Biblioteca fantasma
- Evelina Gil - Sunday, 04 May 2025 00:16



Quienes trabajamos con las palabras sabemos que no son ilimitadas. Que todavía no se inventan términos ni adjetivos con los cuales expresar situaciones de infinito pesar, lo que no nos deja más remedio que recurrir a frases hechas y convencionalismos que no contribuyen en lo mínimo a cubrir la inmensidad de un dolor como pudiera serlo la pérdida del ser más amado. El poeta jaliciense León Plascencia Ñol tuvo que escribir un libro no sólo para encontrar un sentido (y sentidos) a la muerte de su madre, sino también para recrear, a través de recuerdos, sueños, frases hechas, expedientes y términos especializados aquella prolongada agonía, y les da cohesión bajo el título Historial clínico (Era, México, 2024).
Pienso que la poesía se encuentra en todas partes, no necesariamente en versos articulados. Se entrenan los sentidos para aprehenderla, para leerla donde no hay nada escrito o, si lo hay, no conlleven un mínimo de intención poética, como serían los expedientes médicos. El verdadero poeta sabrá congregar todos los elementos y, a través de ellos, crear imágenes y emociones que un receptor empático recibirá con total nitidez. Aunque no se señala en este libro, puedo imaginar al autor solazándose en un diario o, mejor aún, en una agenda de las que se portan en el bolsillo del pantalón, mientras presencia la agonía de su madre, quien sufre un problema de riñones, por lo que el libro está salpicado de referencias a tratamientos, medicaciones y diagnosis en este sentido. Debo señalar que no se trata de un libro aburrido, mucho menos técnico. El autor logra entreverar con muy buen tino la información médica con la parte emocional, sentimental, nostálgica y poética.
En la actualidad es muy poco común encontrar poemas a la madre. Plascencia Ñol, quien se caracteriza por una poesía de gran intensidad, lúdica y hasta cierto punto transgresora con respecto a los valores hegemónicos, es capaz de explorar su propio dolor y, lo más insólito, el de su madre, sin dejar de lado sus rasgos poéticos. He de señalar, asimismo, que este gran poema que abarca el libro, aunque dividido en secciones, tiene mucho más de prosa poética que de poema, y en instantes de inmenso dolor casi se dejan de lado los formalismos para volverse apuntes, sin caer en el descuido formal: “Que pasaron a mi madre a una pequeña habitación para que esperáramos su muerte [...] Que alguien preguntó si ya le habíamos dado los santos óleos. Que no somos creyentes [...] Que mi hermana salió corriendo de la habitación y llegó a la sala de espera para decirnos que ahora sí mi madre había muerto.”
Entre los datos médicos, la estancia hospitalaria, las esperanzas diluidas y la derrota del cuerpo enfermo, el poeta también nos narra la historia de su madre. La madre que le obsequió su primera máquina Olivetti. Le brinda cuerpo, rostro y voz: “ Hijo, soy yo otra vez, perdona que te moleste. Mi madre nunca quería perturbar, iba por el mundo como alguien que prefería ser de alguna manera invisible.” La madre corresponde al modelo de abnegación y sacrificio que nos era tan familiar hasta hace poco. El poeta lo sabe pero, siguiendo su propio estilo, avanza en estos recuerdos, que podrían corresponder a los de otros tantos, sin fingir que no admiraba a aquella mujer tal cual era, lo cual pareciera un acto de valentía en tiempos como los actuales, en que se pretende borrar aquella realidad. De hecho, la mayoría de los coetáneos de este poeta, nacido en 1968, no tuvimos una madre como la que describe: ya por entonces las mujeres salían a trabajar y/o contaban con una asistente doméstica. Así que, en cierta medida, envidiamos a aquella madre entregada a sus hijos que sin embargo los deja volar llegado el momento. Hay que apuntar asimismo la asombrosa recreación del ámbito hospitalario con sus colores, sus aromas, sus sonidos y esa atmósfera cargada de incertidumbre. “Alguien acaba de morir al final del pasillo [...] El aire huele de manera extraña.”