Datalaxia:de la desinformación a la sobreinformación

- Germán Castro - Sunday, 11 May 2025 09:01 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Aunque se suele decir “de lo bueno, poco”, como una cualidad incontestable, el mundo parece haber tomado, con prisa y sin medida, precisamente el sentido opuesto: la abundancia en casi todos los ámbitos del hacer y el pensar han embotado el alma y las mentes, al grado de generar un estado continuo de confusión. Para tratar ese fenómeno, aquí se propone un término muy acertado.

 

Los lapsos de caducidad cada vez se acortan más. La obsolescencia ya no sólo es tecnológica: ahora envejecen también las ideas, los discursos, las emociones, los afectos, las tragedias… Todo es efímero, reciclable, prescindible. Parafraseando a Bauman, el presente se volvió líquido. No sólo eso: se volvió revuelto y, en muchos sentidos, indigerible. El ahora mismo empacha.

Hoy la calma es una extravagancia, y la estabilidad, una rareza. Ni nuestra capacidad de adaptación ni nuestra capacidad de asombro dan ya batalla. Velozmente, lo que es se descontinúa. Es muy frecuente escuchar que la Historia se ha acelerado excesivamente durante los últimos tiempos, tan frecuente que la condición extraordinaria de nuestra era ahora nos resulta ordinaria. Y es lógico, porque sería imposible vivir diariamente sorprendidos… Por más fenomenales que sean hoy nuestras circunstancias, nosotros no lo somos: seguimos siendo tan imperfectamente humanos como lo eran nuestros abuelos.

Desde la entrada al siglo XXI nos han sacudido pandemias, crisis financieras, catástrofes climáticas, guerras, la explosión de las redes sociales, el hiperindividualismo reiterado en cada selfi, la bigdata y la inteligencia artificial, fake news propagadas mediante algoritmos… Hemos normalizado vivir en sobresalto. El bombardeo no cesa: datos, cifras, mensajes, alertas, estímulos. En vez de comprender, apenas logramos reaccionar.

Piénsese en esto: en el año 2000, menos del siete por ciento de la humanidad tenía acceso a internet. Hoy lo tiene el sesenta y ocho por ciento. Pasamos de unos cuantos cientos de millones de usuarios a más de cinco mil quinientos millones. Nunca en la historia de nuestra especie había habido tanta gente en contacto con tanta gente. Pero tampoco nunca habíamos estado tan confundidos.

Aunque hoy más personas que nunca pueden informarse, también más gente está expuesta al engaño, a la manipulación y, sobre todo, al ruido. La desinformación se ha convertido en una plaga planetaria. No lo digo yo: el Foro Económico Mundial identificó en su informe de 2025 que el mayor riesgo a corto plazo al que se enfrenta el planeta no es el cambio climático ni una guerra nuclear ni una nueva pandemia, sino la misinformation y la disinformation: información falsa difundida por error, y con el propósito de tomar el pelo, respectivamente.

¿Es eso todo? ¿Es la mentira el peor de los males? Tal vez no. Tal vez el problema mayor ya no es tanto lo falso como lo inabarcable. Porque además de desinformados, estamos sobreinformados. Ya no sabemos si lo que nos paraliza es no saber… o saber demasiado.

Por eso propongo un concepto nuevo: “datalaxia”. Del latín data (datos) y el griego ataxía (desorden). No se trata de una infección ni de un virus informático. Es un trastorno cognitivo derivado del exceso de información. No nace del engaño, sino de la saturación. No es la mentira la que nos impide pensar: es el desbordamiento.

La datalaxia se manifiesta como una especie de parálisis lúcida: sabemos que algo anda mal, pero no sabemos qué. Nos cuesta distinguir entre verdad y simulacro, no por ingenuos, sino porque estamos rebasados. La avalancha de datos nos desorganiza, nos agota, nos desactiva.

Ya no es necesario censurar: basta con saturar. No hay que ocultar lo verdadero, basta con rodearlo de irrelevancia. Entre memes, escándalos fugaces, opiniones que cambian en cuestión de horas y titulares que duran cinco minutos, ¿cómo no íbamos a extraviar el juicio? La confusión no es una falla: es la norma.

La datalaxia no discrimina. Afecta tanto al que se informa en exceso como al que ya se rindió. Ataca al escéptico ilustrado y al crédulo militante. Al multitasker que cree estar al día y al que ya se fue a vivir al bosque. Es el síndrome de la mente colapsada por la abundancia de estímulos: información sin jerarquía, saber sin comprensión, conexión sin sentido.

Opinar no exige pensar. Saber ya no implica entender. Defendemos ideas al vapor con la pasión de cruzados medievales, nos indignamos por todo y por nada, compartimos lo que no leemos y debatimos lo que no entendemos. La datalaxia se expresa en esa hiperopinión desenfrenada, en la sospecha generalizada de que todo está manipulado, en la fatiga de vivir siempre en modo alerta.

Y entre tanto exceso, paradójicamente nos aburrimos. Tantos estímulos acaban por saturar nuestros sentidos. El sujeto contemporáneo ya no sufre por la carencia, sino por la abundancia. No es la falta lo que angustia, sino la demasía. No es el silencio lo que atormenta, sino el ruido.

Quizá en 2050 alguien mire hacia este presente nuestro con una mezcla de asombro, incomodidad y risa nerviosa. Tal vez se pregunten cómo sobrevivimos a tanto caos informativo, a tantos datos sin digestión, a tanta conexión sin conversación. O tal vez no se pregunten nada. Tal vez, para entonces, ya ni siquiera importe distinguir entre realidad y simulacro.

Obsoletos y dataláxicos, quizá ya habremos perfeccionado la apatía ilustrada: saberlo todo, sentir poco, chapoteando confundidos en la superficie turbia del presente líquido.

 

Versión PDF