Escultura, creación y transformación
- Mario Bravo - Sunday, 13 Apr 2025 12:27



Una niña, sus manos
“Mi infancia la viví en Barzanò, un pueblo al norte de Italia, aunque seguido iba a Florencia. Eso me dio oportunidades de estar con Oretta, mi abuela materna. Amaba llevarme a iglesias y museos para que yo conociera el arte, pues ella sabía muchísimo sobre biografías de artistas al ser licenciada en Letras Modernas”, narra Francesca Dalla Benetta (Florencia, 1977).
‒Oretta para usted abrió las puertas del arte.
‒Siento que sí. No lo hizo con ese propósito, pero al ser algo que ella disfrutaba, entonces, me lo compartía. Paseamos muchas horas por Florencia, visitando lugares. Ella tuvo mucha paciencia conmigo, se sentaba a mi lado y me decía: “Mira esta pintura”, contándome algo acerca de los personajes de tal obra y también sobre el artista. En su casa había pinturas y esculturas. Me apoyó con todo lo que pudo.
‒¿A qué jugaba usted de niña?
‒Leía, dibujaba y hacía figuras. Familiarmente me estimularon muchísimo en las manualidades: hacía muñecos, también aprendí a trabajar la madera desde los cinco o seis años. Siempre, en mis manos, pusieron herramientas y materiales para jugar. Allí donde crecí había ríos, bosques, campos. Tuve una buena infancia. Me gustaban mucho los libros de aventuras y de literatura fantástica.
De la física al arte
‒¿Cómo fue el tránsito de jugar con plastilinas y hacer figuras a desear dedicarse a las artes?
‒Complicado. Mis papás no querían eso para mí. En Italia, a los catorce años, elegimos nuestro futuro al entrar a la preparatoria. Pensaban que moriría de hambre al ser artista. Me obligaron a estudiar otra cosa. Y dijeron: “Escoge entre Liceo clásico o Liceo científico.” Elegí la segunda alternativa. Al egresar ya tenía diecinueve años y fue muy extraño, pues cursas muchas horas al día en una escuela bastante dura. Dejé de dibujar y de hacer deporte. Olvidé lo que realmente me gustaba. Al egresar me inscribí en la Facultad de Física pero, a los dos años, en unas vacaciones fui a una exposición de arte en un pueblito toscano: ¡recibí un golpe al repensar a qué me dedicaba! Volví y hablé con mis papás, les dije que no seguiría en Física. Así ingresé a la Academia de Artes.
Migrar: saltar al vacío
Dalla Benetta arribó a México en 2006 al integrar el equipo de efectos especiales en el filme Apocalypto, de Mel Gibson. Ella fabricaba las placas dentales de los personajes y en ese viaje laboral no imaginó que se abría, así, una puerta al futuro: “No tenía un buen panorama en Italia. Me casaría en Milán con un hombre que me adoraba, de familia adinerada, guapo y dispuesto a pasar la vida entera junto a mí. Mi existencia estaba infelizmente resuelta. Era muy frágil y tímida. Nunca fue mi objetivo estar casada ni tener hijos, menos renunciando a lo que quería”.
‒Usted sentía miedo, pero dio saltos al vacío…
‒Es algo inevitable. La vida me parece tan extraña que la única manera de vivirla es haciendo algo apasionante. Prefiero sentir miedo, pero no aburrimiento.
‒¿En la faena artística no existe el aburrimiento?
‒No. Si estoy aburrida, me deprimo. Para mí, las emociones negativas no generan ideas: cuando estoy triste no quiero ver a nadie ni hacer algo, sólo deseo estar en mi cama, pues ni siquiera puedo leer o mirar películas. Antes eso me duraba meses; ahora sólo pocos días. Tiendo a la soledad por una necesidad personal: reflexiono, paso tiempo junto a mis gatos, y claro que requiero contacto humano, pero en dosis pequeñas. A veces hablar por teléfono es suficiente para mí.
Cambiar y elegir
‒¿Cuál es el estado emocional óptimo para la creación artística?
‒La curiosidad. No es un estado emocional, pero sí sé que en la felicidad me paralizo porque uno se queda con la intención de no perturbar algo perfecto. La vida es cambio y elecciones. Trato de evitar la inmovilidad, misma que se genera tanto en un momento de depresión como en alguno de felicidad. Nunca he creído que el mejor arte se haga desde el sufrimiento. Hoy, cuando tengo malos momentos emocionales, miro hacia otro lado porque el artista no sólo es artista, sino también una persona.
‒Usted se siente cómoda en México…
‒Tengo una experiencia de extremo agradecimiento hacia este país. No es un amor a primera vista, pues me costó mucho acoplarme a la cultura, la comida, los hábitos. Vengo del norte de Italia, donde la gente es fría en el trato, no solemos intercambiar besos ni abrazos como sí sucede aquí. Sigo siendo extranjera pero está bien, porque así decido qué retomar de una cultura y de otra.
Energías en la escultura
‒¿Qué le brinda el arte a su vida?
‒Uso el arte para explorar. Desde hace algunos años me interesan temas como la identidad, la transformación y estoy metida en cuestiones espirituales para potenciarme a mí misma. Puedo hablar contigo o con cualquier persona; sin embargo, lo que tengo que decir llega más concretamente con una pieza artística. Hablo, sí; pero la palabra no es mi medio.
‒¿La palabra no alcanza?
‒En mi caso, no. Una obra de arte es energía y contiene muchos significados. Si quisiera platicar acerca de eso, tardaría siglos y existe un factor temporal… mientras que la obra, aunque ya esté hecha, sigue transformándose, absorbiendo y emitiendo energías. Para crear una pieza se requieren muchos estados de ánimo, no sólo tus manos, y cuando otra persona mira eso que creaste, entonces percibe tales energías… quizás de una manera no racional. El arte, si lo miras un día, te transmite algo, y si lo observas otro día, puede comunicarte algo más: es interactivo.
Un gato atrapado
“Mi primera exposición se llamó Belleza no convencional. Siempre me ha interesado la transformación. Antes creaba seres híbridos que contaban con componentes humanos, animales y vegetales. Abordaba cómo la diversidad también tiene un valor, y señalaba que lo bello no siempre es aquello estudiado en los libros de Historia del Arte. Desde hace tiempo, al utilizar cuerpos más humanizados, noté mejor comunicación con las personas, pues necesitan reconocer un poco las formas para no erigir barreras ni echarse hacia atrás ante una sensación de extrañeza. Exhibo cuerpos ligeramente más estilizados, un poco más humanos, jugando con ciertas metáforas”, reflexiona la artista florentina.
‒Constato una relación entre su arte, que no pretende ser convencional, y la mujer que usted es, la cual asume decisiones para no habitar territorios de aburrimiento o monotonía.
‒No se puede separar la obra de su creador. Me siento como un gato atrapado si no estoy creando todo el tiempo. Es como si yo no pudiera ser sin hacer. De repente me pregunto “qué hace la gente normal”, pues no tengo un empleo ni asisto de lunes a viernes a un sitio laboral. Dispongo de mucho tiempo libre y lo destino a crear. El arte cumple con deshacer el aburrimiento, aunque también soy alguien que ha transitado por psicoterapias e incluso incursioné en el budismo. Nada de eso se ha quedado definitivamente. Busco alivianar malestares míos generados por las dificultades para relacionarme con las demás. Hoy siento paz en lugar de culpa por no asumir la misma necesidad que el resto experimenta para vincularse con otros seres humanos.
Suavidad y esperanza
‒La miro en su estudio y noto que el arte le da sentido a su vida…
‒El arte es la única manera de salir de la mediocridad. A diario me pregunto cómo sería mi vida si me atreviera a más. No quiero arrepentirme y pensar, cuando sea más grande, que me perdí cosas; aunque siempre pierdes al elegir. Artísticamente, por ejemplo, quisiera explorar la escultura en un formato más grande.
Antes de esta conversación, hace un lustro charlé con esta escultora italiana que, en aquel entonces, parecía estar en medio de una lucha interminable contra demonios internos, en contra también del mundo actual. Hoy, Francesca Dalla Benetta irradia equilibrio, como si la guerra hubiera concluido y el campo de batalla estuviese colmado de flores:
‒Me suavicé mucho. Hice las paces con mis raíces y la gente, en general. Mi obra hoy habla más de temáticas ligadas a la esperanza y también a la inocencia. Sigo con mis intereses: los rasgos de las personalidades humanas, de qué estamos hechos y cuáles son nuestras intenciones; pero ya no soy tan cínica. Me siento más tranquila incluso como persona. Las piezas hechas este año tienen más suavidad, los cuerpos no son tan estáticos. Esto es un reto técnico: realizar figuras más semejantes a las personales reales.
Ícaro al vacío
‒Suavidad y movimiento en el arte, más su alejamiento de cierto cinismo, ¿cómo arribó a encarnar tales rasgos como mujer y artista?
‒Hoy me habita mucha paz. Estoy cierta de que la paz genera un vacío, el cual permite que lo llenes de creatividad y trabajes. Esta tranquilidad no existía en mí hace algunos años. Antes el malestar me asaltaba y era muy destructivo; ahora, si lo registro, me permito sentir esperanza. Artísticamente esta paz hace que las ideas y las imágenes fluyan libremente. Uno es como un radio sintonizando idóneamente. Es así en el arte y en la vida. Si tu vida no se halla en orden, entonces, tu arte no estará en orden. En enero terminé la obra Lo que dejas atrás, la cual habla sobre aquello a lo que renuncias. Es un personaje sentado al borde del pedestal, como si quisiera lanzarse al vacío, mirando hacia el abismo; detrás tiene una mochila de alas, no en su espalda, sino a un lado de él. No es un ángel, sino un Ícaro junto a un arnés de alas. Es importante hablar sobre las ambiciones del ser humano: ese deseo de volar alto a pesar de nuestras limitaciones. Para mí, esta figura significa dejar la perfección de una vida resuelta, abandonar a un lado la mochila y lanzarme al vacío.