Un Turguéniev para resistir: Aguas primaverales y otras obras maestras

- Jorge Bustamante - Sunday, 15 Jun 2025 09:10 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Es inminente la aparición de la novela 'Aguas primaverales', de Iván Turguéniev, en la Editorial Aquelarre de Xalapa, en traducción directa del ruso de Jorge Bustamante García. El siguiente ensayo es un acercamiento a la figura de este escritor, considerado como uno de los grandes prosistas de la literatura rusa del siglo XIX, a la altura de Gógol, Tolstói, Dostoievski, Saltykov-Shchedrin y Chéjov.

 

Es raro encontrar un escritor que mantenga en casi todos sus novelas y relatos una intensidad tan moderada y permanente sin caer en excentricidades triviales, ni en recursos mediocres que opaquen su brillantez. “Ningún escritor de ficción, como Turguéniev, puede leerse de cabo a rabo con tan continua admiración”, comentó alguna vez el crítico Edmund Wilson. De sus personajes necesitaba su pasado, su circunstancia y sus minucias de la vida: “Así escribí siempre y todo lo que he logrado crear, antes que ideado por mí, me lo ha dado la vida”, escribió hacia el final de

su vida. Fue un estilista cuya escritura se nutrió de la vida, alcanzando un dominio casi amoroso de la palabra que insuflaba a sus personajes una textura densa, llena de contenidos y sentimientos profundos y volátiles a la vez.

Iván Turguéniev (1818-1883) nació en la provincia de Oriol, en el seno de una familia acomodada. La madre poseía tierras y muchos siervos campesinos. El padre, oficial de la guardia imperial, tuvo una vida disipada entre amantes y pasión por la caza. El escritor pasó la adolescencia y temprana juventud estudiando en varias escuelas de Moscú y prosiguió después sus estudios en la Facultad de Letras de la Universidad de Moscú y de Filosofía en la Universidad de Berlín. En 1843 ocurrió un hecho que marcó profundamente el resto de su vida: conoció en San Petersburgo a la soprano española-francesa Paulina Viardot-García, a quien profesó un amor inquebrantable hasta el fin de sus días, siguiéndola en sus giras por Europa, lo que le llevó a vivir prácticamente más tiempo en el extranjero que en Rusia.

Desde muy joven sintió una profunda atracción por la literatura y ya hacia 1844, junto con los jóvenes Dostoievski y Nekrásov, frecuentó el círculo de Vissarión Belinski, crítico audaz y visionario que supo descubrir, reconocer y analizar la obra de los nuevos escritores de su época. Tenía ojo clínico para detectar los nuevos talentos literarios y no vaciló un instante a este respecto cuando leyó la primera novela de Dostoievski Pobres gentes y algunas de las historias tempranas de Turguéniev, que luego conformarían los Relatos de un cazador.

 

Una grata bondad en el alma

Turguéniev fue autor de novelas y relatos fundamentales de la literatura rusa del siglo XIX, como Padres e hijos (1861), Relatos de un cazador (1852), Humo (1867), En la víspera (1860), Nido de hidalgos (1859) y Rudin (1856), cuyo protagonista principal está inspirado en la figura de Mijaíl Bakunin. Introdujo y popularizó el término “nihilismo” en muchas de sus novelas. Sus novelas breves Asia, Primer amor y Aguas primaverales gozaron de éxito, desde su aparición, entre los lectores rusos y después a finales del siglo XIX y durante el siglo XX, cuando fueron traducidas a muchos idiomas.

Aguas primaverales se escribió entre 1870 y 1871 y fue publicada a inicios de 1872 en la revista El Mensajero de Europa. Este sugerente relato pertenece al período tardío de la obra del escritor y cuenta la historia de amor de un rico latifundista ruso que desperdició sus mejores años. El rico propietario Dmitri Pavlovich Sanin ha alcanzado ya los cincuenta y dos años de edad. Revisando viejas cartas en un cuarto de su casa, se encuentra accidentalmente con una caja donde había una “pequeña cruz de granate”. Al verla, el hombre grita de emoción, se sorprende y se hunde en sus recuerdos, recreando así gran parte de su vida y de sus ilusiones perdidas. Es un relato sobre la infelicidad que produce la “realidad” que vive ese hombre a sus cincuenta y dos años, contrastada con la tenue alegría que le deparan los mejores recuerdos de sus años jóvenes, cuando todo era posible y todavía nada estaba perdido.

¿Qué se puede decir de todas las obras de Turguéniev en general? Que después de su lectura se respira mejor, se resiste mejor, y se siente una grata bondad en el alma. Que se percibe con nitidez toda la belleza de un mundo, que es a la vez supremamente contradictorio e injusto, pero que contiene también una suerte de fuente maravillosa de la que brotan impetuosos el amor y la luz. Es, en realidad, un escritor para resistir.

Tanto los tradicionalistas y conservadores, como los liberales, socialistas y radicales, criticaron con encono casi todas sus novelas. Para los primeros era un liberal radical, un peligroso conspirador, un nihilista más. Para los segundos no pasaba de ser un timorato, un moderado, políticamente indeciso y vacilante. Sin embargo, sin proponérselo, Turguéniev fue más audaz y visionario que toda esa pléyade de exaltados. Incluso fue más lejos que esos otros dos monstruos de la literatura de su tiempo, Tolstói y Dostoievski, que no lograron eclipsarlo, como afirma Isaiah Berlin en un penetrante ensayo sobre Padres e hijos:

Siendo Turguéniev un observador agudo y sensible, modesto y con enorme autocrítica como hombre y escritor y, sobre todo, no estando ansioso por imponer su visión al lector, ni predicarle, ni convertirlo, resultó mejor profeta que los dos egocéntricos y airados gigantes literarios con quienes se le suele comparar, y se percató del nacimiento de cuestiones sociales que, desde entonces, han cobrado importancia universal.

Turguéniev era un profundo y apasionado observador de los sentimientos y las relaciones personales, un amante de la naturaleza; la literatura al servicio de algo que no fuera ella misma, le parecía degradante y detestable. Sin embargo, casi todos sus libros son el mejor reflejo, el mejor análisis de las relaciones humanas dentro de una sociedad que se debatía entre un pasado y un presente injusto y opresivo y un futuro de opciones diferentes. Nunca la novela social ha alcanzado cualidades tan elevadas y auténticamente literarias como en Turguéniev. Fue un poeta de profundo lirismo extraviado en sus novelas de desesperado fondo social y humano. En ellas están los apasionados conflictos entre los occidentalistas y los nacionalistas eslavófilos, las disputas irreconciliables entre radicales y liberales, entre liberales y conservadores, los problemas generacionales entre viejos y jóvenes, entre padres e hijos.

Turguéniev en Europa

Obligado por su relación con Paulina Viardot a viajar mucho por Europa, Turguéniev se convirtió en una especie de intermediario entre la cultura rusa y la europea. Guy de Maupassant lo calificaba como un brillante novelista, que conocía a todos los grandes de su siglo, que leía todo lo que un hombre podía leer y que hablaba en todas las lenguas de Europa tan libremente como en su propia lengua.

Turguéniev promovió insistentemente a escritores rusos que ya se habían hecho famosos en Rusia pero eran poco conocidos en alemán, inglés o francés. Esto se aplica en primer lugar a las obras de Tolstói, Ostrovski, Goncharov y Piszemski, que recomendó a los editores para los que buscaba traductores. Muchas veces pagó honorarios con sus propios fondos. Para apoyar la emigración rusa celebraba tertulias literarias y musicales, y fue el fundador de la primera biblioteca rusa de París. Al mismo tiempo hizo mucho por dar a conocer en Rusia a los autores europeos, en especial a los franceses Émile Zola, Gustave Flaubert, Maupassant, Alphonse Daudet y muchos otros.

Fue el escritor ruso de su tiempo más conocido en el extranjero. Ninguno alcanzó su fama, ni su importancia, ni su influencia para los lectores europeos. Cuando George Sand leyó Relatos de un cazador le escribió entusiasmada: “Maestro, todos debemos asistir a su escuela.” Henry James escribió, por su parte, que la gran característica de toda la obra del escritor ruso es la concisión “ideal que no abandonó y que a menudo aplicó con singular fortuna. Tiene obras maestras de unas pocas páginas; sus creaciones perfectas son a veces las menos prolongadas”.

El encuentro entre Turguéniev y Flaubert tuvo lugar en 1863, cuando Turguéniev dio a su futuro amigo algunos de sus libros traducidos al francés. Flaubert le comentó: “Yo hace mucho que lo considero a usted un maestro. Pero cuanto más lo leo, más me sorprende su talento. Me fascina su forma de narrar, al mismo tiempo ferviente y discreta, su compasión por la gente, que se extiende a los más insignificantes y el dominio completo cuando describe el paisaje.” Nadie pensó que este encuentro se convertiría en una profunda e intensa amistad que se extendió hasta la muerte de Flaubert
en 1880.

Por iniciativa de Turguéniev se tradujo al francés la novela de Tolstói Guerra y paz, y cuando salió publicada se la regaló a Flaubert. Turguéniev alguna vez comentó que Flaubert, cuando vio los dos volúmenes gruesos delante de él, contó una anécdota sobre una campesina a la que un doctor le recetó un baño, y cuando la bañera estaba preparada, la campesina preguntó con miedo: ¿Tengo que beber todo esto? “Durante la lectura de Guerra y paz, sin embargo, Flaubert cambió su actitud con respecto a la novela y me envió varias notas expresando su entusiasmo por el Homero ruso. Tenía en muy alta estima a Tolstói”, recuerda Turguéniev.

Turguéniev fue, quizás, el más afrancesado de los escritores rusos del siglo XIX. Esto produjo muchas incomprensiones por parte de sus contemporáneos rusos y condujo a que su relación con otros escritores, como Tolstói y Dostoievski, fuera complicada y de muchos altibajos.

El escritor murió en Bougival, cerca de París, el 24 de agosto de 1883, debido a un cáncer de médula. Por expreso deseo suyo, su cuerpo fue trasladado a San Petersburgo y enterrado en el cementerio Vólkovskoie.

 

 

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