La actuación, un mar que salva…
- Mario Bravo - Sunday, 22 Jun 2025 09:05



“No sé si me identifico con la etiqueta de actriz. A veces siento que no quepo en tal clasificación porque en ese mundo hay cosas que no me gustan: la exposición, el deber de tener una vida externa tan constante y presente… eso me cuesta mucho trabajo. En cambio, me considero más una artista. Siento felicidad y plenitud al crear. Me importa mucho que el espectador se pregunte, reflexione e incluso sea curado por algo que yo expongo: ¡mi deseo es ser una curandera!”, expresa Dolores Heredia en charla con este suplemento cultural.
El patio de una iglesia
‒¿Qué elementos de su ciudad natal fungieron como caldo de cultivo para su aproximación
al arte?
‒En gran medida, mi cercanía con el mar y el desierto. Recuerdo que una vez Roberto Benigni dijo: “Cómo un italiano no tendría cercanía con el arte, ¡si en este país se nace rodeado de arte!” En mi caso, nací rodeada del arte de la naturaleza con unos amaneceres y unos atardeceres extraordinarios. Mi papá fue un poeta inspirado por ese ambiente y por la vida; él me enseñó a ver el cielo, así como me hablaba de las estrellas y los planetas. Aunque provengo de una familia en la cual fuimos diez hermanos, siempre estuvimos abiertos a recibir nuevos amigos. Obviamente, en mi casa había mucha gente, bastante conversación y juego. También mucho cuento: mi papá contaba grandes historias al ser un hombre que viajó durante bastante tiempo en barcos, pues trabajó de marinero. Él tuvo una riquísima experiencia de vida. Durante casi una década vivimos en un hogar perteneciente a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Esos fueron años formativos en mi estructura espiritual y con respecto al teatro, al cine y la representación. Mi papá era algo así como el sacristán de dicho recinto, por lo tanto, mi familia tocaba las campanas y arreglábamos los elementos del ofertorio. Eso me marcó. Mis sueños recurrentes, casi siempre, transcurren en ese lugar en donde se cantaba e incluso había un teatrito en el patio mayor. De niña no me imaginaba siendo actriz en el futuro; sólo escribía mucho y dibujaba. En realidad, traía un gran mundo interior que me jalaba a buscar una forma de expresión. Y los caminos se fueron abriendo.
Volver a nacer
“Antes de ingresar al Centro Universitario de Teatro ‒CUT‒ de la UNAM, hice mucho teatro en La Paz y en los pueblos. En esa etapa me acompañó Rubén Sandoval, quien me impulsó, me dio soporte y me hizo descubrir mi pasión por la actuación. Él me dijo que debía irme al CUT”, reflexiona Dolores Heredia sobre sus inicios en el mundo teatral.
‒Usted arribó a la capital del país con veinte años de edad. ¿Cómo registró su cuerpo esa mudanza al dejar aquella casa con un mar, un cielo y varios paisajes inigualables?
‒Fue como subir de rodillas a una montaña. Se suscitaron todos los cambios imaginables: dejar mi hogar, vivir sola, conocer el Metro, adaptarte a una ciudad tan grande en la cual no se veía el cielo. Tenía una necesidad de mar, misma que todavía siento. Hace poco, en redes sociales, leí una frase que me define: “El mar me salva de ahogarme.” Esa etapa fue ruda pero también, rápidamente, recibí cosas intensas y sorprendentes, por ejemplo, descubrir las capacidades y limitaciones físicas de mi cuerpo. Esa disciplina la aprendí en el CUT: llevar un cuerpo al extremo. Ahí descubrí mi capacidad para ver como estímulo un reto por enfrentar. En esta ciudad volví a nacer.
“Vienen a mirar la muerte”
‒Compendiando tanto sus primeras incursiones en La Paz, Baja California, desde un teatro juvenil y amateur hasta lo vivido en el CUT, así como en las posteriores décadas dedicadas al arte, el momento previo a que se abra el telón, ¿a qué se parece? ¿Es un parto? ¿Es la muerte? ¿Es como volar?
‒Sólo acotaría algo: dices teatro juvenil y amateur. Difiero mucho de eso porque expresa una relación muy centralista al pensar que el teatro profesional es sólo aquel que se hace en Ciudad de México. Asumo que en Baja California hice un teatro profesional, pues cobrábamos, existía una producción, se vendían boletos e imprimían carteles, y allí estaba el público… ¡Creamos una comunidad teatral! No lo llamaría amateur, sino que fueron mis inicios en el teatro. Debemos cambiar esa formulación y hacer una reingeniería para que el teatro fuera de la capital de México tenga el mismo valor; asimismo, busquemos que los actores no deban abandonar su estado para profesionalizarse. En cuanto a tu pregunta, recuerdo la primera vez que me paré en un escenario. Eso fue dentro de un teatro del IMSS en Tijuana. Todo estaba listo. Me sentía tranquila y emocionada ante el bullicio de la gente; pero abrí un poquito el telón para ver al público y, en ese momento, sentí que el corazón se me saldría del pecho. Descubrí que estaba haciendo algo verdaderamente horroroso y terrorífico: ¡todos estos vienen a ver que me equivoque o lo haga mal; aunque también a sorprenderse y están con curiosidad! Es como el teatro romano: vienen a mirar la muerte. Sientes un miedo que impulsa, es un horror que maravilla y un abismo que te da vida. Esos instantes previos a que se abra el telón… ¡sí, son una pequeña muerte!
Cuando fui niña siempre me gustó mucho ir a la escuela; sin embargo, al salir de casa, decía: “Ojalá llegue un huracán junto a un viento tan fuerte como para llevarse la primaria, que los maestros desaparezcan y el agua borre todo para no tener clases…” Cada vez que voy al teatro vuelvo a sentir lo mismo pero, al estar sobre el escenario, simplemente sé que no puede ocurrir nada más maravilloso como la apertura del telón y el encuentro con el público.
El poder de la adaptación
‒Los ojos del espectador en el teatro, ¿cómo se distinguen en comparación con la mirada de la cámara en el cine?
‒Es muy diferente porque en el teatro estás completamente expuesto. No controlas la mirada, sino que todo sobre el escenario es susceptible de ser visto, pues está puesto sobre la mesa para ser devorado, degustado, digerido. En cambio, en el cine, la mirada está prefabricada y colocada para que el espectador vea aquello que la cámara muestra tras el previo trabajo entre el director, el fotógrafo y la lente. En el teatro esa mirada es mucho más amplia. Eso influye mucho en cómo utilizas tu corporalidad.
‒¿Cómo es su proceso al construir personajes?
‒No hay una manera específica. Uno de los caminos que el actor debe aprender es el poder de la adaptación en nuestras técnicas. Puedes llegar con un director que ni siquiera te da el guión, sino que te encamina, paso a paso. También puedes estar ante alguien que casi no te dice nada, pues muchas veces los directores no cuentan con las palabras para explicar lo que quieren, sino que confían en la formación del actor y en su capacidad para traducir todo lo escrito en el propio guión, y así convertirlo en imágenes y emociones. Debes hacerte de todas esas herramientas pero, sobre todo, necesitas ser un constante adaptador e intérprete de aquello que el director quiere que plasmes. Eso es muy complicado. Es hermoso dejarte ir, despojarte y rendirte a una nueva interpretación de la mano de otro cerebro, de otra humanidad. Siempre he dicho que el actor vive más porque, constantemente, estamos expuestos a nuevas situaciones, inéditos riesgos de vida, es decir: un diferente personaje traducido, primero, por el guionista y el director y, después, traducido por el fotógrafo, más todos los demás elementos como la edición y el sonido. Eso complementa lo que estás actuando. En cada proyecto echo mano de cosas diferentes aunque, normalmente, construyo una sonoridad alrededor de un personaje y creo sonidos, música y hago una playlist. En muchos casos recurro a la poesía, a los libros e incluso a otras películas. A veces necesito aislarme; en otras ocasiones requiero todo lo contrario y estoy entre la gente, asisto a conciertos, camino en el Centro Histórico o visito una playa.
Privilegios en Cultura
‒¿Qué análisis realiza acerca del abordaje hecho por los gobiernos de la autodenominada 4T con respecto a la cultura y las artes?
‒Es complejo. Opino que se han puesto los candados para que la cultura no siga siendo un privilegio. Hubo mucho enojo en bastante gente de mi comunidad, y también les doy la razón, ya que muchas veces no existieron maneras diligentes de exponer esta situación por parte del gobierno federal. Creo que debíamos esperar y colaborar, así como abrirnos para hacer los cambios requeridos en un país como el nuestro, en el cual la cultura había sido un privilegio. Los fondos, generalmente, se iban para las mismas personas. Hoy vivimos momentos de reestructuración, pues los presupuestos deben reacomodarse e incluir a quienes no habíamos visto: una compañía teatral en La Huasteca o aquellos que viven a las orillas de un río en Tlacotalpan. En la radio, hace un rato, escuchaba un coro de una orquesta mixe… ¡Una joya! Aquí debemos caber todos. Eso se está haciendo y es un trabajo largo.
Ítaca
‒Para usted, el arte es una herramienta para encontrar sentido a la vida. ¿Cuál ha sido su hallazgo?
‒Aún no poseo esa respuesta. Cuando obtenga ciertas contestaciones, probablemente iré a mi hamaca para gozar de la vida. El motor es la búsqueda. Despertarse con una pregunta y seguir buscando, eso me mueve.
‒Eso se parece a la reflexión de Constantino Kavafis en el poema “Ítaca”, que dice que lo importante no es llegar a Ítaca, sino que lo verdaderamente relevante es el viaje…
‒Hace poco volví a leer ese hermoso poema que para mí es una referencia.
‒¿El arte la salva de ahogarse?
‒Sí. Muchas veces me ha salvado.