Bemol sostenido
- Alonso Arreola | @escribajista - Sunday, 11 May 2025 09:38



Estamos, una vez más, en la Feria Nacional de San Marcos. Decenas de miles de personas transitan por la zona designada al aquelarre de veintitrés días que año con año potencia la vida de Aguascalientes. Ingresando a corrientes de oceánica humanidad, avanzamos lentamente; atestiguamos cómo ha crecido y se ha modernizado la fiesta más grande del país. Letreros luminosos, animadores multiplicados hasta donde alcanza la mirada, música en bocinas de impetuosa especie. Bares, restaurantes, cantinas, tiendas, puestos que reflejan la inefable diversidad de sus visitantes. Todo asentado en las veras del río en que bogamos, aumentando el cauce conforme avanza la noche y el efecto de las tejuichelas (maravillosa invención del Bajío en que convergen el tejuino y la cerveza).
Del Cuartel del Arte al Foro de las Estrellas, pasando por el Foro Carranza, el Casino, el Foro del Lago y demás kioskos, tinglados y mesas de bingo y lotería, vivimos el fusilamiento de las bandas callejeras que compiten por sus oyentes. Incontables conjuntos de alientos y tambora que ametrallan con mayor o menor suerte, rayando los cien decibelios en que también se funden los mariachis.
¿Cómo distinguir la posición de tantas galaxias sonorosas en semejante universo sensorial? Pues… por la elevación de las tubas que sacan sus orejas a la superficie, no para tomar aire sino para entregarlo vestido de elefante. Sí. Hablamos de esas enormes trompas doradas en que se enredan los más valientes trabajadores del viento. Tipos que un día aceptaron su papel de Pípilas, sacrificados a la imperiosa extracción de notas graves, profundas. Un cimiento que exige toneladas de fruto pulmonar, así como una habilidad de fraseo descomunal.
La tuba que reina en toda la costa del Pacífico mexicano, con o sin percusiones que la sustenten, venida como su familia de la arenga militar. Porque sépalo, lectora, lector, la tuba es evolución de otro tipo de cañón. Hablamos del figle, también conocido como oficleido (“del francés bugle, influido por ophicléide; del griego hophis, serpiente, y kleis, llave”, según Wikipedia). Un instrumento de aliento creado para dar potencia a las bandas de guerra en Europa y especialmente en Francia. Justamente es por ese ejército que, en la intervención que va de 1861 a 1867, se populariza por México el uso de la tuba durante eventos militares, cívicos y religiosos.
En el porfiriato y su afrancesamiento, desde luego, adquiere su lugar definitivo entre los timbres de México y se afianza en Sinaloa, Michoacán, Jalisco, Zacatecas y Oaxaca. En este último estado, hay que decirlo, se conecta con dos mundos aparentemente distanciados: el indígena y el filarmónico. Un fenómeno que merece tratarse aparte, algún día.
Acabamos entonces con una recomendación. La de una banda que nos llamó a la distancia en la conocida Plaza de la Tambora, en una orilla de la feria de Aguascalientes, y que nos estremeció cara a cara. Los Oaxapens. Un grupo con arreglos virtuosos en repertorio variado, muy bien ejecutado (tenían que ser oaxaqueños) y, aquí lo relevante y que impulsó la escritura de esta columna: no con una, sino con dos tubas perfectamente coludidas, entreveradas, en un baile de impresionante factura. Atrás de ellas cabían saxofones, trombones, trompetas, clarinetes, congas, güiros y tambora. Búsquelos en su página de Facebook para que juzgue, como sus cuatrocientos treinta mil seguidores, lo que aquí hemos dicho. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.