La flor de la palabra
- Irma Pineda Santiago - Sunday, 11 May 2025 09:26



Cuando una persona de una comunidad indígena fallece, duele a todo el entramado comunitario, porque no sólo se ha marchado al mundo de las almas una persona, también se va con ella un importante hilo que sostiene la red social, se va con ella la sabiduría heredada de sus ancestros, las experiencias acumuladas, la lengua y los cantos. Por ello el duelo es comunitario, la familia, los vecinos, las amistades, todos participan, todos aportan sus manos y su cooperación para preparar el cuerpo, hablarle con amor y pedirle permiso para que relaje un poco su rigidez y así poder vestirlo con su ropa favorita, o un traje nuevo, colocar en sus pies un par de huaraches, poner en la lumbre la olla de agua para el café, organizar a los hombres para ir a cavar la tumba, mientras las mujeres colocan las flores para despedir a la persona amada.
Cada pueblo tiene sus rituales especiales para despedir a sus muertos, porque deben irse con amor, con la luz de las velas que les alumbre el camino al otro mundo. Pienso en esto mientras escucho la noticia de que la activista originaria del pueblo ayuuk o mixe, de Oaxaca, Sandra Estefana Domínguez Martínez, desaparecida desde hace seis meses, ha sido localizada, no como su familia y sus querencias la esperaban, que llegase con su sonrisa, con su alegría, no, Sandra apareció sin vida, luego de que fue vista por última vez, junto con su esposo, Alexander Hernández Hernández, el 4 de octubre de 2024. Después de meses de indescriptible agonía para su entorno familiar y social, la Fiscalía General del Estado de Oaxaca informó, mediante un comunicado, que el “hallazgo” de los cuerpos ocurrió el 24 de abril de 2025 y que, luego de realizar las pruebas para constatar las identidades, reportaron a las familias.
Seguramente los funcionarios entregaron informes y cuerpos como se entrega cualquier oficio, así nomás, sin importancia, sin emoción, sin preguntarse de qué manera se realizaran los rituales para despedir a alguien que fue desaparecida, arrebatada de la compañía de sus seres queridos, qué rituales hay que hacer para que el alma de Sandra, que se alejó de su cuerpo mucho tiempo antes de ser abrazada por la tierra, retome el camino del inframundo, al que no debía marcharse ahora, a sus treinta y ocho años, con muchos sueños y planes para un futuro que anhelaba que fuese mejor para las mujeres indígenas. Por estos sueños, Sandra se hizo abogada, se preocupó por defender los derechos humanos, acompañó y defendió a muchas mujeres en casos de violencia intrafamiliar, digital y política, así como en casos de feminicidios.
Fue también Sandra quien, con mucha valentía, denunció la existencia del grupo de WhatsApp “Sierra XXX”, integrado por un centenar de hombres, casi todos originarios de la Sierra Mixe, donde compartían e intercambiaban imágenes de mujeres mixes, obviamente sin el consentimiento de ellas. En este grupo destacaban los nombres de algunos personajes políticos, funcionarios del gobierno del estado de Oaxaca, así como trabajadores del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. Luego de esta denuncia se intensificó el acoso contra Sandra, recibió diversas amenazas y, aunque las dio a conocer, las autoridades hicieron oídos sordos, hasta que fue
desaparecida.
Su familia, como mucha gente, deseaba que Sandra apareciera con vida, pero ya no está más entre nosotros para seguir acompañando las diversas luchas de las mujeres indígenas, para compartir sus experiencias y conocimientos en la exigencia de los derechos, en la búsqueda de mejores condiciones de vida para las personas indígenas. Seguramente, ahora su alma comparte con sus ancestras las historias que ya no puede compartir con su familia y, cuando llegue el tiempo, vendrá a visitar a su gente, a su pueblo; vendrá a saborear un atole, un agua fresca, los platillos que amorosamente prepararán para ella; mientras, las mujeres, los pueblos, nos quedamos huérfanos de su cariño y valentía.