Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 18 May 2025 09:27 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Por aquí no pasan dioses

 

Se ve que por aquí no pasó el PAN. El estacionamiento es chico pero adecuado y no tiene límite de tiempo ni parquímetros. Es la clínica 36 del IMSS en Pachuca. El gobierno federal la habilitó en uno de tantos hospitales que dejaron inconclusos los gobiernos estatales, desde Núñez Soto hasta Fayad, pasando por Osorio Chong y Olvera. Porque por aquí sí pasó el PRI. Y menos mal que dejó aunque fuera el cascarón, porque el panismo con trabajos habría dejado una barda y más endeudamiento y todavía más mafias.

A la entrada, el guardia me da la bienvenida. “¿En qué le puedo servir?” Pero no bajo la guardia. Porque un mes antes le sugerí a un burócrata de la Delegación del IMSS que nos habláramos de usted y él me dijo: “Aquí todos somos iguales.” Y sí, tenía razón, pero como de costumbre hay unos más iguales. Por si aquel botón de muestra no bastara, en mi clínica correspondiente, que es la 1, el médico unifila me había dedicado tres minutos de consulta tras cuatro horas de espera, para decirme que él no podía recetar medicina controlada sin antes hacerme unos estudios programados para nunca. Cuando quise explicarle mi caso a una jefaza, ésta me recordó que estábamos en un hospital público. Como su explicación me pareció perfectamente inapropiada ‒esas fueron mis palabrejas‒, abandonó su trono como a punto de abdicar o de lanzar centellas y me invitó a salir de su oficina en el acto ‒esas fueron las suyas, sus palabras‒ y como me negué se fue casi corriendo hasta el módulo de orientación y quejas.

Ahí, la trabajadora social escuchó con paciencia ambas versiones. Esperó a que se fuera la jefaza y prometió resolver la cuestión. Gracias a ella vengo a la clínica 36 mostrando mi orden sellada y preguntando qué debo hacer para el último estudio previo a mi “canalización a especializades”, una radiografía de tórax. Aquí la trabajadora social, tan amable y atenta como la de mi clínica, se está tomando todo el tiempo del mundo para resolver la situación de una joven paciente que viene de Ciudad Sahagún. Marca el conmutador, revuelve archiveros, revisa papeles y, en fin, intercede por la joven como si de una pariente suya se tratara. ¡Uy!, ¡viva!, ¡lo logramos, amiga!, ¡no puede ser!

La gente sigue llegando. Ya nos juntamos doce. La recepcionista lo advierte. Nos pide calma, aunque nadie se ha quejado (bueno, quizá me leyó la mente porque estoy maldiciendo con toda mi alma a la joven de Sahagún, por su aspecto y porque baila como si ya le anduviera, pero sobre todo por el imperdonable error de ir formada en la cola antes que yo). La trabajadora social interrumpe sus gestiones y dice con voz de catacumba: “Si alguien necesita un trámite rapidito, por favor manifiéstese.” Alzo la mano. Tarda menos de un minuto en instruirme. Haga esto y haga lo otro, al fondo a la derecha. Así que parto sin dolor bendiciendo urbi et orbi a quienes iban atrás de mí y hasta a la joven de Sahagún. La radióloga me pregunta si traigo objetos de metal, como alguna cadenita, por ejemplo. Le digo que la única que traía se me perdió…, porque era la de Carmen. Apenas sonríe.

Ahora nomás me falta seguir dando vueltas y vueltas a la farmacia donde el desabasto va a cumplir siete abriles. La del changarro se enoja porque a veces paso hasta tres veces al día. Me echa cacayacas y ojos de cuchillo cebollero pero, eso sí, sin despegarse ni una milésima de segundo de su esmarfon. “El enojado debía ser yo”, rezongo.

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A propósito de Ruvalcaba. Nada de sagradas escrituras ni de cultos a la personalidad ni de dogmas ni de pérdidas de fe. Esto no es una religión sino un movimiento político que necesita con urgencia la crítica y la autocrítica, la movilización organizada y el debate.

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