Una novela en el extremo: 'El rey se acerca a su templo', de José Agustín

- Hermann Bellinghausen - Sunday, 15 Jun 2025 09:34 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La obra de José Agustín, por donde se vea es acaso ya un clásico de la narrativa mexicana del siglo pasado... y todavía. Este artículo es el prólogo para la edición de 'El rey se acerca a su templo' en la serie de las obras completas de José Agustín en la colección Debolsillo Contemporánea de Penguin Random House, obra, se afirma aquí que “encarna el espíritu de una época que quiso cambiar el mundo pero sólo cambió de canal y le subió al volumen.”

 

La cercanía de José Agustín con las generaciones de la contracultura, aquestos sesen-setenteros, resulta epidérmica. Contestataria como decíamos entonces, pero sólo oblicuamente política. Su postura reside en los hechos que narra, y que lo interprete el que quiera. Drogas, sexo y el rock de la cárcel. El repertorio completo de mentes que se expandían e ideales floridos que se colapsaban enseguidita desfila sin pudor por El rey se acerca a su templo, prolongación extrema, decantada y desencantada, del viaje literario iniciado con el clic, clic, clic de La tumba y De perfil de frente en el origen de la nueva onda y las exploraciones en la otra realidad a través de las puertas abiertas de la percepción. Encarna el espíritu de una época que quiso cambiar el mundo pero sólo cambió de canal y le subió al volumen.

Aún para los lectores más jóvenes, José Agustín es como un temblor: todos se acuerdan dónde estaban, qué pocos años tenían, qué ropa traían puesta y de cuál fumaban el día que leyeron De perfil. Eso lo hace diferente del resto de su presunta generación literaria. La prosa de José Agustín, la agilidad infalible de sus diálogos y monólogos, su humor hilarante hasta en las peores, su reparto de sujetos descarados y mujeres desconcertantes, sexo bueno y sexo malo, un sube-y-baja entre el paraíso y el apando con escalas en los Viveros de Coyoacán, la Nueva Anzures, San Buenaventura y el Palacio Negro en caldo poético de buen rocanrol.

 

Las dos luces del rey

En El rey... convergen dos novelas opuestas y complementarias, Luz externa y Luz interna, especulares títulos beatlescos que en el fondo guardan pura simpatía por el Diablo. Diferentes en extremo, cargan con su aliento eléctrico al lector, ese personaje invisible tan importante en las narraciones de José Agustín. Luz externa escupe el insaciable monólogo de Ernesto cual almuerzo desnudo de un Joyce trepado en ácido, encuentro gonzo con la realidad a lo que dé, alarde único de pachequez sin fondo, pérdida de María la mujer amada y caída en las redes del mal.

Abundan las referencias al rock que todos jugamos, el amor, el desamor, el desafane, los recorridos y las sustancias. Con una desfachatez que ya hubiera querido el cónsul Geoffrey Firmin para iluminar su camino al infierno, nadamos el fluir de una conciencia en acelere sostenido hasta el encontronazo por la vía menos recomendable para la salud mental. Pocas veces la literatura mexicana produjo un festín de coloquialismos y silencios relampagueantes tan absoluto e hipnótico, una fascinación por la aventura-pasón digna de Hunter S. Thompson y su compadre mexicano el abogado Oskar Zeta Acosta, donde el nuevo orden es caos. Punto y aparte.

En Luz interna volvemos al José Agustín casual, costumbrista, confesional, a las decisiones erróneas y el deseo cargado de deseo cargado de. Ahora tenemos la historia de Salvador, el escucha cautivo del monólogo anterior, cuate detodalavida de Ernesto, quien no se mete nada más duro que un expreso. Andan ambos tras la misma chava, apetecible Raquelita. Ahora encontramos a Ernesto entambado en Lecumberri por traficar mota a lo pendejo una semana después de su épico monólogo. Ecos del Rock de la cárcel autobiográfico que le ocurriera al autor en el amanecer de los años setenta. Guiños leves pero inevitables a José Revueltas, de cuyas primeras obras completas José Agustín fue coeditor (con Monsiváis, Pacheco, Sáinz y Carballo) y epiloguista, por invitación del mítico editor Rafael Giménez Siles hacia 1967.

Salvador trata de hacerla por el lado leve, reprueba hasta la médula al salvaje amiguito que se carga, le parece un delincuente, un extorsionador de chavitas. Flota en nubes de incertidumbre y evasiones propias del hombre reticente e inseguro, buscándose por el lado blanco en la luz del siglo.

 

Agustiniana ciudad de ciegos

Tiene Luz interna dos episodios capitales: Raquelita con Ernesto en la cárcel y Raquelita con Salvador hechos una sopa por la lluvia y refugiándose en casa de la mamá de ella. En 1989 este episodio daría pie, literalmente, a la película Ciudad de ciegos.

Cuando el cineasta Alberto Cortés me buscó para escribir con él un guión con historias urbanas que ocurrían en un mismo departamento a lo largo de cuarenta años, me entregó una fotocopia del capítulo “Así actúa un guerrero en defensa de su gran príncipe” (los capítulos de El rey llevan títulos del I Ching, sugiriendo una sabiduría que los personajes definitivamente no tienen). Concretamente, del pasaje mencionado, cuando a Raquelita le saltan los pezones bajo la blusa mojada y Salvador para variar no sabe cómo avanzar. Alberto me dijo que por ahí quería la cosa.

El guión final de diez historias pasó por varias manos, incluidas las de José Agustín, además de Silvia Tomasa Rivera, Marcela Fuentes Berain y Paz Alicia Garciadiego. A la postre, la parte de Raquelita y Salvador se redujo a un videoclip con diálogos tiritantes y una buena cogida para la rola “Mil y una noches” (Pepe Elorza se llevaría un Ariel por el soundtrack) interpretada por los niños de Santa Sabina, siendo Raquelita una debutante y bella Verónica Merchant, y Salvador un empapado y huesudo Roberto Sosa Jr. El propio José Agustín participó en la jibarización del episodio, mucho más complejo en su novela.

El rey se acerca su templo contiene fuertes dosis de José Agustín sin diluir. Averno y redención en prosa envidiable, con la extrañeza que produce siempre la conquista del sentido común, no importa cuántas pruebas deba pasar el héroe.

 

Versión PDF