Biblioteca fantasma

- Evelina Gil - Sunday, 18 May 2025 09:25 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Bálsamo maldito

 

“Con ecos de The Wicker man y Midsommar...” se lee en la contraportada de la novela que nos ocupa. Tiendo a desconfiar de este tipo de parangones que parecerían desmesurados, pero El verdor (Lince, México, 2025), de la autora mexiquense Alma Mancilla, no sólo cumple tan altas expectativas: las sobrepasa. Las disloca. Nos presenta un producto enteramente personal que, si bien nos remite a las antes citadas películas se caracteriza, entre otras cosas, por la ausencia de luz. El sol irradia pero el voraz dolor que carga Irene produce un efecto eclipse. El lugar donde busca remite a un remanso, se aproxima más al gótico, con todo y su exuberante vegetación que, a juzgar por el persistente olor al que se alude, no es nada placentero de ver ni de tocar.

Narrada en primera persona, El verdor desarrolla la historia o, mejor dicho, la mutación de una mujer de cuarenta y siete años en proceso de duelo por una hija adolescente fallecida en circunstancias que ni su propia madre sabe explicar, excepto detalles sueltos que cobrarán relevancia más adelante. Irene necesita apartarse de su entorno y, en particular, de Jorge, un esposo que pese a replicar su congoja, de manera, digamos, estoica, le reprocha no sobreponerse a la misma y la deja a la deriva con su pérdida y su trauma. Cuando a manos de la mujer llega un folleto anunciando un lugar que ofrece descanso, quietud y espiritualidad, no lo piensa dos veces para dejar atrás a su insensible esposo y buscar ese abrazo hipotético que nadie ha sabido darle, ni siquiera Mario, su mejor amigo.

Al llegar Irene a la hacienda medio en ruinas, la envuelve una oscuridad que podría proyectarse desde su interior, a sí es como parece entenderlo, y demorará un rato en advertir que no se trata de un asunto de ánimo. Ya de entrada se encuentra con personajes cuya sola descripción produce escalofríos: el joven y atlético Joel, la extravagante Ada, la gorda y mal encarada cocinera María, la preguntona e impertinente Estela, el trastocado Mario. Dicho así no parece algo de otro mundo, pero la forma en que Irene los describe, más allá de sus rasgos físicos o la vibra que desprenden, posiblemente a partir de su psique y espíritu trastornados, consigue estremecer al lector. No hay un solo pasaje sobre la estancia de Irene en esta hacienda que no esté impregnado de arcaísmo, abyección, sordidez y desvío, por mucho que ella pretenda encontrarle una explicación lógica, llegando a inculparse. Al producirse una herida que no evoluciona normalmente y, por
el contrario, pareciera estarse posesionando de su cuerpo, proceso que se expone con deslumbrante precisión, Irene continúa dudando de aquella realidad manifiesta y no cesa en su búsqueda de respuestas relacionadas con los orígenes de lo que pareciera ser un culto. Cualquier cosa que la abstraiga de su íntimo dolor, que es mucho mayor que el que le provoca aquella rara lesión cuya sola visión se torna repulsiva, verdosa, difícil de mirar, es tolerable.

Alma Mancilla (Toluca, 1974), rescata el fundamento del horror y crea personajes con los que resulta fácil conectar, aunque no necesariamente los comprendamos, como es el caso de la propia Irene, extraviada en un duelo complicado que la lleva a perder la sensatez y el instinto de supervivencia, lo que explicaría que no salga huyendo del recinto desde el instante en que brotan unas manchas repulsivas en su ropa de cama, o al aspirar la persistente pestilencia que no logra identificar. Se trata de una novela de terror, uno de mis géneros favoritos. Pero conforme avanzaba en la lectura consideré que podía leerse como metáfora de una pérdida intolerable que lleva a una persona a perderse a sí misma y/o a fundirse en la naturaleza junto con el ser amado. Las protagonistas de Alma Mancilla son seres solitarios y moralmente desvalidos que al no encontrar respuestas en el mundo real y “lógico”, se dejan arrastrar por circunstancias anómalas y aberrantes. Y siempre encuentran el bálsamo maldito.

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