Giuseppe Ungaretti: el secreto de la poesía

- Ettore della Giovanna - Monday, 28 Apr 2025 18:18 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El poeta, profesor y periodista italiano Giuseppe Ungaretti (Alejandría, Egipto, 1888-1970) es una de las figuras más destacadas de la poesía universal hacia principios de siglo anterior. Es autor de títulos como ‘Sentimiento del tiempo’, ‘La guerra’, ‘Vida de un hombre’ y ‘La tierra prometida’. La siguiente entrevista fue transmitida en televisión en 1961.


Mi vida… Mi vida ha sido dura. Fui poeta en mis ratos libres y siempre tuve una segunda profesión. Fui periodista, una profesión noble, y estoy orgulloso de haberla ejercido durante muchos años. También fui profesor, otra actividad honrada: ahora estoy a punto de abandonarla definitivamente, pero estar en contacto con los jóvenes es sin duda una de las experiencias más verdaderas que puede tener un hombre, y un poeta también. La humanidad se conoce mejor en los jóvenes. Los jóvenes son sinceros, aún no han experimentado demasiado la vida y se abandonan a ella y de ese modo se descubren en su autenticidad humana... ¿Qué más? Me gustaría contarle al público cómo nació mi poesía (no cómo nació en mí, porque eso es algo que no puedo explicar). Nació en... son cincuenta años... ¡son casi cincuenta años! Así que hoy ‒aquí‒ se celebrarían mis bodas de oro con la poesía... Sí, ¡son casi cincuenta años! En París, en el café Closerie des Lilas, donde
uno se reunía todos los martes en torno a Paul Fort, quien era el príncipe de los poetas para este ridículo “principiante” que era ya desde entonces y que ahora parece haber caído por completo en el ridículo… Pero vamos a dejarlo así... De modo que fue allí, en ese café en el que cada martes se reunían poetas de todas las nacionalidades (París estaba lleno de verdaderos o falsos poetas de todos los países) en torno a Paul Fort, donde conocí a Soffici y a Palazzeschi y a Marinetti y a Papini, quienes llegaron a París con motivo de la fundación de [la revista] Soirées de Paris, que dirigió Apollinaire.

‒¿En qué año fue eso aproximadamente?

‒Debió ocurrir hacia 1912. Hace poco, con motivo de mi setenta cumpleaños, Palazzeschi recordó el episodio. Me presentaron a Soffici y a los otros que mencioné, quien me pidió que les diera poemas. Yo tenía algunos poemas, pero no pensaba publicarlos: fueron mis primeros poemas publicados en una revista, en Lacerba, donde aparecían las obras de Palazzeschi, Papini y Soffici. Papini ya no está, pero Soffici y Palazzeschi siguen vivos y les envío un afectuoso saludo.

 

Ungaretti es el maestro de toda una generación de poetas. De mi generación. Se trata de la generación de los poetas herméticos. ¿Qué le enseñó Ungaretti a mi generación? Ungaretti nos hizo ver los peligros en los mayores vicios de la poesía: el vicio de la retórica, el vicio del sentimentalismo y el vicio del futurismo. Ungaretti nos hizo ver como enemigos a [Gabriele] D’Annunzio, a [los poetas] crepusculares… y a Marinetti. Esta fue su gran enseñanza y lo tenemos como maestro. Así que me gustaría preguntarle a Ungaretti: ¿a quién eligió como guía y maestro cuando empezó a redactar, hace más de cincuenta años, sus primeros poemas?

‒Los maestros ‒es decir, los poetas‒ que me atrajeron de inmediato, fueron dos: un poeta italiano, Leopardi, y un poeta francés, Mallarmé. Es curioso: leí a Mallarmé cuando todavía era un niño, todavía un colegial, y me peleaba con mis compañeros porque lo consideraban un poeta oscuro, como en efecto es. Yo mismo no lo entendía, pero había algo en Mallarmé que me atraía: me daba cuenta de que en esa poesía intensa había un secreto, y que la poesía es tal cuando porta en sí un secreto. Si la poesía es descifrable de la manera más elemental, ya no es poesía. Incluso la poesía que parece sencilla debe contener misterio. No es necesario que incluya el misterio a través de esas dificultades literarias que le impuso Mallarmé, pero debe contener un secreto. Leopardi comprendió muy bien que la poesía debe poseer un secreto: usemos como ejemplo “A la primavera”, considerado habitualmente un poema neoclásico. No es en absoluto un poema neoclásico. Partamos del título, Della primavera ovvero delle favole antiche [A la primavera o de las fábulas antiguas]: uno encuentra en las anotaciones de Leopardi una explicación extraordinaria para la palabra antiche [antiguas]. Se encuentra en [Johannes] Meursio, al que Leopardi cita y que le remite al lector que antiche es lo contrario de postiche [ambiguos], es decir, se trata de un punto cardinal: antiche significa meridiano, y así, al decir antiche, Leopardi pretende señalar que las fábulas pertenecen a un tiempo lejano y que, al mismo tiempo, también forman parte del tiempo del Mezzogiorno [Mediodía], que no es tan antiguo. En esta palabra ambivalente, Leopardi busca darle [al poema] este sentido de durabilidad, desde el tiempo del fuego ‒o ese tiempo antiguo en el que el hombre estaba cercano a la naturaleza‒ hasta nuestro tiempo arruinado por la racionalidad. Todo está lleno de estas palabras difíciles de entender, especialmente en “A la primavera”, donde Leopardi ejerció su elegancia.

‒Ungaretti recordó los comienzos de su vida literaria en París, su relación con Paul Fort y los poetas de la Closerie des Lilas. Hay un poeta que todo el mundo conoce, que fue importante para todos, quien fue un mito y para Ungaretti algo más, algo así como un capítulo de su vida: Apollinaire. Con Apollinaire creo que usted tuvo alguna relación, no sé de qué tipo, quizá la que puede tener un poeta con otro poeta, y como sé que fue importante para usted, quería preguntarle si recuerda algo de esas relación, de esa gran amistad poética.

‒El contacto con Apollinaire fue continuo desde el primer momento, desde aquella ocasión en que conocí a Soffici, Papini y Palazzeschi, y me indujeron a publicar mis poemas por primera vez. El encuentro que más marcó mi relación con Apollinaire fue el último. Apollinaire me escribió mientras me encontraba en la zona de guerra, en Champagne, y desde allí ‒en el momento del armisticio, al final de la guerra‒ me enviaron a París para editar un periódico para soldados llamado Sempre Avanti. Apollinaire me había pedido que le llevara unos [poetas] toscanos que le gustaban. De vuelta en París, fui directamente al Boulevard Saint-Germain para encontrarme con Apollinaire. ¡Era el día del Armisticio, el 4 de noviembre, creo, o el 3 de noviembre, no recuerdo bien, pero fue en el año 1918; la ciudad estaba ruidosa, la gente gritaba: “À bas Guillaume! ¡À bas Guillaume! À bas Guillaume!”. (Guillaume era el emperador de Alemania.) Subí ‒esto de à bas Guillaume ya me había desconcertado, porque iba a ver a Guillaume Apollinaire‒, entré en la habitación y Apollinaire estaba tumbado en su cama con la cara cubierta por un velo negro. Estaba muerto. Estaba ahí, con el cuadro que Picasso le había regalado para su boda en la cabecera de la cama. Ese es el recuerdo más terrible que conservo de Apollinaire: con aquellos gritos de “à bas Guillaume!”, y aquel hombre magnífico, desaparecido.

‒Hoy en día, ¿cuál es su procedimiento habitual de trabajo?

‒El procedimiento habitual… ¡Lo ignoro! Te viene una idea de repente y después esa idea te atormenta y entonces escribes algo y más tarde la idea vuelve otra vez y de ese modo continúas y luego... En ocasiones se trata de un trabajo prologando, otras veces de un trabajo que haces en unos instantes. No sé; “L’isola”, por ejemplo, que es un poema largo, elaborado, perteneciente a Sentimento del tempo (1933), nació en una noche; otros poemas muy cortos me llevaron seis meses de trabajo, aunque nunca están del todo bien, los persigue el oído... ¡No se sabe lo que es este oído! No se sabe lo que es porque el oído
va detrás del sentido, va detrás del sonido, va detrás de tantas cosas... En fin, todo termina combinándose y generando la sensación de que el poema fue expresado. Pero nunca se expresa realmente, uno siempre está descontento, desearía que se dijera de otra manera, pero... la palabra es impotente. La palabra nunca puede dar el secreto que llevamos dentro, nunca: lo aproxima.

 

Cuatro poemas

Giuseppe Ungaretti

 

Soy una criatura

Como esta piedra

de San Miguel

tan fría

tan dura

tan seca

tan insensible

tan totalmente

desanimada

 

Como esta piedra

es mi llanto

que no se ve

 

la muerte

se paga

viviendo.

 

San Martino del Carso

De estas casas

no quedó

más que un

trozo de pared

 

De tantos

que me correspondían

no quedó

ni siquiera algo

 

Pero en el corazón

no falta ninguna cruz

 

Mi corazón

es el país más desconsolado.

 

Sereno

Después de tanta

niebla

se revelan

una

a una

las estrellas

 

Respiro

la frescura

que me deja

el color

del cielo

 

Me reconozco

imagen

pasajera

 

Cautivo en un paseo

eterno.

 

El puerto sepultado

Vi llegar al poeta

y después retornó a la luz con sus cantos

y ahí los dispersó

 

De esa poesía

me queda

esa nada

de inagotable secreto.

 

Traducción de la entrevista y versiones de Roberto Bernal.

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