Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 13 Apr 2025 13:08



Entrevistada el año pasado a propósito de El aroma del pasto recién cortado (2024), quinto largometraje (cuarto de ficción) de la guionista y directora Celina Murga, la nacida en Argentina explicó que su intención era “trabajar sobre las diferencias y posibles similitudes entre géneros”, para lo cual resolvió “contar una misma historia desde la perspectiva de un hombre y de una mujer”.
Escrito a ocho manos por Gabriela Larralde, Juan Villegas, Lucía Osorio y la propia Murga, el guión propone la historia, montada helicoidalmente, de dos personajes y sus respectivas decisiones y circunstancias: Natalia (Marina de Tavira, como los buenos vinos) y Pablo (Joaquín Furriel, a título de suficiencia), sendos profesores en la carrera de Agronomía –que no se sabe si se conocen pero sus caminos jamás se cruzan–, ambos en las proximidades o talvez ya cuarentones; ambos casados, ella dos hijas, ella dos hijos, los cuatro vástagos entre la pre y la pubescencia; sin verbalizarlo nunca, Natalia y Pablo sintiéndose como entrampados en una vida profesional, doméstica y conyugal que es igual a un vuelo de crucero –es decir largo, parejo y previsible– y, por consiguiente, condenados a vivir del mismo modo mientras los años se van acumulando.
Además de las anteriores Murga ensaya otra simetría, relevante para la trama: el esposo de Natalia y la esposa de Pablo son, por el momento, económicamente dependientes de sus parejas, circunstancia que tensa las respectivas relaciones. Tampoco se manifiesta de manera explícita, pero esa suerte de condición de inferioridad –así vista socialmente–, junto con el contexto arriba descrito, gravita en la respectiva decisión que cada uno toma por su cuenta y viene a ser la misma: se involucran no de modo sentimental o afectivo –quizás un poco–, sino sexualmente, Natalia con uno de sus alumnos y Pablo con una de sus alumnas.
Los roles ¿inalterables?
“Es la primera vez que estoy con otra persona”: Natalia y Pablo dicen la misma frase en idéntico momento, encamados con sus respectivos acostones, y no parece haber culpa ni temor a ser descubiertos en un momento ulterior, como si su perspectiva de ahí en adelante fuera, sencillamente, incorporar a sus rutinas el elemento, para ellos novedoso, del amor furtivo. Sea porque son inexpertos en el arte del engaño conyugal y, por ende, torpes para mantenerlo a buen resguardo delas miradas y las opiniones ajenas, cuando menos a mediano plazo; sea porque la maledicencia contemporánea tiene en las redes sociales un flanco útil y eficaz en extremo, Natalia y Pablo son exhibidos cibernéticamene, reconvenidos laboralmente, descubiertos conyugalmente y, sin remedio, frustrados personalmente.
Con todo y seguir siendo en ciertos aspectos una situación paralela, lo que sigue bifurca sus futuros inmediatos: Natalia renuncia al sexo extraconyugal y, cuando menos por una vez más, Pablo no. Pero más importante que las diferenciasen las reacciones de sus parejas oficiales, el punto esencial es que la infidelidad de ambos es perdonada en mayor o menor grado y ambos encuentran la manera de que su vínculo de largo aliento prosiga, de uno u otro modo, así sea para establecer acuerdos que, en lo futuro, les permitan una convivencia sin sobresaltos, centrada en las dinámicas comunes relativas a sus hijos.
En la entrevista citada, Celina Murga dice también: “No queríamos que la distinción entre hombre y mujer quedara en un lugar estereotipado. [...] en ningún momento dije Natalia hace esto porque es mujer, o Pablo hace esto porque es hombre. Sin embargo [...] un porcentaje muy alto de las escenas están atravesadas por esas dinámicas. Se perciben en los hogares, en los trabajos, en las aulas, en todas las escenas.” Tiene razón: los roles genéricos –y no sólo esos sino también los de pareja heterosexual–, tradicionalmente entendidos, permean la trama de principio a fin, la definen y, posiblemente contralas intenciones de la realizadora, a pesar de todo los postulan como invariables