Magnicidios: las otras imágenes del poder
- Omar López Monroy - Sunday, 29 Jun 2025 23:32



Una imagen esquiva
En un sentido amplio, la imagen puede ser un mecanismo de diálogo entre el pasado y el presente. El poder es un ente complejo: a veces una sola persona lo posee en demasía, invariablemente es parte de un ecosistema que lo sustenta, y está asociado con ideales como la justicia. Una imagen inquietante en torno al poder es el magnicidio: esa otra imagen del poder. No pocas veces el periodismo y la investigación académica han sido el punto de partida para reconstruir esa otra historia; a veces la crónica precede a la novela o en otras la alimenta, también puede ser el hilo conductor de una película o un filme documental. De la época del porfiriato al último gobierno priista del siglo pasado se han consumado algunos magnicidios y sucedido algunos intentos fallidos.
Un expediente casi olvidado
Expediente del atentado (2007), de Álvaro Uribe, trajo a cuenta un hecho sucedido hace ya más de cien años: el ataque al entonces presidente Porfirio Díaz el 16 de septiembre de 1897, en pleno desfile conmemorativo de la Independencia nacional. Arnulfo Arroyo intentó atacar ‒sin armas‒ a Díaz. Esta novela polifónica narra que tras el fallido ataque Arroyo fue encarcelado y, bajo la custodia de las autoridades, supuestamente apuñalado por una turba enardecida y patriótica. El entonces inspector general de Policía, Eduardo Velázquez, por un supuesto fervor patriótico y de adición al mismísimo Porfirio Díaz fue acusado de encabezar la masacre contra Arroyo, pero no rindió cuentas ya que antes del juicio se suicidó.
Esta gran pieza de inquietante narrativa y profunda investigación fue llevada al cine por Jorge Fons: El atentado, justo en 2010, el centenario
del inicio de la Revolución Mexicana. Como la novela, el filme da cuenta de la convulsión que generó el atentado al régimen porfirista. Son innumerables las muertes que involucraron decisiones directas de Porfirio Díaz (verbigracia la rebelión del pueblo de Tomóchic), y cientos las indirectas en su búsqueda de paz y progreso; sin embargo, logró salir con vida del país en 1911 en medio de la revuelta civil. En cambio, Arnulfo Arroyo no tuvo un juicio ni mucho menos la oportunidad de purgar su condena; murió peor que “un perro callejero […] con un bozal bien ceñido para no permitirle siquiera el desahogo de ladrar”.
El poder y la fe
Un momento complejo entre la relación del Estado mexicano con la Iglesia católica fue la época de la Guerra Cristera, y el evento crucial de la misma fue el asesinato, el 17 de julio de 1928, de Álvaro Obregón, entonces presidente electo, en desacato a la consigna revolucionaria: sufragio efectivo, no reelección.
Durante la segunda mitad del siglo XX las telenovelas moldearon las conciencias de gran parte de la población mexicana. Televisa produjo varias telenovelas con temática histórica con la cuestionable supeditación del relato histórico en favor de una buena trama.
En 1987 se estrenó Senda de gloria, que desde el primer capítulo da cuenta de su carácter aleccionador y paternalista con miras a postular que México debe guiarse en torno al respeto de las leyes que nos rigen, mismas que para muchas mexicanas y mexicanos no ha sido más que letra muerta. Esta telenovela, creada por Fausto Cerón Medina, buscó contar la historia política del país entre 1917 y 1938, por lo que abordó el asesinato de Obregón a manos de José de León Toral.
La telenovela presenta el arrepentimiento aleccionador de Toral tras su acto homicida, quien deja constancia por escrito que de haber conocido antes la valía de Obregón no lo hubiera matado, pero a pesar de haberse arrepentido pagó con su vida su delito, locura o fanatismo… El narrador omnisciente de la historia reafirma este aspecto difuso en torno a la muerte de Obregón y, quizá para mantener un estereotipo de género en donde las mujeres son dóciles por naturaleza, se omite mencionar a Concepción Acevedo, La madre Conchita, condenada también por este asesinato pero que, a diferencia de Toral, purgó su condena en la extinta prisión de Las Islas Marías, y ponía en evidencia que Toral no fue un asesino solitario.
Con todo lo que implica, para muchas personas esta telenovela significó su primer y quizás único contacto con este episodio histórico. Televisa, durante décadas un instrumento del Estado priista (el Tigre Azcárraga dixit), ha influido en la noción que tenemos de nuestra historia reciente.
La oscuridad del poder
La historia de Carlos Castañeda sigue pareciendo brumosa y terrible: decidió atacar al entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz Cacho Robles. Alcanzó a realizar un solo disparo ‒la vieja Luger P.38 se encasquilló‒ contra el vehículo en que viajaba el entonces secretario de la Defensa, General Marcelino García Barragán, el 5 de febrero de 1970, durante en el contexto del evento conmemorativo en torno al surgimiento de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en 1917.
En la novela Disparos en la oscuridad (2011), de Fabrizio Mejía, el intento de magnicidio parece la justificación de los delirios persecutorios del expresidente Ordaz, quien desde que supo que México sería sede de los Juegos Olímpicos estuvo convencido de que la República ‒la de unos cuantos‒ estaba en peligro. Al final de esta historia Ordaz termina tragado por su propia demencia, disparándole a la inmensa oscuridad que lo devora. En este tajo de la realidad inserto en la literatura quedan unidos los nombres de Ordaz y Carlos Castañea, quien quería ser sacerdote y emular a León Toral, y decidió tomar la justicia por su propia mano responsabilizando a Díaz Ordaz por la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco; de hecho, en 1969 y ante el Congreso de la Unión, el entonces presidente asumió toda la responsabilidad por estos hechos.
Por su parte, el relato periodístico, construido de manera impecable por Gustavo Castillo, publicado en cuatro entregas en La Jornada (2004), resulta la punta de lanza en torno a esta historia negada del hombre que intentó matar al malhadado Díaz Ordaz. Después ser “entrevistado” por el temido Miguel Nazar Haro, exdirector de la temible Dirección Federal Seguridad, el poder judicial al servicio del régimen ordacista declaró a Carlos Francisco Castañeda de la Fuente “inimputable” y fue recluido en el Hospital Psiquiátrico Samuel Ramírez Moreno hasta la década de los noventa. En 1992, la hoy abogada Norma Ibáñez acudió a dicho hospital con la finalidad de realizar un trabajo académico, y a cambio le tocó revisar los expedientes legales de los pacientes; gracias a su labor Carlos pudo salir de su encierro.
El documental El paciente interno (2012), de Alejandro Solar Luna, arranca cuando Carlos Castañeda tiene sesenta y un años, ha logrado sobrevivir a la justicia mexicana y busca resguardo en un albergue capitalino. Aunque la historia de Carlos se fue convirtiendo en una especie de leyenda, durante décadas no fue revelada en los medios masivos de comunicación en tanto él descendió a las fosas más profundas del poder. Desde el primer momento nunca tuvo la oportunidad de enfrentar las consecuencias legales de sus actos, al contrario, se le diagnosticó un padecimiento mental y su referencia médica “es similar a los dictámenes que se han hecho de Mario Aburto Martínez” ‒homicida de Luis Donaldo Colosio. En una parte del filme Castañeda narra que leyó en La Jornada que su caso podría ser la punta del iceberg en torno a más desapariciones forzadas durante la época de la llamada Guerra Sucia.
Política ficción
Desde el asesinato del entonces candidato oficial a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio Murrieta, aquel 23 de marzo de 1994 en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana, se han escrito cientos de textos en torno a este magnicidio; cada determinado tiempo se ha revelado nueva información sobre el caso, pero sin cambiar del todo la percepción de que éste fue un martirologio democrático. Mario Aburto Martínez fue sentenciado a cuarenta y cinco años por este delito que la justicia mexicana decidió que cometió de manera solitaria.
En alguna de las charlas que tuvo con Gustavo Castillo, con el fin de realizar El tigre de Nazar, libro sobre este personaje emblemático del Estado Mexicano priista del siglo pasado, Miguel Nazar Haro le regaló el libro de Antonio Velasco Piña, El Círculo Negro. El grupo secreto que conservó el poder más de siete décadas, en donde se sugiere que ni el Círculo que controlaba los hilos del poder en el país ni Carlos Salinas, entonces presidente de México ‒tras ser acusado de haber ganado por un fraude electoral en las elecciones de 1988‒, eran responsables de los hechos ocurridos en Lomas Taurinas, y más bien sugiere que aquello fue parte de un complot organizado por “fuerzas del mal” como el narcotráfico y las “sectas de la magia negra”. Por su parte, en el filme de docuficción Colosio: el asesinato, de Carlos Bolado, estrenado en 2012, uno de los protagonistas del mismo: Don Fernando ‒quizás Gutiérrez Barrios, personaje político que como Nazar Haro conocía la raigambre del poder en este país‒ refiere que varias personas querían ver muerto a Colosio, “todos los planearon ‒líderes políticos, religiosos, empresariales nacionales y extranjeros, narcotraficantes‒ pero nadie era el responsable […] crimen de Estado.”.
Después de poco más de treinta años de este suceso que cimbró las entrañas del poder en México no hay una versión definitiva, pero sí un punto de partida, una cinta de moebius: el video donde el arma homicida surge de la multitud para abatir al candidato presidencial, tras el disparo la “escena de la realidad” se torna caótica y el espectador no puede identificar con claridad quién disparó ‒en menos de una hora las primeras imágenes y evidencia del atentado contra Colosio fueron difundidas ampliamente por Televisa, creando gran conmoción en el país. ¿La realidad se convirtió en ficción? La vida política y cultural en México cambió irreversiblemente; en tanto, Ernesto Zedillo, quien se convertiría en presidente de México tras la muerte de Colosio, sigue creyéndose un gran demócrata, el expresidente Carlos Salinas dice estar desempleado y Mario Aburto continúa tras las rejas.
Quien manda y se equivoca…
Sin evadir la cuestión de las víctimas directas de estos casos, es importante mencionar que a partir de las pesquisas para esclarecerlos hubo otras víctimas, como los familiares de Carlos Castañeda y Mario Aburto, porque lamentablemente resulta común encontrar que la impartición de justicia en México en ocasiones implica violentar los derechos de algunas personas; daños colaterales, diría el expresidente Felipe Calderón. Cada caso es parte de esa otra imagen del poder que a veces sólo conocemos gracias a la literatura, el cine y la investigación periodística y académica; pero estas mismas herramientas culturales pueden ser usadas para ocultar o tergiversar la historia.