Diario de Argelia (fragmentos)

- Vittorio Sereni - Sunday, 29 Jun 2025 23:25 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

 

No hay muchos poetas italianos de la segunda mitad del siglo XX que a lo largo del tiempo hayan logrado el respeto del que goza Vittorio Sereni (Luino, 1913-Milano, 1983), a pesar de haber publicado sólo cuatro poemarios: Frontera (Frontiera, 1941), Diario de Argelia (Diario d’Algeria, 1947), Los instrumentos humanos (Gli strumenti umani, 1965) y Estrella variable (Stella variabile, 1981). Nacido en Luino, un pueblo de Lombardia cerca de la frontera con Suiza, en las riberas del Lago Maggiore, en 1933 llega a Milán para cursar la carrera de Leyes, que pronto abandona por la de Letras. Durante sus estudios conoce a varios intelectuales que se vuelven sus amigos: críticos literarios como Luciano Anceschi, artistas como Renato Guttuso, poetas como Salvatore Quasimodo, Leonardo Sinisgalli, Alfonso Gatto y Antonia Pozzi. Colabora con revistas destacadas como Frontespizio, Letteratura, Campo di Marte y Corrente, y trabaja como maestro de italiano y latín en un Liceo de Modena. Empieza la segunda guerra mundial, y Sereni, oficial de infantería, debe enrolarse. Después de viajar con su compañía a Grecia y volver a Italia, prácticamente sin combatir, en 1943 es enviado a Sicilia; allí las tropas aliadas lo toman preso junto con sus compañeros cerca de Trapani, en la costa oeste de la isla. Pasa los dos siguientes años en Argelia, primero, y luego en el Marruecos francés, en campos para prisioneros de África del Norte, bajo el mando estadunidense. Terminada la guerra, regresa a Italia en julio de 1945. Retoma sus clases en Milán, para luego entrar a trabajar en la fábrica Pirelli y, a partir de 1958, en Mondadori, en calidad de director editorial. Deja su puesto en 1975, cuando ya había empezado a viajar (Barcelona, Praga, Holanda, Estados Unidos, Egipto, México –en 1974–, Provenza). Muere en Milán en 1983 a causa de un aneurisma.

La poética de Vittorio Sereni se desarrolla de forma homogénea ya desde su primer poemario: como en el Montale de Huesos de sepia (1925), también en Sereni la realidad parece estar cerca de “traicionar su último secreto”, y sin embargo nada es revelado detrás del velo que la cubre y disfraza, volviéndola hostil a los humanos. De allí los sentimientos de espera, duda, suspensión, misterio e inefabilidad que recorren toda su poesía. A diferencia de los herméticos, en Sereni siempre hay un enfoque concreto: los objetos y los hechos no son misteriosos por razones metafísicas, sino por una falla histórica o existencial que los ocupa al igual que los hombres, sin salvación posible que no sea, precisamente, la observación, la conciencia, la memoria, la búsqueda del contacto y el diálogo, los afectos, la amistad. El poeta exhibe entonces el registro doloroso de una condena terrenal que no quiere opciones celestes, sino que está en las cosas, y trata de aislar y rescatar del flujo cotidiano los momentos más llenos de sentido, o los que así parecen. De esta forma Sereni logra construir un discurso que, a pesar de estar roto y ser provisional, casi siempre tentativo, se impone por su alta necesidad e intensidad, y estilísticamente, por la concentración expresiva y la reducción de la experiencia propia y ajena a una esencia entrevista y valiosa, aun cuando improbable.

El Diario de Argelia (1947; segunda edición aumentada, 1966), basado en la experiencia directa como preso en los campos de reclusión de África del Norte, relata el desfase entre vida y kairós (momento propicio), historia e Historia, deber moral y culpa, libertad y destino: Europa ardía, pero Sereni estaba fuera de todo, derrotado, aislado, condenado a una exclusión impuesta y sentida como una forma larval de existencia. Sólo la belleza y el deporte, por su poder de rescate del anonimato, su valentía y su gracia, parecen conservar algún valor, aliviando el agobio; y la profunda ternura que sólo el derrotado, el excluido, el condenado puede sentir hacia sus hermanos, pertenezcan al ejército propio o al ajeno.

Del Diario de Argelia proponemos algunas versiones que el poeta mexicano Marco Antonio Campos y el que escribe preparamos juntos. Son inéditas.

Stefano Strazzabosco

 

 

Italiano en Grecia

 

Primera noche en Atenas, extenso adiós

de los convoyes que rozan tus bordes

colmados de agobio en esta larga semioscuridad.

Como un duelo

he dejado el verano entre las curvas

y mar y desierto es el mañana

sin ninguna estación.

Europa Europa que me miras

descender inerme y absorto en un grácil

mito mío entre las filas de los brutos,

yo soy un hijo tuyo en fuga e ignoro

todo enemigo menos la tristeza

o alguna rediviva ternura

de lagos de frondas tras los pasos

perdidos,

estoy vestido de polvo y de sol,

voy a condenarme a enarenarme por años.

 

Pireo, agosto de 1942

 

 

Dimitrios

 

A la tienda se acerca

el pequeño enemigo

Dimitrios y me sorprende,

de pájaro tenue chillido

en el cristal del mediodía.

No tuerce la boca pura

la gracia que pide pan,

no se vela de llanto

la mirada que hambre y miedo

deslíe en el cielo de infancia.

 

Ya está lejos,

sutil remolino

que el bochorno cancela,

Dimitrios – en estos páramos avaros

apenas creíble, apenas

vivo temblor

de mi, de mi vida

vacilante en el mar.

 

Pireo, agosto de 1942.

 

 

La muchacha de Atenas

 

Ahora el día es un suspiro

y toda el Ática una sombra.

Y como un brillo enciende los opacos

vidrios que van huyendo

es tu rostro que brota allá abajo

desde el círculo de luz que tú enciendes

al icono en la noche.

Pero aquí

donde más y más escasas se abaten

de la última caza las presas

entre las plantas que siguen la frontera,

ay que ese puro

signo de tus sílabas se estropea,

en torcido cirílico se muda.

Y tú: cómo oscureces poco a poco.

Ya no puedes quedarte, estás perdida

en el fragor del último viaducto.

 

 

u

 

 

Renacen la valentía

y la gracia.

No importa en qué formas – un partido

de futbol entre prisioneros:

en especial aquél

allá abajo que juega de ala.

O tú tan ligera y rápida en los pastos

sombra que ya se extiende

en el tenaz crepúsculo.

Se tuerce, flama mucho al acabar

un incoloro día. Y cómo esfuma

tu carrera quimérica

se agranda en mí

amargado en la estela.

 

Sainte-Barbe du Thélat, mayo de 1944

 

 

*

 

 

Sólo es cierto el verano y esta su

luz que nivela.

Y cada quien se allegue el siempreverde

árbol, el cono de una sombra,

el agua beata lustral

y la telaraña tejida de hastío

en estanques malvados

quede un sudario de iris. Allá

está el seto endeble, un halo

de polvo rojizo,

mas sepulcral el canto de una turba

alemana a la fuerza perdida.

 

Ahora toda fronda está muda

compacta la cáscara del olvido

el círculo perfecto.

 

Saint-Cloud, agosto de 1944

 

Versiones de Marco Antonio Campos y Stefano Strazzabosco.

 

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