Ser visto o no ser visto

- Vilma Fuentes - Sunday, 25 May 2025 07:52 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En estos tiempos profundamente marcados por el individualismo y el narcisismo que conlleva, el cultivo de la propia imagen a través de casi cualquier medio, en especial en las redes sociales, se ha convertido en una práctica universal. Mostrarse, exhibirse, en mayor o menor grado parece ser ya una consigna de la que cada vez escapan menos personas. Este artículo explora esas ideas.

 

En su primera acepción, el exhibicionismo es una patología. Se trata de una pulsión que consiste en mostrar, en público, partes íntimas de su anatomía, como los genitales. Por extensión, en un contexto no sexual, es la complacencia al mostrar comportamientos considerados como íntimos o secretos. “Si existe una patología común a los asesinos en serie, más allá de sus técnicas y sus móviles, es el exhibicionismo”, señala el francoamericano Antoine Bello en su Eloge de la pièce manquante.

El término exhibicionismo proviene del latín tardío exhibitionem, participio pasado del verbo exhibere (mostrar, exponer, presentar), etimológicamente formado por ex (fuera) y habere (tener). “El verdadero exhibicionismo consiste en mostrar lo que no se tiene”, escribe Stanislaw Jerzy en su escrito Nouvelles pensées échevelées. Me tocó vivir un ejemplo de esta afirmación de Jerzy en el Metro de París. Sentada en un asiento plegable, sentí ligeros codazos de mi vecino. Sin volver la cabeza, me hice algo de lado para no molestarlo, creyendo que se trataba de una persona obesa a la que faltaba espacio, pero los codazos siguieron. Terminé por volver la cabeza y vi que mi vecino tenía en sus manos temblorosas una revista abierta, en una doble página, donde aparecía la imagen a colores de un joven desnudo con el sexo en erección. Comprendí que el escuálido pasajero deseaba que yo viera la foto de un enorme falo que él, sin duda, no poseía, pero de cuya carencia se consolaba mostrando la imagen. A sabiendas de que un exhibicionista, aunque no pase a la práctica de esta patología sino a través de una foto, intenta sorprender y causar temor, le pedí que diera vuelta a la página para continuar nuestra lectura. El tipo, desde luego, salió huyendo.

Hoy día, el concepto de exhibicionismo se ha generalizado y designa también la conducta de hombres y mujeres, de cualquier edad, que buscan llamar la atención de las más diversas maneras. Estas son tan variadas como las causas o motivos que empujan a una individuo a actuar de tal manera que su presencia sea notada por los otros. Una vestimenta estrafalaria, cabellos pintados con todos los colores del arcoíris, una larga barba, pasearse en shorts cuando cae la nieve, arroparse con un abrigo de pieles en pleno verano, hablar en voz muy alta o a gritos, treparse a una mesa para bailar, arrodillarse frente a una mujer en público, perseguir celebridades para tomarse una selfi a su lado, autorretratarse y poner en circulación las imágenes obtenidas a través de las redes sociales. ¿El clímax? Salir en la televisión: ser visto por un público innumerable, aunque no sea sino los instantes de una escena.

Pecado capital de la época moderna, el exhibicionismo se ha extendido como un virus contagioso. Ser visto, mostrarse, en persona o a través de fotografías, en la escena de un teatro, en películas, en restaurantes o en un mitin, ya no es solamente el deseo de unos cuantos. Mostrarse y ser visto son la mancuerna de una tentación a la cual se cede con facilidad, pues sus gratificantes consecuencias parecen anodinas. ¿No decía Oscar Wilde que “la mejor manea de vencer la tentación es ceder a ella?”

Como es evidente que no todo mundo puede salir en la televisión, aunque sea sólo el instante de una imagen, el actual exhibicionismo ha encontrado otros medios para realizar el deseo de mostrarse al mayor número posible de personas. Espada de doble filo: las redes sociales (Facebook, Instagram, TikTok, y otras) constituyen un espacio accesible, a través del cual una persona puede exhibirse a su antojo. Mostrarse de perfil o de cuerpo entero, disfrazado, bailando en un breve filme. Puede mostrar fotos de su infancia, de su familia, de sus amigos, de sus ídolos. Es posible también autodescribirse o contar su vida, señalar sus gustos y sus perversiones, si le da la gana. Pero también puede inventarse una biografía, crear un personaje ficticio de sí mismo, mentir… y no siempre con el fin de dar una mejor imagen, sino con el objeto de atraer incautos e incautas, citarse, pasar de lo virtual a lo real, transformar el cuento de hadas en pesadilla cuando no en crimen.

Desde luego, las autoridades de los más diversos países intentan reglamentar las prácticas en las redes sociales. Más allá de la restricción de libertad que esto puede generar, existe un problema que no puede soslayarse con reglamentos o leyes: la confusión entre lo real y lo virtual, esa pérdida de distinción entre lo que es realidad y lo que es ficticio.

Acaso la vida en un mundo virtual es más agradable que la existencia en un mundo real. Cabría preguntarse si no existe ya una buena parte de adeptos a las redes sociales que preferirían una existencia virtual e, incluso, convertirse en una persona virtual, lejos de guerras y catástrofes. Por fortuna, existen aún poemas y novelas que dan al lector una visión más vasta de la realidad, donde lo fantástico tiene cabida y hace germinar en la mente las imágenes de héroes y heroínas, santos y santas, creadores y creadoras que podemos ser.

 

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