¿Quién no cree en la suerte?
- Vilma Fuentes - Sunday, 13 Apr 2025 12:06



Tantas cosas dependen de ella y ella, en rigor, de nadie o nada depende. Es ella sola una y muchas diferentes. La suerte, terreno fértil inagotable para oraciones, invocaciones, amuletos y designios de todo tipo, tiene también su
historia o, al menos, su leyenda y sus muchos rituales, algunos de los cuales se mencionan aquí.
Puede creerse o no en el destino. Predestinacióno libre albedrío, simples opiniones y profunda reflexión se enfrentan en esta disyuntiva. Aunque se considere al destino como algo determinado desde el principio delos tiempos, se cree en la existencia de ese fenómeno que, más allá de cualquier azar, es la suerte, la única capaz de abolirlo. Acaso, incluso los escépticos creen en la suerte. Hay quienes dudan de la existencia de Dios, pero casi todos los seres humanos creen en la suerte. Buena o mala, se impone en los momentos cruciales de la vida o surge sorpresiva cuando nada se espera y cambia el curso tranquilo o trepidante de los días. El término “suerte” tiene diversas definiciones según el diccionario, entre ellas: “encadenamiento de sucesos fortuitos”, “circunstancia favorable o adversa” y “azar, casualidad”.
Etimológicamente, el término “suerte” proviene del latín sortis, con el cual se denominaba la división de un terreno en parcelas. Las cosechas podían variar en forma significativa, lo cual vinculó el término con la idea de que el éxito o el fracaso pueden depender de la casualidad. La suerte comenzó, así, a asociarse con la naturaleza imprevisible de los eventos, cuyos resultados, positivos o negativos, dependen de factores fortuitos, independientes del control humano.
Los orígenes del concepto de la suerte se pierden en los albores del pensamiento. Ya en las más antiguas civilizaciones, los hombres buscaban saber su suerte consultando los oráculos y atraerse la buena fortuna sacrificando en honor a los dioses vidas de animales y seres humanos.
Ritos religiosos o paganas supersticiones sirven para atraer la buena ventura o para exorcizar el mal agüero. Cada época y cada civilización posee sus rituales y sus creencias para interpretar lo sobrenatural, arcano o sagrado. La suerte posee una realidad que no es sólo imaginaria. Invisible, se manifiesta en sus resultados y efectos aleatorios e inesperados, obediente sólo a su capricho y sin que la voluntad humana pueda intervenir, ni para convocarla ni para alejarla. Emparentada con
el azar, la suerte da vueltas distribuyendo dones y arrancando posesiones trepada en su rueda de la fortuna. Hay quienes la confunden con la voluntad divina. Así, Jorge Luis Borges, ante la burla de la suerte que lo regala con la dirección de la Biblioteca en Buenos Aires cuando ha perdido la vista, escribe: “la maestría de Dios que, con magnífica ironía,/ me dio a la vez los libros y la noche […] Algo, que ciertamente no se nombra/ con la palabra azar, rige estas cosas…” Borges, con la modesta ironía de los mortales, se niega a suponer que un simple azar de la suerte pueda regir el universo. Y, sin embargo, la tierra gira y el ser es.
A quienes se preguntan, dudosos, si existe la suerte, el escritor francés Michel Achard respondió con humor: “La suerte existe. Sin ella, ¿cómo explicaríamos el éxito de los otros?” La muy antigua civilización china ha inspirado un proverbio que afirma la existencia de la suerte e invita a jugarla: “Más vale malograr su suerte que no
haberla intentado.”
Los lazos entre la suerte, la superstición y el juego son quizás indisolubles. En la literatura, hay obras maestras que describen la adicción del jugador a la incesante apuesta. Dostoievski la pinta magistralmente en la novela titulada El jugador. Él mismo jugador empedernido, olvida una cita amorosa en París al detenerse en un casino de Suiza, donde pierde la noción del tiempo.
Hace algunos años, en un casino de la ciudad francesa de Cannes, mientras esperaba la llegada de Jacques Bellefroid, me acerqué a una de las mesas de jugadores. La persona junto a la cual me senté ganaba una y otra vez a la ruleta. De pronto, sentí una mano en mi hombro. Un señor de cierta edad me preguntó si aceptaría sentarme junto a su mujer. Acepté sin comprender el motivo de su proposición. La mujer me acogió con un abrazo y comenzó a jugar y a ganar una y otra vez. A cada apuesta, me acariciaba la cabeza. En eso llegó Jacques y me levanté de su lado. “Oh, me dijo, se va mi suerte contigo.” Comprendí, sin reírme, que la señora me había utilizado como un amuleto. Tuve, entonces, la doble sensación de ser un simple objeto y de flotar como un ser sobrenatural.
Ningún avance científico ha logrado menguar la idea de la suerte, que algunos califican de superstición… no sin tocar madera para no atraerse la mala suerte. Nacida con la noción del destino, cuando el ser humano comprende que es mortal, la suerte se yergue en lo alto de la jerarquía de las esperanzas y los temores. A lo largo de los
siglos, los hombres han deseado atraerse la suerte. Sobran ejemplos con los sacrificios realizados antes de los feroces combates y las expediciones en busca de gloria para provocar la benevolencia de los dioses, como se ilustra en la Ilíada con el sacrificio de Ifigenia.
Basten las catástrofes naturales y las víctimas sacrificadas para atraer la suerte que nos libere de las locuras conjuntas de los excesos de poder y dinero que encarnan un Trump y un Musk.
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