Bemol sostenido

- Alonso Arreola | @escribajista - Monday, 30 Jun 2025 00:02 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Qué ingenuos…

 

Qué ingenuos…

La primera vez que entramos a una tienda FNAC nos conmovimos mucho. Fue a inicio de los noventa. Lo recordamos bien. El concepto de “mega tienda de discos” estaba en boga gracias a cadenas como Tower Records, Virgin o HMV. Sin embargo, FNAC era diferente. Originaria de Francia, con sucursales en otros países francófonos o latinos, apostaba por una mayor atención al cine, la literatura, la fotografía y la educación. Cada establecimiento era centro cultural (nosotros mismos tocamos en uno). En ese entonces, claro, la venta de productos físicos alcanzaba para sustentar espacios formidables con empleados que aportaban hilos finos al entramado comercial.

Actualmente, viendo el cierre temporal de la emblemática FNAC en Callao en el centro de Madrid; auscultando el silencio de sus alrededores, pensamos en lo ingenuos que fuimos cuando estos bellos monstruos se nos aparecieron con su cualidad de Paraíso. Era casi cierto: podías encontrarlo “todo”. Internet estaba en su primera infancia y, lo que al principio parecía un triunfo para la melomanía de nichos, terminó arrasando con las tiendas de barrio, ésas que ahora resurgen tímidamente gracias a que las ventas en línea vencen a los grandes edificios.

La especulación inmobiliaria, desde luego y en contra, no cede en las rentas. Mucho del contenido que aparece con el vacío nuevo resulta más artificial que profundo. ¿De qué manera nos toca todo eso? La tienda de Callao presume que pronto tendrá una mejor experiencia con la mitad de su talla. Lo mismo pasa en otros rubros con Foot Locker, Sfera, H&M, Benetton y demás cadenas con presencia en este lado del Atlántico. Miles de personas quedarán sin empleo sustituidas por el consumo online (y hay que ver otras facetas del mañana, cuando Amazon ha anunciado que la IA reemplazará parte de su fuerza laboral).

Mientras eso pasa nos preguntamos: ¿aumentará la depresión cultural con esos cascarones prestos a convertirse en más restaurantes y comercios sin riesgo sensorial? (Además: zapatos y vestidos no son discos o libros.) En dicha transición, lectora, lector, la música va guardando silencio o se supedita a un fondo amable. Lo sabemos. Estamos alarmados de lo confirmado durante un viaje reciente.

En varias ciudades europeas ya no suenan intérpretes temerarios sobre las banquetas o estaciones del Metro; los clubes de música viva se extinguen o suavizan su menú audible; encontrar rock, jazz o rap conduce a festivales corporativos que repiten nombres, pues las áreas donde hervían, hoy gentrificadas, rehuyen del “ruido” nocturno y sus manadas. Los compositores nóveles o amateurs se acomodan en el zoológico-pixel, desinteresados en pisar madera. Y sí, mientras
la música clásica mantiene su estatismo en salas y eventos especializados (independientemente de sus encomiables mutaciones estéticas), en donde hay más movimiento predomina la practicidad de diyeis así como las formas urbanas. En otras palabras: pasa lo que acá llevamos rato espejeando inevitablemente. Dicho ello, hay una vela encendida.

Partiendo de que México tiene cultura rica y diversa en sus capas intermedias (eso que enamora a los expatriados venidos en cascada), podríamos comprometernos simulando que este es un asunto urgente sobre… ¿ecología? Imaginemos que participar en ‒o pagar por‒ música viva, ajena a los festivales (sea la de un intérprete callejero o la de un grupo de free jazz en un club pequeño), podría salvar hectáreas de selvas y bosques sonorosos. Imaginemos… Pero qué ingenuos somos… a quién le importa todo esto… Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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