Historias de dominio y servidumbre
- Alejandro Badillo - Sunday, 22 Jun 2025 08:56



En el capítulo inaugural de la serie multipremiada Downton Abbey (cuyas seis temporadas abarcan de 2010 a 2015), John Bates –el valet recién contratado de Lord Grantham interpretado por Brendan Coyle– admira las cajas de tabaco y otros accesorios lujosos del dueño del castillo que le muestra Thomas Barrow –el mayordomo adjunto o primer lacayo interpretado por Rob James-Collier– y le dice: “Qué curiosa nuestra tarea, ¿no?” “A qué se refiere?, le pregunta el otro. “La forma en la que vivimos con todo un tesoro pirata a nuestro alcance. Pero nada es nuestro, ¿no?” “No, nada es nuestro”, finaliza Barrow mientras lo mira con severidad. La perspectiva de los dos hombres es distinta porque Bates llega como sirviente después de haber sido herido en la guerra y tiene que recurrir a ese empleo ante la falta de oportunidades. No hay muchos antecedentes de Barrow, pero durante toda la serie queda patente su sueño por ascender en el escalafón del servicio que emplea la familia Crawley hasta el puesto de mayordomo. Por esta razón le parece extraña la observación de Bates: la servidumbre no puede darse el lujo de cuestionar la riqueza de los señores a los que entrega su vida. A pesar de las suspicacias del recién llegado, su historia dentro de la trama evita cualquier confrontación con la familia a la que sirve.
Julian Fellowes, creador de Downton Abbey, se ha especializado en retratar a la nobleza y la servidumbre de finales del siglo XIX y principios del XX. Es, por supuesto, un tributo a la nostalgia y, al mismo tiempo, un dispositivo ideológico que diluye las diferencias de clase para sustituirlas por una feliz convivencia en la que cada quien acepta su posición en la pirámide social: los amos –en este caso terratenientes herederos del mundo feudal– dirigen sus propiedades por medio de un pequeño ejército al que tratan con un paternalismo que sirve para marcar un límite bondadoso entre los de arriba y los de abajo; los sirvientes, por su parte, no se asumen como trabajadores –eso ocurriría con las conquistas laborales que llegaron después de la segunda guerra mundial– sino como habitantes permanentes de espacios que no son suyos. Son sombras de aquellos a quienes sirven.
Atrás de la narrativa que suaviza cualquier aspereza social existe, por supuesto, otra historia. En 1973 el periodista inglés Frank Victor Dawes publicó Nunca delante de los criados: retrato fiel de la vida arriba y abajo. El libro recopila las experiencias de antiguos sirvientes que alcanzaron a vivir en las mansiones victorianas de inicios del siglo XX. Las anécdotas, por supuesto, distan mucho de la ficción. Una de las cosas que más asombra al leer los testimonios es la explotación física que sufrían los criados y criadas para mantener los espacios listos para sus señores. En la visión hollywoodense que nos presenta diversas fantasías de épocas pasadas, desde la Edad Media hasta el auge de la era industrial, la cotidianidad evade cualquier referencia a lo que se tenía que hacer para calentar las habitaciones en invierno, preparar la comida, limpiar el piso o alumbrar de noche, entre otras faenas durísimas antes de la llegada de la electricidad y la tecnología moderna. La niebla casi perenne que aparece en los cuentos de fantasmas victorianos como los de M.R. James o Charles Dickens, por ejemplo, eran producto del uso intensivo del carbón que dañaba seriamente la salud de la servidumbre.
El libro de Frank Victor Dawes tiene una especie de continuación en Servir a los ricos. Una mirada crítica a la intimidad de la élite social y económica, de la socióloga francesa Alizée Delpierre. Publicada este año, la investigación se basa en la experiencia de la académica como trabajadora doméstica para una familia muy rica. Al mismo tiempo, Delpierre realiza una serie de entrevistas a sirvientes y millonarios franceses que los contratan. En una época en la cual la desigualdad es un tema de todos los días, conocer la realidad que se vive en las mansiones de la élite del siglo XXI nos indica que, en esos casos, la relación feudal entre sirviente y amo se ha actualizado con pocas variantes. Mujeres migrantes del Sur Global forman la mayor parte de una oferta laboral que vive entre diversas contradicciones: se sienten afortunadas de poder ganar dinero después de huir de sus países de origen por diferentes tipos de violencia o por desempleo; por otro lado, son conscientes del nivel de explotación que sufren, pues no hay horarios laborales. Como antaño, se integran a la dinámica familiar como si fueran un miembro más, aunque sin ningún poder de decisión más allá de los pocos espacios de independencia que, con mucha dificultad, pueden lograr. Inmersas en una relación informal –pues los controles legales no llegan al ámbito privado de los ricos–, comparten información entre ellas para evaluar ofertas de trabajo y alertar a las demás de patrones violentos.
El terror al sirviente y la paranoia del poderoso
Las historias de dominio y servidumbre reflejan, muchas veces, la paranoia del poderoso ante una posible rebelión. Como afirma Delpierre, hay una convivencia problemática entre las dos clases sociales cuyas diferencias son abismales. Los señores y señoras se relacionan con sus sirvientes en los espacios íntimos de su hogar. En ocasiones los usan como confidentes y, en otras, como parte de una coreografía silenciosa que forma parte de todo tipo de convivencias y rituales. El desconocimiento de la realidad del subordinado, la ignorancia de lo que pasa por su mente, perturba la tranquilidad de los ricos. La socióloga recopiló confesiones que reflejan esa incertidumbre. Por esta razón usan la tecnología –en particular cámaras de videovigilancia– para saber en dónde están sus sirvientes y qué hacen. La mejor forma de hacerlo, como sucedió en el pasado, es lograr una fidelidad que elimine cualquier cuestionamiento al orden social. Los mayordomos de antaño, ahora convertidos en jefes de personal, son los guardianes más escrupulosos de las reglas, pues han ascendido en la pirámide de sirvientes, aunque nunca pasarán de ese límite.
El terror al sirviente que se rebela es, también, un tema importante en la Ciencia Ficción, pues se ha acelerado nuestra dependencia tecnológica. En Alien –la primera película dirigida por Ridley Scott, estrenada en 1979– un androide hace el papel de un Caballo de Troya en la nave espacial Nostromo. Su misión es recuperar al peligroso extraterrestre sin importar las vidas de los tripulantes humanos. Otra película de Scott –Blade Runner, de 1982, basada en una novela de Philip K. Dick– especula con una rebelión de “Replicantes”, androides casi indistinguibles de nosotros. Estos sirvientes hacen trabajos duros en las colonias humanas en el sistema solar, incluso sexuales. Unos cuantos cobran conciencia de su condición y, sobre todo, de su finitud, y llegan a la Tierra en busca de su creador. Esta posibilidad –la de un esclavo artificial que adquiere noción de su individualidad y quiere su independencia– es una de las alegorías más inquietantes para la élite pues, más allá de su posibilidad científica, describe lo que imaginó Hegel en su famosa “Dialéctica del amo y el esclavo”: el poderoso somete al débil, pero al final se da cuenta de que no puede tener el control absoluto del otro, pues depende de éste para su subsistencia. La independencia del sirviente, cuando adquiere conocimiento de su poder y capacidad de organización, es un tema que no ha perdido su vigencia a lo largo de buena parte de la historia humana.