Tomar la palabra
- Agustín Ramos - Sunday, 04 May 2025 00:20



En la última semana de este abril una mujer, cualquier mujer, aunque no era cualquier mujer sino una especial, autónoma, bella, inminente doctora por la Universidad Complutense, conducía en el Eje Central y puso las direccionales de la derecha para entrar a una calle del rumbo de la Medianía. Sin embargo, al advertir por el retrovisor que un ciclista venía muy cerca en el carril reservado a los trolebuses, optó por cederle el paso y aceleró para seguir de frente dos cuadras más. Al frenar ella, el ciclista pedaleó rápido, la alcanzó, dejó su bicicleta en la acera, destrozó uno de los espejos laterales del auto con un tubo y reclamó a la mujer no haber dado vuelta en la esquina anunciada.
‒Me hiciste frenar a lo pendejo, pinche vieja estúpida… Etcétera, etcétera, etcétera...
Esa mujer, paralizada por la reacción ante lo que consideraba una gentileza suya, no atinó a bajarse a oprimir el botón de pánico de la esquina, de modo que el agresor se libró del arresto que le habría merecido su acto vandálico grabado por las cámaras de videovigilancia.
¿Sería el mismo sujeto que en otra ocasión retó a golpes a un conductor de trolebús? Este último nomás se rio y le dijo a señas que el transporte público tiene preferencia a lo largo de todo ese carril. Pero si no fue el mismo, lo mismo da, porque sus costumbres y subcultura son las de cualquier aspiracional, macho, barbaján y panista globero. Aspiracional, porque cree que una bici de marca confiere derechos especiales. Macho, porque hubiera procedido de otro modo ante un hombre de su talla. Barbaján, porque solamente actúan así quienes andan con esos aires medianeros (lo de panista globero es inferencia ideológica mía). Y si esto demerita al ciclismo civil, racional e informado, debe ser éste quien actúe contra el descrédito que los patanes fomentan.
Y no. Del otro lado no están “los buenos”. Ni siquiera “los progres buena ondita” que se quedan mirando abusos de esta y de mayores magnitudes, sino los prepotentes asesinos seriales indirectos, mercenarios del tránsito que estacionan sus patrullas, carros tanque, grúas, ambulancias y coches particulares en carriles reservados. Prepotentes, porque no dan explicaciones ni ponen señales preventivas de emergencia. Asesinos seriales indirectos, porque son responsables impunes de cadenas de accidentes que en ocasiones son mortales. Mercenarios, porque con frecuencia reciben sueldo por un trabajo que en vez de servir y beneficiar resulta pernicioso para la ciudadanía común y corriente. Y, también, si lo aquí descrito deteriora la imagen de los servidores públicos honestos, que sean éstos quienes hagan lo debido.
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Nótese. Quien bautizó como Medianía estos rumbos fue Parménides García Saldaña, infravalorado por una alimaña clasista, racista e inepta: cierta soldada de fortuna que imparte cátedra de literatura, oyoyoy, con papa en la boca y canica en el cogote: meritócrata corrupta, traficante de influencias. Alimaña, porque a partir de un cargo público tejió telarañas para trepar hasta donde su mediocridad no ameritaba ni de lejos. Clasista porque, del principio y hasta el fin de su carrera, no avanzó un milímetro de sus inicios ballenicidas y geniológicos (“puro genio en mi familia”, oh sí). Racista, porque al pisar el primer ladrillo burocrático pareció hacerlo con zapatos de piel de palestino y de ese despotismo no se bajó nunca. E inepta porque, teniendo toda la mercadería a su favor, no ha hecho nada digno de recuerdo. Y para valorarla basta ver quiénes y cómo y por qué la defienden: la academia facha, la opinocracia salina y la intelectualidad venida a menos: pura medianía, aunque viva en San Ángel, Polanco, las Lomas.