatore, y en la oscuridad dejaste que las lágrimas fluyeran sin recato, porque tú también te sentías alegre y bueno en esa sala.
Pero no todo ha sido miel sobre hojuelas. Para filmar El gavilán de la sierra o Érase una vez en Durango has tenido que filmar películas comerciales, con la promesa casi siempre incumplida de financiar tus obras. Por el contrario, realizar proyectos ajenos, pero de calidad, como Obdulia (1987), con un guión de Arturo Villaseñor, o Elisa antes del fin del mundo (1997), guión de Paula Markovitch, o la serie televisiva La hora marcada, ha sido no sólo placentero sino una oportunidad de seguir aprendiendo y poner en práctica tu oficio.
Pero es cierto, siempre regresas al terruño. Has hecho dos intentos de vivir allá con la intención de estar al lado de tus hijos, producto de tu primer matrimonio. Tanto te atrae la luz de Durango que sólo has vivido con mujeres de tu tierra. En el fondo sigues siendo ese muchacho preocupado por los problemas sociales que andaba para arriba y para abajo con su camarita superocho, vestido con sus conjuntos vaqueros de pana, las botas bien lustradas, la melena lacia, ahora canosa, peinada indefectiblemente. Pancho Sánchez, tu entrañable amigo, crítico, erudito y guionista, solía decir que los buenos directores responden a sus obsesiones, y que en tu caso te fuiste de Durango, pero Durango nunca se fue de ti. Por eso, tal vez, Guillermo Buigas, actor y escenógrafo argentino, afirma que eres el último caballero del cine, el último en darle trato de usted a la gente, de los pocos que nacieron en el cine.