Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 27 Jul 2025 21:31 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Efemeridianas (I de II)

 

a Omar Roldán y Alejandro Toledo

 

El 26 de julio de 1953, militantes del Partido Ortodoxo de Cuba asaltaron los cuarteles Moncada y Céspedes, en Santiago y Bayamo, para iniciar un movimiento armado que derrocara al dictador Fulgencio Batista. El intento fracasó.

Detenido y sometido a juicio, sabiendo que lo condenarían, el principal dirigente argumentó en su defensa una de sus frases más afamadas: “La historia me absolverá.” Después, el choque entre un poder popular al alza y el debilitamiento de la dictadura se solventó con el destierro de Fidel Castro a México. Aquí, la insurrección continuó bajo el signo del Movimiento 26 de Julio, sin que dentro de Cuba decayera el movimiento popular encabezado por los ortodoxos.

En México, los exiliados cubanos ampliaron sus filas con la adhesión de un compatriota suyo, Camilo Cienfuegos, y de un argentino llamado Ernesto Guevara, el Che, a quienes la historia ya consagró como héroes indiscutibles. Esta historia, sin embargo, no es la misma que invocara Fidel para su absolución.

Porque la de Camilo y el Che es historia que se construye humanamente; sea de victorias, como la Revolución Cubana, sea de derrotas, como otro intento de asalto que sin duda tomó el ejemplo del cubano y que ocurrió en México, en la localidad chihuahuense de Madera, el 23 de septiembre
de 1965.

Estos hechos históricos, debatibles, documentados, indican que la fuerza dirigente le resulta indispensable ‒e inversamente proporcional‒ a la fuerza popular. Y nadie con la mínima honestidad intelectual le regatea méritos ni críticas a Fidel, ni mucho menos soslaya los asedios a la Cuba revolucionaria, cuyo estigma principal corresponde al cruento bloqueo económico de EU, sin que eso obvie el abuso soviético, incruento pero macizo, que retuvo a la Isla en la dependencia.

¿Necesitó héroes la Revolución Cubana? La suerte del Che y Camilo lo confirman, pero también afirman que la concepción del foco guerrillero fue errónea; que la revolución se gestó y desarrolló merced a la movilización popular urbana y campesina, y que la guerrilla de Sierra Maestra venció gracias a tal movilización; que la ausencia de los máximos héroes de esa epopeya sigue bajo sospecha (y no porque la siembren y cultiven los gusanos de Miami), y que además de la explicación de varias deserciones falta rescatar del olvido a revolucionarios tan o más decisivos para la victoria que Fidel, como Frank País y Abel Santamaría.

La otra historia, la que absuelve por adelantado, no es humana. Pretende sustituir a la divinidad. Es el Dios del materialismo mecanicista, es un acto de fe o, cuando más, un vaticinio de su cumplimiento sustentado en la creencia, hipócrita o sincera, convencida o retórica. Y lo cierto es que la Revolución Cubana en los años cincuenta del siglo veinte, como las revoluciones soviética y mexicana en los diez del mismo siglo, es obra del pueblo emancipado por sus propias acciones libres cuando la correlación de fuerzas le favoreció… El error trágico de los pueblos es someterse e idolatrar a quienes obligados y con voluntad dirigieron las acciones.

 

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Poner o quitar monumentos, subrayar uno u otro aspecto de la historia de carne y hueso, obedece a ideologías y, sobre todo, a la correlación de fuerzas. Esa historia registró un hecho trascendente para Cuba y para América Latina, el encuentro de Fidel con el Che en la colonia Tabacalera de la metrópoli mexicana. Es preciso luchar porque repongan las efigies de ambos, pero es todavía más importante y urgente no sólo restituir estatuas, sino demostrar la fuerza popular. (Continuará.)

 

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