Enrique Semo en el laberinto de la Historia

- José Ángel Leyva - Sunday, 11 May 2025 09:13 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
A manera de una misiva, este texto presenta, comenta y encomia la vida y la obra de un intelectual de izquierda cuya trayectoria es larga y ejemplo de calidad profesional y congruencia política, Enrique Semo (Sofía, Bulgaria, 1930), mexicano por decisión y adopción, historiador y analista político, autor de más de una docena de libros, entre ellos, 'Crónica de un derrumbe, las revoluciones inconclusas del Este', 'La Conquista. Catástrofe de los pueblos originarios', 'Combates por la historia y el socialismo' y 'La izquierda mexicana en su laberinto'.

 

Querido Enrique:

Escribir cartas puede ser una tradición en desuso, y al mismo tiempo un acto de resistencia. Esta acción epistolar pretende contar y mostrar a tus lectores y los míos la andadura intelectual, militante, el esquema biográfico que definen tu personalidad y tu carácter, la forma y el contenido de tus ideas y tus actos. Alexander, tu asistente, me hizo favor de enviarme las cédulas de migración de tus padres, registradas en el puerto de Veracruz, el 15 de abril de 1942: Jacques Semo Bedjet y Esther Calev Azariá, judíos sefardíes, nativos de Bulgaria, de nacionalidad checoslovaca. A tus noventa y cuatro años, a pesar del accidente vascular cerebral que sufriste hace más de una década y te causó una hemiplejia, luces impecable. Así te vimos en la reciente FIL del Palacio de Minería, donde presentaste La izquierda mexicana en su laberinto, ante un auditorio abarrotado. Al escucharte, me parece que resuena el tono sefardita de tu lejana infancia. Los psicolinguistas y los neurólogos afirman que en las personas septuagenarias se activa una zona del lóbulo occipital que recupera el acento de la niñez, de la lengua materna. El ladino de tus ancestros se fue contaminando con otros idiomas como el francés, el búlgaro, el griego y el turco. El búlgaro, no obstante que lo hablaste hasta los nueve años en tu natal Sofía (1930), se esfumó de tu memoria, ahora habitada por los cuatro idiomas que aprendiste en tus mudanzas, iniciadas en 1939, al inicio de la segunda guerra mundial, cuando ya los nazis sembraban el terror en Europa y daban curso al Holocausto.

Viviste tu niñez entre la ingenuidad y la perplejidad, como escribiera Maimónides, tu antepasado español. Advertías que algo andaba mal. La familia abandonó Bulgaria para trasladarse a París y luego a Marsella. Escuchabas decir a los adultos que al ejército alemán le había bastado un mes para destrozar la defensa francesa y entrar en su territorio, marchando hacia el sur, donde habían encontrado refugio judíos y comunistas. También recuerdas a tu padre hablar con admiración de grandes personajes con quienes se cruzaba en el Vieux Port de Marsella, como el pintor Chagall, o el gran pensador Walter Benjamin, que se quitó la vida en Girona ante el temor de ser entregado a los nazis. Pero de eso tú ni te enterabas porque tu infancia estaba blindada contra el miedo. Guardas bellas escenas de Marsella, sobre todo cuando ibas con tus padres por la calle Canebière, la principal calle del puerto, para comer una pizza a la napolitana.

Fue en tu adolescencia cuando tuviste conciencia de la magnitud del peligro, cuando te enteraste de que tu padre había sido enviado dos veces a un barco que trasladaba reos a los campos de concentración, pero su amistad con un abogado francés, y gracias a su habilidad como cambista –su cédula de migración lo consigna como banquero y joyero–, experto en divisas, lo convertía en un personaje muy valioso para migrantes y locales. El cerco nazi se cerraba. Muchas familias lograron escapar de sus garras gracias a la acción de personajes como Gilberto Bosques, representante diplomático de México en Francia, que ahora tiene una rotonda y una estatua en Marsella. Pero ustedes, los Semo, tuvieron que huir a Lisboa para abordar el buque carguero San Thomé, adaptado para pasajeros. Su destino era Cuba, pero los submarinos alemanes merodeaban el Caribe y tuvo que desviarse a Veracruz. Cuando tu padre se enteró, buscó afanosamente un mapa para ver en dónde se localizaba México.

Varias veces me has contado que al llegar a este país tuviste la certeza de que habían encontrado su hogar. Incluso cuando radicaste unos años en Israel, de 1953 a 1957, porque deseabas vivir la utopía socialista del Kibutz. Así, combinaste tus ocho horas diarias de trabajo en el Kibutz Meguido y estudiaste en Haifa, en la Escuela Superior de Derecho y Economía, que años después fue absorbida por la Universidad en Tel Aviv. Y en Israel nació tu primogénito, Ilán. Sin dudarlo, tú y tu esposa fueron a la embajada Mexicana a registrarlo, porque era un niño mexicano, hijo de mexicanos. Nunca sentiste la tentación de adoptar otra nacionalidad, no obstante que podías, como muchos otros migrantes europeos, buscar tu zona de confort en Estados Unidos, sobre todo cuando fuiste profesor invitado durante cinco años en la Universidad de Nuevo México o cuando viviste otros cinco años (1967-1972) en Alemania por el acoso y las amenazas contra ti, en 1967, por parte del gobierno de Díaz Ordaz. A José Luis Ceceña, candidato a la dirección de la Facultad de Economía, lo habían raptado y golpeado brutalmente, lo mismo que a Eduardo del Río (Rius), a quien le habían hecho un simulacro de fusilamiento en el Ajusco. Cuando intentaron raptarte en pleno día, cerca de la taquería El Tizón, los clientes salieron en tu ayuda y los agentes tuvieron que volver a su auto y desaparecer. Era imposible dar clases porque a menudo aparecían agentes armados en tu salón. Sabías que tu seguridad y la de tu familia estaban en riesgo y decidiste viajar a Berlín Oriental. Tres de los cinco años fueron por un intercambio de profesores. Friedrich Katz fue contratado por la UNAM y tú por la Universidad Humboldt de Berlín. Katz, aunque mayor que tú tres años, fue uno de tus mejores amigos de la adolescencia y de por vida, es decir, hasta su muerte, en 2010, pues era hijo de un comunista alemán que había buscado refugio en México.

 

Inconformidad y rebeldía

Tu nombre fue recurrente en mi juventud. Yo era un muchacho de veintitrés años cuando tuvo lugar, en el Hotel de México, el XIX congreso del PCM y fui parte de la delegación de Durango. Tú y Arnoldo Martínez Verdugo –de quien siempre hablas con respeto y admiración porque fue uno de los dirigentes que encausó tu militancia y tu labor como profesional del partido–, entre otros, impulsaban la idea de una organización más amplia que incluyera otras fuerzas de la izquierda mexicana para hacer frente común a la hegemonía del PRI. Las tesis de ese congreso fueron revolucionarias y no podían dejar de traer sus consecuencias. Fue, de alguna manera, una señal de distanciamiento del estalinismo, que ya se había expresado en posiciones de rechazo del PCM a la invasión de la URSS a la Checoeslovaquia socialista, y también a Afganistán. Finalmente, el XX congreso, realizado a finales de 1981, desembocó en la extinción de la siglas del Partido Comunista y la creación del Partido Socialista Unificado de México (PSUM) como fuerza aglutinante de las izquierdas nacionales. Es curioso, querido Enrique, a lo largo de mi vida he tenido el privilegio de trabajar con ambos. Con Arnoldo en la revista Memoria, del CEMOS, donde fuiste un colaborador central, y contigo en la Secretaría de Cultura cuando me invitaste a formar parte de tu equipo. Ambos fueron mis jefes y aprendí mucho de ustedes, de Arnoldo su coherencia a toda prueba y el respeto irrestricto al trabajo de los demás; de ti aprendí a dialogar y a discutir sin cortapisas, a corregir con humildad, tu don de gente, tu disciplina inquebrantable.

Por ello, cuando leo tus dos volúmenes de obras escogidas publicadas por la UACM y el CEMOS: Combates por la historia y el socialismo y La izquierda mexicana en su laberinto, advierto que en esa reunión de artículos, ensayos y entrevistas, plasmas tu mirada crítica, tu perspectiva militante, de historiador que echa mano de las herramientas discursivas no sólo de la academia, sino también del periodismo. Pero me llaman poderosamente la atención tres tesis que expones en esos volúmenes. En primer lugar, que a los comunistas mexicanos les hizo falta leer más a los Flores Magón y a José Revueltas, porque ellos encarnaban una visión de compromiso con los movimientos sociales. Y en ese sentido, que la Revolución Mexicana sí tuvo en el magonismo un pensamiento anticapitalista, libertario, mientras que José Revueltas representaba un ejemplo de pensamiento crítico y de activismo político, de escritor comprometido con sus ideas y la literatura.

Revueltas me lleva de la mano a tu segunda hipótesis, de que el ’68 fue un acontecimiento revolucionario de alcances mundiales. Esa sublevación juvenil contra el autoritarismo, no sólo de los gobiernos sino en las propias familias, incubó en las estructuras rígidas del poder político tanto
en las sociedades capitalistas como en las del llamado socialismo realmente existente, que tú, con ironía, llamas del socialismo realmente inexistente. Ese pensamiento de rebeldía insubordinó a grandes sectores de Estados Unidos contra la guerra de Vietnam y la segregación racial, prendió la mecha de la Primavera de Praga, motivó el mayo francés y las movilizaciones populares en México. Pero sobre todo fue el germen del derrumbe de un gran experimento social convertido en dictadura, y no precisamente del proletariado, sino de la burocracia. Por eso tú y otros intelectuales comunistas sostenían cambiar el concepto de dictadura del proletariado por el de Democracia obrera.

Tu tercera tesis es que la inconformidad de los líderes de oposición dentro del socialismo “realmente inexistente” no buscaba acabar con la experiencia socialista, sino recuperar el camino extraviado del socialismo. Ya era muy tarde, las termitas rebeldes del ’68, los brutales embates del capitalismo y la ausencia de autocrítica habían precipitado el desplome de la Unión Soviética. Julio Scherer creyó en tu capacidad periodística e intelectual y te apoyó para que recorrieras los países del exbloque socialista. De esa aventura surgió tu libro Crónica de un derrumbe, las revoluciones inconclusas del Este (Editorial Grijalbo, México, 1991; Editorial Itaca, 2017).

No obstante, México ha sido tema de estudio en un noventa por ciento de tus trabajos teóricos y de investigación. Fuiste el primero en hacer un análisis marxista sobre los orígenes del capitalismo en México y tu libro La Conquista. Catástrofe de los pueblos originarios, en dos tomos (la segunda edición corregida y mejorada viene en un tomo, 2024), es una obra monumental para entender la historia económica de la Conquista, cuyo motor era el incipiente desarrollo capitalista en Europa. La Conquista no concluyó con la caída de Tenochtitlan, se mantuvo durante siglos, tal vez hasta la rebelión de los pueblos originarios, iniciada en enero de 1994. Tu análisis económico se detiene a examinar la importancia de un arma tan básica como la espada, en comparación con las mazas de los guerreros indígenas. Un instrumento de metal, punzocortante por ambos costados, que esgrime y arremete con la velocidad del rayo, que siega vidas a diestra y siniestra en manos de expertos espadachines, protegidos por escudos y armaduras de hierro. Afirmas que la superioridad europea sólo podría compararse con la invasión de un ejército actual a la España del siglo XVI.

Regreso a la utopía

Una muy larga historia de convicciones políticas te precede desde que arribaste a México. No sólo la guerra y el Holocausto te dieron conciencia crítica, también las enormes desigualdades y las injusticias en el país que hiciste tuyo. No venías de una familia de izquierda, pero tu hermana Mati Magdalena y tú asumieron esa posición sin titubeos. Y allí están las consecuencias. Mati casó con José Pardo Benjaminoff y tuvieron a Annie Pardo Semo (o Cemo), quien se casaría con Carlos Sheinbaum Yoselevitz y de ese matrimonio nacerían tres mexicanos: Julio, Claudia y Adriana Sheinbaum Pardo. Tus sobrinos nietos. De ellos tres, Claudia Sheinbaum, una mujer estudiosa, científica y de izquierda, llegaría a ser la actual presidenta de todos los mexicanos y mexicanas.

La tuya es una historia de vida y de lecturas que fueron conformando una extensa biblioteca especializada en historia económica. Veinte mil volúmenes que decidiste donar a la Universidad Autónoma de Ciudad de México. “No se trata sólo de donar mi biblioteca a una institución cualquiera –me has dicho por teléfono. La UACM es la Universidad que atiende a sectores marginales de la sociedad y que se proyecta hacia la periferia de Ciudad de México. Los principios sobre los que fue fundada esta universidad los comparto de manera íntegra. Además, participé en el diseño de su proyecto, en tiempos de AMLO como jefe de Gobierno.”

El mundo está que arde, querido Enrique, los demonios de otra guerra mundial andan sembrando la discordia, la expulsión y el exterminio de pueblos enteros por su color de piel, su credo, sus ideas, sus territorios; son síntomas de una ultraderecha empoderada y una izquierda desencantada y desorientada. Es hora, como solía hacer tu padre, de limpiar la mesa de la cena y comenzar la discusión sin complacencias. Tal vez la utopía socialista vuelva a ser el fantasma que recorra el mundo.

 

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