Un aire de época: el caso Juan Vicente Melo
- José María Espinasa - Monday, 28 Apr 2025 18:57



Hoy que, salvo Elena Poniatowska, todos los participantes en la llamada Generación de La casa del Lago o de la Revista Mexicana de literatura y círculos vecinos han muerto, el proceso de fijación de un corpus textual va
en crecimiento. Como testigo y ejemplo: La
vida verdadera, compilación de textos crítico-literarios de Juan Vicente Melo, debido al acucioso trabajo de Juan Javier Mora-Rivera. Hace unos años se publicaron dos tomos de obras de Juan Manuel Torres (Nieve de Chamoy) y en el mismo lapso varios libros sobre Juan García Ponce (incluida una curiosa novela de José Antonio Lugo sobre él, El maestro y su escriba). Todos, los buenos, los regulares y hasta los malos dan testimonio del aire de época que esa generación vivió, desde la aparición del primer número de la Revista Mexicana de Literatura (1955) hasta el movimiento estudiantil del ’68. De eso me quiero ocupar en este texto.
La vida verdadera muestra, en los textos que se incluyen del período mencionado (casi todos), un temperamento crítico de alto nivel en Juan Vicente Melo, autor a quien estamos acostumbrados a recordar como narrador, en especial por La obediencia nocturna, su obra maestra. También se le recuerda como un notable cuentista y un brillante crítico musical. Se sabía que también había ejercido la crítica literaria, pero sus textos estaban desperdigados en la hemeroteca. Hoy los tenemos reunidos y a mí francamente me sorprenden, muestran que pudo haber sido también un gran crítico y un inspirado memorialista. Hoy está claro que el lugar mayor en ese género lo ocupa Tomás Segovia, maestro y amigo de todos ellos, pero luego, y también muy brillantes, son legión: el mencionado García Ponce, Salvador Elizondo, Inés Arredondo, Carlos Valdés, Huberto Batis. Y todos tienen un aire de época.
Esa expresión se suele usar para señalar que respiraban un mismo oxígeno, y éste tenía una temperatura crítica muy alta. El primero de los ensayos, “¿Quién es Heathcliff?”, es magistral. En el brillante Playas borrascosas, libro de entrevistas de Ana María Jaramillo sobre escritores veracruzanos, se señala la carta de identidad que entre ellos establece Cumbres borrascosas y la entrevista con Melo es de enorme importancia, entre otras cosas porque lleva al rescate y posterior publicación de la novela inacabada de ese autor, La rueca de Onfalia. Pero Juan Vicente fue una de las víctimas de lo que ha propósito de Rulfo, Arreola y Chumacero, he llamado la tentación del silencio. Después de La obediencia nocturna dejó de escribir y todo son paratextos. ¿Por qué? No basta, como tampoco basta con los mencionados, decir que ya habían escrito todo lo que tenían que escribir. Ese silencio, y lo inferimos de palabras del propio Melo, es una especie de muerte.
El alcohol que provoca angustia o la angustia que provoca el alcoholismo ‒el orden es lo de menos‒ es a la vez síntoma y causa del silencio. Melo también señala la ambigua convivencia de lo biográfico y lo inventado en su escritura. Se burla de los que crean la idea de la mafia literaria de la época, hace gala de humor y sonríe ante la renuncia a un futuro prometedor dentro de la burguesía veracruzana que abandona al seguir su vocación de escritor. Pero ya no vuelve a asumir el vuelo mostrado en el primer ensayo. Como Segovia, García Ponce o Elizondo, publica en las revistas de la época, pero no tiene la continuidad en años futuros que tienen los mencionados. Y al no escribir ensayos tampoco puede (ni probablemente quiera) escribir. La rueca de Onfalia se vuelve el anuncio de la muerte anunciada de una novela, como en Rulfo con “La cordillera”.
Lo que es admirable y nos lo revela la lectura de La vida verdadera es que el temperamento crítico sí fue un aire de época que, por ejemplo, la siguiente generación, la del ’68, no tuvo. En la de La Casa del Lago la crítica era una respiración compartida, en la del movimiento estudiantil, una atmósfera enrarecida. Eso se ve, dicho sea de paso, en las revistas que unos y otros animaron, los primeros muchas y muy buenas, los segundos pocas y más bien regulares. Y también en las editoriales: Joaquín Mortiz, ERA, Siglo XXI, fundadas en los sesenta; ¿qué hay comparable en los setenta? La atmósfera enrarecida se volvió asfixiante.
Hoy, que la generación de La Casa del Lago alcanza ya ese lugar que designamos como clásico, deberíamos aprender de ellos ese temperamento crítico y volver a darle densidad a la atmósfera que respiramos, adelgazada hasta la ignominia por el mundo digital. No será fácil. Cuando José de la Colina califica a Melo como un “clásico secreto” sabe lo que dice, lo que encierra la paradoja, pues no se puede ser un clásico si se es secreto. No, la calidad de Melo ya no es un secreto, pero lo que su obra nos dice sí lo sigue siendo, tal vez por eso la pertinencia de llamarlo así.