Conspirar desde la grieta: Contra el capitalismo libidinal / Entrevista con Amador Fernández-Savater
- Mario Bravo - Sunday, 20 Jul 2025 00:10



Escuchar el malestar
‒En su último libro, Capitalismo libidinal, reflexiona sobre un agotamiento no sólo físico, sino también psíquico que figura como síntoma en las sociedades actuales.
‒Prestemos oído a las palabras con que definimos nuestro malestar. A diferencia de lo vivido por generaciones anteriores, hoy el agotamiento no se trata de un duro trabajo físico en la fábrica o en el campo, sino que estamos ante algo de otro tipo, más mental. Me pregunto si acaso este agotamiento no es síntoma de la ley del siempre más, mismo que funciona como un mandato de rendimiento y estresa a los cuerpos insatisfechos, y también daña los vínculos sociales. Escuchemos el malestar en el lenguaje: el agotamiento por desbordamiento es una expresión reiterada en los centros de salud y en las escuelas. Asimismo, existe un agotamiento en los recursos naturales de la Tierra, como si hubiera una manera depredadora y extractiva de estar en el mundo, de la cual no podemos culpar sólo a los poderes que nos dirigen y controlan porque nosotros encarnamos esa ley de rendimiento. Así, gozamos desde un enganche libidinal, pero también nos produce una insatisfacción crónica, estructural. El agotamiento es un síntoma que hoy nos habla de un mandato sobre el rendimiento al siempre presentarnos el mundo como insuficiente: nada de lo que somos ni de lo que tenemos es bastante, ¡debemos ir por más!
Un antídoto
Al cavilar sobre el malestar actual experimentado por hombres y mujeres ante un desborde de supuesta libertad en aras de alcanzar sus deseos, el autor de El eclipse de la atención explica:
‒Revisemos los mandatos de dos fases del capitalismo: antes, la represión del cuerpo en nombre de un futuro que nunca llega; hoy, la presión del siempre más y siempre algo mejor. Este segundo fenómeno instaura una relación con el tiempo que ya no es de progreso ni de vinculación con la promesa de satisfacción final en la otra vida, en el socialismo o en la jubilación, sino que esta presión actualiza la ley de rendimiento en el aquí y el ahora. Nos convertimos en subjetividades financiarizadas. ¡Cada ocasión puede ser la oportunidad de un gran golpe favorable como si estuviéramos, siempre, jugando en la bolsa! Aunque hayamos transitado de la represión a la presión, el antídoto para los dos mandatos es el mismo: el eros, asumiéndolo desde las reflexiones de Herbert Marcuse.
Brutalismo
Amador Fernández-Savater afirma que el neoliberalismo, con diversidad de cabezas como una Hidra de Lerna, exhibe múltiples características según convenga a los intereses en juego.
‒En el libro La opción por la guerra civil, Christian Lavat y Pierre Dardot hablan acerca de un sistema muy plástico, en el cual puede existir una versión proteccionista y otra desreguladora, así como una modalidad globalista y otra soberanista, una conservadora y otra más liberal-libertaria. Y todas forman parte de esta nueva razón del mundo que, de la competencia y la guerra de todos contra todos, hace su ley central de funcionamiento. Si hoy tuviéramos que señalar un viraje en dicho modelo, me llama la atención la descripción del historiador camerunés Achille Mbembe quien, en su ensayo Brutalismo, reflexiona sobre cómo el neoliberalismo, en su fase superior, exhibe sin tapujos las lógicas de depredación, extracción y satisfacción inmediata: en Gaza se hace una guerra y ya no tratan de disimularla; además, la extrema derecha dice brutalidades sobre cómo tratarán a quienes son más débiles en la carrera de competencia permanente, y eso no les pasa factura, sino que les reporta simpatía de ciertos sectores sociales. El brutalismo es, entonces, una negación del síntoma, un apuntalamiento autoritario, pues no son escuchadas ninguna de las crisis neoliberales que han provocado el agotamiento de los cuerpos de hombres y mujeres, del vínculo social ni del cuerpo de la Tierra.
Desertar
‒¿Las izquierdas progresistas latinoamericanas enarbolan alguna oposición al brutalismo?
‒Mi respuesta requeriría una observación detenida de lo que ocurre en México, en Colombia o en Chile, por ejemplo. Desde un trazo grueso, diría que estos progresismos proponen políticas de contención de algunos daños, en el mejor de los casos, cuando no solamente intentan gestionar políticas neoliberales. La contención no es transformación. En Tesis sobre la historia, Walter Benjamin advirtió algo sobre los progresismos: “creen que pueden realizar un cambio sin transformación, sin corte, sin detención, sin frenado radical, sin tirar del freno de emergencia, sino sólo con políticas de contención que nos hagan girar hacia lo mejor… ¡pero el progreso es hacia lo peor!” Suponer que puede haber un cambio sin frenado, sin interrupción y sin limitación radical, ¡es una ingenuidad del progresismo!
‒Para que el ángel de la historia benjaminiano mire hacia atrás, atestigüe el desastre causado por el viento del progreso y no sea empujado hacia el futuro repleto de una promesa inalcanzable, ¿no se requiere acaso de una decepción? ¿Cómo bajarnos del carro del triunfalismo progresista y así decepcionarnos para jalar del freno de emergencia?
‒Un amigo mío siempre dice que asumir la derrota abre la posibilidad de un nuevo derrotero. Sobre esto reflexiono a partir de mirar la serie Adolescencia, en la cual el personaje del policía, en un momento, detecta que algo horrible está en marcha y se pregunta cómo frenar: amorosamente habla con su hijo, intenta entenderlo y así detiene el ritmo vertiginoso. Simultáneamente, el padre del adolescente Jamie, supuesto adolescente asesino, también quiere a su hijo; pero allí el amor no basta. Él nunca se decepcionó con su modo de ser padre, pues siguió llevando a Jamie a boxeo, a clases de futbol, y se veía que el chico no encajaba ahí; pero el papá continuaba confiando en sus modelos masculinos de educación. Una mezcla de amor, preocupación y decepción pueden ayudar a detenernos, a jalar del freno de emergencia o, como Franco Berardi Bifo sugiere: a desertar, lo cual no es irme a otro lugar, sino pensar y actuar distinto al sustraerme del viento que empuja al ángel hacia más de lo mismo.
Pensamiento y deseo
‒¿Contamos con demasiadas ventanas abiertas, no sólo a nivel digital sino en la vida misma? En Capitalismo libidinal aborda el tema de la atención y afirma que ésta se halla desperdigada con diversos estímulos: plataformas virtuales y aplicaciones que nos prometen rapidez, facilidad y ahorro de tiempo.
‒Volviendo a la serie Adolescencia, un amigo me decía: “Todos los personajes son impacientes. Ninguno escucha porque habitan una impaciencia que agota.” Esas demasiadas ventanas abiertas, ¿la impaciencia las abre o dicha actitud es incapaz de cerrarlas? Cerramos ventanas cuando estamos más en nuestro deseo. Las demasiadas ventanas abiertas son deseos implantados por otros y se nos presentan como alcanzables, de allí que surja la dispersión de la atención y el agotamiento al sentir que, en realidad, no estamos en nada. Una defensa ante esto sería el pensamiento. Aquí retomo la trama del filme En los márgenes: en España, frente a la lógica necropolítica de los desahucios, un abogado heroico, solitario, respondió a esos desalojos, uno a uno, haciendo de su vida un desastre total porque es como un Robin Hood que intenta salvar a todo el mundo. En contraste con este personaje, la película exhibe un momento muy bonito de pensamiento: una asamblea de la plataforma de afectados por la hipoteca. Cuando pensamos con otros a partir de algo que nos involucra, allí ralentizamos el tiempo y se produce una clarificación de nuestro deseo con otros. Esta asamblea no cambió el mecanismo diabólico de los desahucios, pero sí detuvo algún agravio. La ralentización del tiempo a través del pensamiento genera alegría, pues ya no eres el ángel empujado hacia adelante y sometido a la dispersión, a las demasiadas ventanas abiertas, sino que ahí se crea un momento de reapropiación de la vida. El pensamiento produce efecto de calma al generar clarificación colectiva, inclusive en un ámbito de pensamiento político que se plantee cómo enfrentar, juntos, algún asunto de la vida. Ahí hay un freno de emergencia para reapropiarnos de algo: tiempo, claridad, alegría y fuerza. Nos distanciamos del mundo para volver al mundo; pero mejor equipados, con brújula propia.
Sustraerse con otros
“La deserción no es irnos a otro lugar, sino estar de modo distinto en el sitio en donde habitamos. No hay lugares buenos hacia donde debemos fugarnos”, enfatiza Amador Fernández-Savater, y advierte: “El afuera puede reproducir, perfectamente, las lógicas del adentro. Desertar es salir de ciertas dinámicas que nos empujan como al ángel; sólo así escucharás, cuidarás, pensarás y estarás de otro modo en la escuela, el barrio o la familia. La deserción es sustracción, dar un paso al costado para no dejarnos empujar por la brutalización del mundo”.
‒La sustracción nunca desde un sálvese quien pueda, sino colectiva y políticamente.
‒Es muy difícil pensar en solitario para conspirar, pues la conspiración es deserción compartida. Conspiremos para habitar juntos una grieta. Pensar nos fortalecerá, multiplicará nuestras posibilidades de intervención… escuchando al otro será como lograré entenderme a mí mismo. Incluso el psicoanálisis requiere de dos seres humanos, pues se trata de una conversación que se hace, al menos, entre dos personas. Si toca habitar un lugar común, colectivo, entonces será necesario vincularnos entre quienes no queremos ser empujados hacia adelante como el ángel benjaminiano. Estás forzado a buscar cómplices para habitar esa grieta que deseamos construir de un modo más hermoso e interesante. Eso no se hace desde la soledad.
‒Para amar se necesitan dos…
‒Por lo menos…