Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 01 Jun 2025 09:40



SIEMPRE QUE NO se trate de un-refrito-más, verbigracia el soso y previsible par que en estos días satura las pantallas y llena los bolsillos de sus hacedores y exhi-bidores –Lilo y Stitch parte dos y Misión imposible enésima parte–, hay cine que tarda pero por fortuna llega. Es el caso de Bird (2024), que forma parte de la Muestra Internacional de la Cineteca y previamente lo hizo de festivales como Berlín y Cannes; en este último fue estrenada hace un año. La cinta es dirigida por la exactriz y presentadora televisiva, guionista y rea-lizadora británica Andrea Arnold, nacida hace sesenta y cuatro años en el condado de Kent, al sureste de Inglaterra. El dato cronológico-geográfico es relevante, no sólo para contextualizar el ambiente plasmado en Bird sino también el carác-ter de la breve pero sustanciosa filmo-grafía de Arnold, tres veces ganadora del Premio del Jurado en Cannes por Red Road (2006), Fish Tank (2009) y Ameri-can Honey (2016).
Reivindicaciones afectivas
ENTRE OTROS aspectos, lo que trasluce Bird es el conocimiento de primera mano que su realizadora posee de la vida coti-diana, las costumbres, estilos, gustos, anhelos, insuficiencias… de las clases británicas pauperizadas por la dilatada noche de un neoliberalismo nacido pre-cisamente en aquellos lares, que durante las cuatro últimas décadas ha puesto a la mayoría de su sociedad contra la pared de una larga lista de carencias, no sólo económico-materiales sino afectivo-emocionales, que se ponen de relieve de manera preponderante en la formación de las nuevas generaciones, y aún más particularmente en la educación en casa. En este sentido, Arnold acierta en el enfoque narrativo dado a Bird, puesto de modo enfático en Bailey (muy bien Nyki-yka Adams), una adolescente que, a sus doce años de edad, a querer o no está gra-bando con hierro un modo de vivir, sentir, dar y recibir que habrá de acompañarla el resto de su vida; pero el núcleo narra- tivo se complementa y enriquece con la mirada también intensamente puesta en su padre, a quien todos llaman sim-plemente por su apodo, Bug (estupendo Barry Keoghan), cuya evidentemente joven paternidad –no parece rebasar las tres décadas de vida– lo ha dejado para siempre carente de los elementos materia-les, emocionales y de conocimiento que le permitieran criar a Bailey, al menos, de un modo más organizado.
De lo único que la vida neoliberal no ha privado a Bug es de la capacidad de amar a su hija y manifestarlo como puede, así sea con tantos defectos que aquélla, natu-ralmente necesitada de acompañamiento y guía familiar, límites claros acerca de lo conveniente y lo riesgoso, así como un rumbo que le permita barruntar un futuro siquiera pasable, tiene que buscar todo eso fuera de casa. Paradójicamente, porque de a ratos es ella quien debe asu-mir el papel de guía o respaldo solidario, encuentra todo aquello en el personaje que da título al filme, Bird (entrañable Franz Rogowski), un desadaptado social, un freak solitario, ensimismado y esen-cialmente silencioso, cuya orfandad lo volvió un hombre predispuesto a la tris-teza pero también a la ternura. El afecto negado por un padre nulo hace de él un ser pletórico de afecto, mismo que no duda en expresar a Bailey, quien desde su propia soledad acompañada es quizá la única que podría entenderlo.
Valiéndose de lo fantástico, la directora Arnold plantea la reivindicación afectiva tanto de Bird como de Bailey, como si con este recurso planteara lo duramente accesible, cuando no en definitiva inal-canzable, del bienestar emocional –ya que el material resulta imposible y más bien es optimistamente relegado a un segundo plano–: Bug finalmente con-traerá el matrimonio anunciado desde el arranque del filme; en medio de la fiesta humilde hay reconciliación filial entre él y Bailey, y de seguro nada se ha resuelto en definitiva pero, en los derrotados páramos víctimas del neoliberalismo egoísta, la reunión sabe a victoria.