Está en chino 'Sillas vacías', de Liu Xia

- - Sunday, 03 Aug 2025 08:52 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La lectura de 'Sillas vacías', de Liu Xia (Pekin, China, 1961), es el motivo de estas reflexiones sobre la presencia, aún escasa, de la poesía china en español y en nuestro país y, en consecuencia, sobre las peculiares dificultades de la traducción del chino al español.

 

La expresión coloquial “está en chino” significa: que algo es muy difícil. Está claro porque el idioma chino, suponiendo que sea uno solo, es para un hispanohablante uno de los más difíciles de aprender. Sin embargo, y a pesar de la dificultad, hace un par de décadas las ciudades de nuestro país se llenaron de escuelas que enseñaban chino. La razón era obvia: había arraigado la idea de que el idioma del futuro sería el chino. Si bien el proceso avanza, no ha sido tan rápido como se pensaba al doblar el siglo XX. Y las dificultades del aprendizaje del idioma son muchas: una escritura muy distinta, una sintaxis extraña, una musicalidad ajena debido a la condición, si entiendo bien, monosilábica. Un amigo que estudió el idioma y vivió en China varios años, me dijo que lo que había aprendido apenas le servía para leer los periódicos y sostener una conversación muy simple. Ni hablar de leer literatura en ese idioma.

Sin embargo, se traduce mucha literatura china al español, aunque sea por caminos indirectos, casi siempre a través del inglés. Si el comercio y la tecnología china se han expandido por el mundo de manera notable, gracias al poder económico de esa nación, lo han hecho por caminos extraños, la mercancía barata y la fayuca (expresión local que significa contrabando). Nació, según parece, para designar la mercancía que se vendía en las cárceles y que entraba a ellas de contrabando. La sinécdoque es inevitable: el país es una cárcel. Pero la palabra parece tener su origen en el árabe y el latín. No pretendo hacer un texto de carácter filológico, sino expresar mi sorpresa ante Sillas vacías, de Liu Xia.

La palabra chino tiene infinidad de usos diferentes de su connotación racial, geográfica o lingüística. Por ejemplo, la designación del cabello rizado como pelo chino o la designación con carga de ternura, en Colombia, de chino al niño pequeño. Todas estas reflexiones vienen de dos hechos muy alejados entre sí: en el centro de Ciudad de México es cada vez más frecuente oír hablar en chino y llama particularmente la atención que lo hablen niños; por otro lado está el interés creciente por la literatura en ese idioma.

El primer Premio Nobel en chino fue Ga Jin en 2000, cien años después de haber sido otorgado el primero, en 1901, a Sully Prudhomme. El segundo fue Mon Yan, en 2012. Sin duda pocos para el segundo país más poblado del mundo –más de mil 400 millones de personas– y para una literatura milenaria. Lo significativo es que ambos son recientes, del último cuarto de siglo y en buena medida gracias al protagonismo económico de China en el mundo, que arrastra a su literatura y cultura, y a la leve apertura a Occidente que ello conlleva. ¿Cómo y por qué leemos literatura china en Occidente, en español, en México? ¿Cuántos poetas chinos he leído? Si quito algunos de Mao en mi adolescencia, diría que ninguno. Guardo mi ejemplar del Libro rojo en una caja con otros objetos que me recuerda lo manipulable que puede ser nuestro intelecto.

No es un secreto que la migración de ese país es muy grande hacia América y en especial México. Incluso hay el antecedente hace ya casi un siglo de una migración que fue masacrada, hecho teñido de racismo, en algunos estados del norte del país. Hoy parece haber una integración paulatina; no sólo hay en varias ciudades barrios chinos con actividades culturales, culinarias y turísticas, sino que la población de ese origen crece y cuenta en la actividad económica. ¿Qué se refleja de esa historia en el mundo cultural actual? Hay, sin duda, una extrañeza y un mestizaje: el idioma nos separa, pero la convivencia busca pasar por encima de esas barreras, así que lo que está en chino ya no lo está tanto. Por eso me gustaría encontrar en las librerías mexicanas el libro Sillas vacías de Liu Xia (traducción y epílogo de Miguel Casado, Libros de la resistencia, 2024) porque eso que está en chino está también en español y es muy buena poesía.

Hace unos treinta años, cuando todavía existía en papel la espléndida Gaceta del FCE nos pidieron a varios poetas mexicanos un texto para ser publicado en una entrega de la revista que aparecería en China y en chino, con motivo, creo, de la inauguración de una librería de esa casa editorial en Pekín, en el marco de la firma de un tratado comercial. Unos meses después me dieron un ejemplar y marqué la página donde estaba mi poema: era, evidentemente, un acto de fe. No podía saber qué era eso que estaba sobre la página, pero me hizo ilusión y durante un tiempo lo guardé y pensaba: está en chino.

Al leer Sillas vacías, ¿qué leo en realidad? ¿A Liu Xia o a Miguel Casado? Es cierto que la pregunta tiene algo de retórica y se apoya en un fetichismo de la noción de autor. Lo que leo es una maravillosa lírica que puedo juzgar como cercana ‒obra de Casado‒ o bien como exótica. En los dos casos emociona. Los grados de distancia con un idioma pasan por varios asuntos: la familia lingüística, por ejemplo, en el caso de las lenguas romances, con cierta dificultad uno puede leer francés, italiano, catalán, portugués o rumano. Suelen publicarse los poemas en ediciones bilingües y uno va de una página a la otra ejerciendo una comparación (por eso se llama edición en espejo). Es más difícil si la lengua es el alemán, o más aún si está en otro alfabeto, como el ruso o el griego. Cuando pasas no a otro alfabeto sino a otra escritura algo se transforma: lo escrito se vuelve imagen y la palabra grafía se transforma. En español tenemos una palabra muy hermosa y llena de misterio: garabato. Si el lector encuentra en una librería Sillas vacías, corra a sentarse en ellas, a leer esos garabatos.

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