Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Monday, 30 Jun 2025 00:04 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Mundos distópicos latinoamericanos (II y última)

 

No sin pertinencia, en la versión original de El Eternauta se ha querido ver una suerte de adaptación –libérrima, si fuera el caso– de La guerra de los mundos, la muy célebre novela que H.G. Whells publicara a finales del siglo XIX, en tanto ambas historias narran una invasión extraterrestre. Es indudable que, como autor de ciencia ficción, Héctor Germán Oesterheld debía conocer a la perfección esa obra fundacional del género y, por lo tanto, era consciente de la familiaridad temática entre ella y su Eternauta, pero las similitudes entre una y otra no van más allá de la mencionada invasión, así como la natural defensa que los terrícolas deben emprender.

A diferencia de su colega europeo, donde Oesterheld pone el principal acento es, sobre todo, en los preparativos, por decirlo así, de la invasión propiamente dicha: la nieve tóxica y letal que se cierne sobre el planeta entero –de lo cual protagonistas y espectadores van enterándose simultáneamente–, en un principio surgida de no se sabe dónde ni por qué razón –más adelante en la trama uno de los personajes deduce la razón científica, que implica algo tan grave y al mismo tiempo tan improbable como la inversión de los polos magnéticos terrestres–; los recursos improvisados no para combatirla, cosa impracticable, sino para evitar la muerte al entrar en contacto con ella... Hay un énfasis particular en mostrar las fases del instinto de supervivencia en casos extremos, que a unos los vuelve solidarios y a otros los exhibe individualistas hasta la médula, que demuestra la racionalidad de algunos y la contrasta con la insensatez de algunos otros y que, inevitablemente, los confronta en la paradoja irresoluble de que ambos flancos buscan lo mismo –sobrevivir–, pero se afanan en direcciones opuestas.

Como es fácil deducir, la intención de fondo de El Eternauta consiste en mostrar, mediante la metáfora de la invasión externa, lo que pareciera la intrínseca y tremenda dificultad humana, si no es que la imposibilidad total, para actuar colectivamente en función de su propio beneficio. Es en este punto donde la historia se vuelve universal: sin importar dónde se ubique geográfica y temporalmente, al abordar varios rasgos atávicos de nuestra especie –miedo a lo desconocido, reacción/acción ante una amenaza, voluntad gregaria, individualismo provocado por el pánico...–, la situación planteada pone al espectador frente a una pregunta hipotética que cada quien responderá en su fuero interno: ¿qué haría yo si…? A partir de ahí, las preguntas se multiplican: ¿Cuál de los personajes me representa mejor: el que corre cualquier riesgo con tal de encontrar a sus seres queridos?; ¿el previsor, que trata de anticiparse al caos y la situación todavía más extrema que todo indica se avecina?; ¿el que no se preocupa sino de su propia salvación?; ¿el que pasa por encima de los demás para lograrla?; ¿el que combate a los extraterrestres cuando por fin aparecen –y que, por añadidura, no son sino enormes bichos con los cuales cualquier forma de comunicación es imposible?

Si en términos narrativos El Eternauta es más que plausible, técnicamente no hay nada que reprocharle: por fuerza dependiente del recurso a la digitalización de sus efectos especiales, para fortuna del género y de su lugar de origen –es decir, una Latinoamérica prejuiciosamente tildada como incapaz de producir con eficiencia historias de ciencia ficción, como si ésta le perteneciera en exclusiva al “primer mundo”– posee la suficiente calidad visual para no desmerecer frente a cualquier otra producción de cualquier parte del mundo, amén de otros valores de producción como el desempeño histriónico, el diseño de arte, el montaje, etcétera. Habrá que ver, si se cumple la promesa de una segunda temporada, en qué medida se sostienen dichas virtudes o si sucede lo contrario.

 

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