De Cervantes para los maestros
- Alejandro Anaya Rosas - Sunday, 11 May 2025 09:03



Personajes valiosos en la historia de la educación de nuestro país abundan. Uno en especial nos viene a la memoria, porque un 15 de mayo, día del maestro, pudo convertirse en la encrucijada donde su relación con la docencia y la manera en que acabó con su vida, pudieron confluir trágicamente en 1974. Nos referimos a Jaime Torres Bodet, hombre de letras y de libros porque, recordemos, fue quien fundó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito. Jaime Torres Bodet formó parte de un grupo de escritores imprescindibles en la historia de México: Los Contemporáneos, así, con mayúsculas, porque la calidad de sus textos pocos la han siquiera rozado; además fue una generación que poseía un atormentado espíritu, que se refleja en su poesía y, en algunos casos como el de Torres Bodet o Jorge Cuesta, en el destino aciago de estos hombres. Decíamos, pues, que el 13 de mayo de 1974, el poeta enamorado de la educación se suicida, dos días antes de la celebración a los maestros, tal vez para no manchar con sangre esa fecha.
Pero no en todas partes el 15 de mayo se conmemora a los maestros; por ejemplo, es el 27 de noviembre cuando en España se les celebra, en honor a San José de Calasanz, su santo patrono. No es de extrañar que un sacerdote con vocación pedagógica sea la figura señera de la educación española, si pensamos que nació en el siglo XVI y murió en el XVII, es decir en un país y en una época donde el catolicismo era la religión oficial, cosa que duró hasta poco antes de la Guerra Civil española, acontecimiento bélico donde el maestro adquiere relevancia: los conocimientos de aquellos educadores estaban puestos al servicio de la libertad. En este contexto, quizás el más célebre de entre tantos anónimos héroes es el maestro que propuso llevar a sus alumnos de primaria a ver el mar, Antoni Benaiges. No cumplió su promesa porque fue asesinado y arrojado a una fosa común. Unos versos para esos docentes: “Con el alma en una nube y el cuerpo como un lamento,/ se marcha el problema del pueblo,/ se va el padre, se marcha el maestro”, escribiría Patxi Andión en una de sus más bellas canciones; por cierto, el cantautor también ejerció la docencia en la última etapa de su vida.
Ahora bien, aunque el tema podría prestarse, el propósito de estas líneas dista de un pronunciamiento sobre aciertos o fracasos escolares. La intención primordial, el núcleo de este escrito, es hacer un reconocimiento a los maestros, unas líneas de gratitud que no salen de esta pluma, la cual se encuentra a años luz de la excelsa pluma de quien las plasmó: la creadora de la novela más importante en nuestra legua, Miguel de Cervantes Saavedra.
Del autor del Quijote se ha dicho tanto, que sólo nos resta citar a Sergio Fernández con el fin de no caer en malentendidos, debido a la ironía cervantina, y de saber por qué el diálogo donde se alaba a los maestros no viene de héroes comunes, sino de un par de perros: “Lo natural, de ahora en adelante, no serán las lágrimas de alegría que derramen los héroes, sino las que viertan los hombres cuando Cervantes les arrebate la sabiduría para entregársela (puesto que no supieron aprovecharla para conservar la felicidad) a los animales y a los locos.” Así, en “El coloquio de los perros”, Berganza y Ciprión, dos sabuesos, se refieren a los maestros con unas palabras que debiésemos aplicar a cada docente: los de la ciudad, los de la sierra, los del campo, los que implementaron estrategias educativas antes de que los pedagogos de escritorio inventaran barbaridades, los que hacen dictados y leen a sus alumnos, los que luchan contra las tecnologías porque saben que no ayudan a aprender ni aprehender conocimientos, los que aceptan el fardo burocrático sabiendo que de poco sirve porque lo importante se lleva a cabo dentro de un salón; a todos los maestros de vocación… a todos los maestros estas palabras del gran Cervantes:
Berg.- […] quedéme sentado en cuclillas a la puerta del aula, mirando de hito en hito al maestro que en la cátedra leía […] luego recibí gusto de ver el amor, el término, la solicitud y la industria con que aquellos benditos padres y maestros enseñaban a aquellos niños, enderezando las tiernas varas de su juventud, porque no torciesen ni tomasen mal siniestro en el camino de la virtud, que, juntamente con las letras, les mostraban […].
Cip.- Muy bien dices, Berganza, porque yo he oído decir de esa bendita gente que para repúblicos del mundo no los hay tan prudentes en todo él, y para guiadores y adalides del camino del cielo, pocos les llegan. Son espejos donde se mira la honestidad […], base sobre quien se levanta todo el edificio de la bienaventuranza.