Biblioteca fantasma

- Evelina Gil - Sunday, 10 Aug 2025 10:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Ingrávido aleteo

 

Mario Bojórquez (Los Mochis, 1968) ha evolucionado en más de un sentido, si bien su escritura jamás ha sido estática; se transmuta de uno a otro libro. No advierto obsesión en los temas que aborda; cavila, en cambio, en torno a asuntos políticos y sociales, como en
su asombroso libro Memorial de Ayotzinapa (Visor, 2016, primera edición) que podría intitularse “interminable legajo de la impunidad”, pues cada vez que emerge nueva información sobre los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, retoma el poemario donde se quedó y prolonga esta suerte de informe del dolor, quintuplicando lo que, sólo en apariencia, es un mismo libro. Recién ha publicado un nuevo título, Arqueología del fuego nuevo, XLVIII Premio de Poesía Ciudad de Burgos Antonio L. Burgos (Visor, 2025), que propone matiz y materia poco frecuentados por este autor.

Me aventuro a afirmar que éste, junto con Memorial de Ayotzinapa, es su libro más personal; su libro-insignia. En Arqueología... se permite descarriarse con el tema amatorio, mismo que tiende a soslayar, al menos en sus libros más recientes. Aquí el amor corre a sus anchas, inocente bestezuela sobre la nieve. El rugido de las vísceras bojorquianas tiende a inhibirme, pero aquí se “desbrava”, por así decir. Se abre una primera puerta y nos brinca el bello nombre de Glafira, y ese “ingrávido aleteo” anticipa nuestro ingreso a un universo totalmente distinto a los libros más recientes de Bojórquez, que ya suman dieciocho… calculo que desde Pretzels (2005), donde prevalece un discurso más bien intelectualizado y lúdico… aunque el ludismo es algo de lo que Bojórquez no se puede desprender y replica presencia en Arqueología...

Lo más destacable de este libro, embalado en extrañamiento, es su despliegue de fantásticos escenarios; su gran despliegue de dramatismo, próximo a la teatralidad, “En otro tiempo ‒dicen‒ una mujer y un hombre urdieron el artificio del hilo y la espada. Yo espero atento el tajo en la garganta.” Los tributos, otro fundamento de la poesía bojorquiana, se materializan a través del poeta renacentista francés (petrarquista, como el propio Bojórquez), Pierre Ronsard, que en gran medida acredita el trémulo hábitat de estos versos. En “Sonetos para Helena” encuentra un contrarreflejo precioso: “mi cuerpo en ruinas, templo en que te invoco/ no me contiene, no, alas de cera/ en que me elevo y caigo y caigo loco”. En apenas unos versos el poeta consigue desangrarse, aunque el caudal de sangre fluye con la morosidad de las lágrimas. Enamoradizo Ronsard, de torturado gesto, recibía regalos de una reina e insultos por parte de otro poeta que sin duda envidiaba su arte. Desangrarse a través de la tinta con cada platónico querer es un arte, como morir: “si honor tu saña dolo opuesto/ si corre por mi vena vivo rojo/ recogerás cosecha de mi arrojo/ o acaso si forraje cruel despojo”.

Y llega el fin del mundo. La lectora se asoma a una muy vívida oquedad con la que lleva algunas semanas pensando. Y lo más triste es que estamos más desnudos de héroes que nunca. La poesía es la alternativa para que, detrás del horror, tenga lugar una rosa, aunque el poeta, exangüe, advierte que la tinta tampoco es eterna y se evaporará junto con él: “Cada vez menos yo seré esta escritura,/ cada vez más pluma sin mí.” Y tras la debacle, un paseo por lugares reales que la renovada Montblanc del autor trastoca en gloriosas fortalezas o, en su defecto, le hacen evocar escenas épicas que nos invita a contemplar con lúcida claridad, “mi cabeza pensaba en la caligrafía de mi poema/ de muerte”.

¿Es Mario Bojórquez uno de los grandes poetas mexicanos vivos? Arqueología del fuego nuevo, pertinaz, de indiscutible excelencia, sugiere que sí. Un gran y generoso poeta que además edita a otros de muy alto nivel en su colección Círculo de Poesía. Dicen que es posible salir transformado de un libro: así salí de éste: “la muerte no lo hiere/ Lo honra en su debacle.”

 

Versión PDF