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- José Rivera Guadarrama - Sunday, 22 Jun 2025 09:27



Un archivo no siempre puede considerarse como objeto de representación artística, sobre todo porque muchas veces sus elementos no se encuentran almacenados o acoplados de manera precisa; su carácter discreto y disperso genera un aparente discurso inconexo, limitado a simple objeto histórico.
Sin embargo, el ejercicio de examinar el pasado como información implica la descodificación modular y con ello se generan visos de una consistencia estética en el archivo. Así, a partir de los años sesenta y hasta la actualidad, ha habido diferentes propuestas creativas relacionadas con la obra de arte como una forma de archivo, que podrían definirse como arte de la memoria, ya sea individual o colectiva.
En ese azar histórico es en donde interviene la creatividad, la sensibilidad estética para que el archivo sea retomado y comience una asignación o clasificación de nombres a los documentos, y ante esa frialdad objetual, la capacidad humana permite narrar, conjeturar y transformar el material histórico que hasta ese momento permanecía oculto.
Los materiales empleados pueden ser de diferentes tipos, en algunos casos constan de los ya elaborados, como imágenes fotográficas, elementos sonoros o de cualquier otra especie. Para ello, el artista tendrá que acercarse a ese tipo de memoria de acuerdo con el objetivo que se plantee como cuestión estética.
A diferencia de una representación histórica, el arte de archivo consta de una notoria sincronía y diacronía, ya no es una simple narración lineal e irreversible. Lo que quiere reflejar es una forma abierta a la interpretación, que ponga en evidencia la posibilidad de lecturas inagotables, dotándolas de nuevos significados. Un ejemplo es el collage, técnica muy empleada y recurrente durante la época de las vanguardias.
En Mal de archivo, Jacques Derrida expone cómo la fiebre del archivo suponía una pulsión por almacenar y registrar. A partir de la década de los sesenta, diversos artistas se dieron cuenta de que compartían una atracción común por el arte de la memoria, del archivo. En sus procesos creativos partían de situaciones conceptuales o minimalistas y empleaban medios como la fotografía, el índice, la compilación, la serie o la repetición, provocando una transformación de esos elementos.
De esta manera, en diferentes disciplinas de lo que conocemos como arte contemporáneo, el archivo es una herramienta frecuente que permite o provoca la reflexión, genera un análisis de los sucesos pasados desde distintos enfoques y vertientes, los cuales se pueden reinterpretar y hacen que las propuestas estéticas continúen avanzando.
Un artista representativo es Gerhard Richter, sobre todo con su pieza titulada Atlas, una colección de 802 hojas de fotografías, recortes de periódicos y bocetos que reunió desde mediados de los sesenta; considerada como una obra en proceso, es una especie de archivo personal de resonancias enciclopédicas en el que se alternan fotografías, recortes de periódicos y de revistas, dibujos y bocetos organizados en escenas familiares, pornográficas, experimentos espaciales, paisajes, vistas aéreas de ciudades, habitaciones, cartas de color, abstracciones...
Por su parte, Sol Lewitt, con la pieza Autobiography, establece una relación entre fotografía y archivo conformada por dieciocho libros de artista, en el que recoge miles de fotografías colocadas según una plantilla cuadricular y organizadas en distintas categorías. Hace un minucioso catálogo de su casa de Nueva York, un registro de objetos cotidianos, crea un autorretrato en el que no importa la representación del individuo sino el ambiente en el que vive. Las imágenes tienen una lectura abierta que introducen al espectador en su forma de pensar.
Estas prácticas artísticas surgieron como solución inconsciente a la necesidad de archivar y clasificar la historia, deviniendo en nuevos pensamientos, nuevos valores y comportamientos del quehacer estético que sigue desarrollándose hasta nuestros días.