Octavio Paz y el laberinto de la compañía
- José María Espinasa - Sunday, 25 May 2025 07:10



Hace unos meses Adolfo Castañón llegó a la oficina, sonriente como casi siempre, y eso me anunciaba que de su morral sacaría algún libro nuevo. No fue uno, fueron dos: Arcoíris de artes y artistas y Octavio Paz entre claves. Ya en casa empecé a ojearlos y por razones bastante naturales me puse a leer el primero, uno de esos libros misceláneos que Adolfo compone con diversos textos que a lo largo de su vida ha ido publicando y que al reunirse rebelan una unidad no sólo insospechada sino casi milagrosa. Aquí el elemento rector son las artes plásticas. Cuando leo a Adolfo siempre viene a mi mente un pensamiento recurrente: qué enorme capacidad de trabajo tiene.
Mientras tanto, a un lado reposaba Entre claves, hecho en colaboración con Eduardo Mejía, al que le dedicaba miradas furtivas. Sabía que en algún momento la circunstancia me llevaría a él. Leía en Arcoíris un texto sobre José Moreno Villa y saltaba a uno sobre Manuel Felguérez y luego a otro sobre Rafael Argullol… y de nuevo miraba de reojo Entre claves. Había algo en él que me espantaba. Sin duda era un trabajo arduo y no encontraba bien la manera de “entrarle”. Es lógico: un índice consolidado no se lee como una novela, se consulta, no como un diccionario ni como una enciclopedia, pero se consulta. En un momento decidí que me hacía mucho ruido su presencia en la mesa de trabajo y me distraía del delicioso Arcoíris. Así que lo tomé y lo llevé al lugar que le corresponde, pensé, en el librero, junto a las Obras completas de Octavio Paz.
No sospechaba que mucho más pronto de lo que pensaba necesitaría consultarlo. Y en efecto, recordé que hace un par de años, en la inauguración de La Perulera como Casa Marie Jo y Octavio Paz, Adolfo y yo coincidimos, y hablé de Baudelaire y le pregunté a él, que en ese momento estaba en el público, por el momento en que Paz había leído por vez primera al autor de Las flores del mal. Cuando me entra alguna duda sobre Octavio Paz siempre pienso en Adolfo en primer lugar para aclarármela. Y, cortés, me respondió que era, desde luego, una lectura esencial para el poeta y, claro, para su interés en las artes plásticas, que era el tema que ocupaba mi participación en el coloquio. Y el recuerdo me llevó al librero, saqué el libro y busqué la entrada Baudelaire, Charles. Una página sobrada que podía contener tal vez unas trescientas menciones. Esa entrada del índice me facilitó volver a la reflexión sobre Paz, Baudelaire y la pintura y ese libro de apariencia difícil se volvía apasionante. Y me fui directo a otra entrada: Nerval, Gerard Labrunie: el autor de Las flores del mal le ganaba por goleada al de Aurelia, a pesar de que su extraordinario ensayo Los hijos del limo toma el título del gentil Gerard. Y va de nuevo el viaje de Entre claves al librero.
Hay una cierta necesidad de confirmar supuestos de la memoria que están lejos de ser documentados con notas al pie o fichas bibliográficas. Y agrego, además, que Adolfo Castañón y Eduardo Mejía suelen pensar en los lectores en un espectro amplio. Por ejemplo, estoy seguro de que ambos tienen en su biblioteca las dos ediciones de las Obras completas de Paz, la de Galaxia Gutenberg y la del FCE. Yo, en cambio, tengo unos tomos de una y unos de otra. Bueno, pues ellos dan la referencia en las dos ediciones. El uso de Entre claves para un lector contemporáneo, interesado en trazar mapas y cartografías, rutas e itinerarios de lectura de la literatura y el pensamiento contemporáneo es ‒será‒ constante, ese libro que alguna vez pensé inútil se me revela, como dirían los carpinteros, de uso rudo.
Dos asuntos léxicos. He usado a lo largo de esta nota la designación usual para cada referencia: entrada. Se usa para los diccionarios, las enciclopedias y los índices de todo tipo. Cada vez que la usaba me venía la idea de buscar de dónde viene esa acepción. Una rápida consulta digital al Diccionario de la RAE trae dicha acepción en el lugar ¡veintitrés! Pero las anteriores veintidós me parece tienen que ver simbólicamente, por ejemplo “entrada para un partido de futbol” o, la primera, “espacio por donde se entra a alguna parte”. Y se me ocurre que las entradas de diccionarios y afines no tienen salida porque se trata de laberintos de los que no queremos salir o no hay razón o necesidad de hacerlo. De hecho, en Entre claves Adolfo y Eduardo hacen de Ariadna inversa: nos deja un rastro de migas para entrar cada vez más en ese laberinto de Octavio Paz, que por cierto no hacemos en soledad sino, al menos así lo hago yo, acompañado por muchos lectores. En uno de mis libros, Notas para una política del texto, intento una especie de “Laberinto de la compañía” desde el punto de vista de un lector de Octavio Paz.
Otra nota léxica: claves. Es evidente su cercanía con llaves, la clave es una llave reflexiva, pero también es un término musical. ¿Afinados en qué clave leen a Octavio Paz Adolfo y Eduardo? ¿En qué clave lo leo yo gracias a ellos? Tal vez es ese el sentido de la frase resaltada en negritas en la contraportada de la edición: “Un índice no es una llave sino un llavero”. Y yo quiero darles las gracias a esos hacedores de llaves ‒la palabra cerrajeros me suena muy violenta‒ y recomendarles a ustedes conseguir el libro.
Entre claves nos permite, además, profundizar un poco en la figura que dibuja la escritura de Octavio Paz. En su Laberinto dibuja esa soledad del mexicano con brillo y precisión, pero a la vez la cuestiona al buscar, con su propia escritura, empezando por ese mismo libro, la vinculación social. Colectiva, generacional. El hombre de ese laberinto que describe es, como en las esculturas de Francisco Zúñiga o en los cuadros de Ricardo Martínez, un habitante del páramo, ese laberinto sin paredes. En aquellos milagrosos años cincuenta en los que se publica El laberinto de la soledad, Pedro Páramo y Confabulario, hay un libro clave, ¿Águila o sol? El popular volado es el equivalente nacional de la tirada de dados mallarmeana, y ésta se conjuga en esa bisagra entre la soledad y la compañía que es la pareja. La moneda en el aire gira y en su vertiginoso vuelo nos muestra entre una cara y la otra el canto de la moneda, el canto de la literatura jugándose su existencia entre la poesía y la prosa, y si cae de canto hablamos del poema en prosa. Pero qué tal si nunca cae, sino que sigue en el aire sin decidirse a abolir el azar. A eso le podemos llamar ensayo. Y un libro como éste se vuelve una manera peculiar de concebir el género ensayístico. Éste se piensa y necesita el diálogo como sustento y atmósfera. El ensayo se escribe siempre para otro, aunque ese otro pueda ser uno mismo. Paz, diez años después de ¿Águila o sol? ensayaría otro tipo de volado con las monedas del I ching en Poesía en movimiento.
Las monedas nos llevan entonces a un libro de contabilidad. Claves es un poco eso, un balance entre el debe y el haber, pero en donde entre más hay más se debe, condición maravillosa de la literatura que no se rige por la ganancia, aunque sí, tal vez, un poco por la pérdida. Perder es una virtud, perderse una disposición.