Bemol sostenido

- Alonso Arreola | @escribajista - Sunday, 24 Aug 2025 07:22 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Cincuenta años y un deseo

 

 

Llegamos al cincuenta aniversario del álbum Wish You Were Here de Pink Floyd, uno de los más emblemáticos en la historia del rock británico. Lanzado en septiembre de 1975, refleja un punto de madurez artística que consolida la identidad sonora y conceptual del grupo, algo que hoy sigue influyendo en músicos y melómanos del orbe.

Para empezar, el arte de portada diseñado por Hipgnosis (Storm Thorgerson) es paradigma de una estética inteligente. Allí dos hombres de negocios se dan la mano con un desolado fondo industrial (estudios de Warner en California). El de
la derecha va envuelto en llamas. Ambos transmiten alienación, despersonalización y crítica al sistema corporativo.

En general, la imagen anticipa una mascarada sentimental, motor en varias de sus letras. Esa metáfora de “quemarse” al negociar (propiamente anglosajona), simboliza también la pérdida de autenticidad; la hipocresía que oculta verdaderas intenciones y demonios.

En su lírica hallamos, desde luego, un aire de nostalgia profunda. “Shine On You Crazy Diamond”, verbigracia, es un homenaje a Syd Barrett, otrora colega creativo del cuarteto. Allí se exhiben reflejos relacionados con su declive mental e impacto en la banda. Roger Waters combina
igualmente elementos autobiográficos con crítica social, como en “Welcome to The Machine”, que cuestiona la industrialización del arte y la manipulación de su ecosistema. “Have a Cigar”, en otro sentido, utiliza la ironía para satirizar a ejecutivos discográficos, mientras que la canción magistral que da nombre a la obra, “Wish You Were Here”, ronda la ausencia, pérdida y conexión con quienes se han alejado, corrompido o muerto, concluyendo el todo en tono introspectivo. En esos últimos versos hallamos una hermosa contraposición de conceptos; una dialéctica que enfrenta la convención social con el espíritu individual, intento de prevalencia ante la pérdida. La manera como están cantados, además, nos deja hundidos en la melancolía. Son poesía gracias al manto armónico que se instala desde la introducción, allí donde una guitarra acústica rubrica el cuadro en plan campirano.

Instrumentalmente, el disco exuda sofisticación y cohesión. Los solos eléctricos de David Gilmour combinan precisión técnica con una expresividad encomiable. Richard Wright, fiel a su estilo, genera texturas elegantes de sintetizador y piano eléctrico mientras la sección rítmica de Nick Mason y Waters mantiene un equilibrio perfecto entre lo etéreo y el acompañamiento sólido.

Con todo ello, la producción de Alan Parsons asegura una claridad que permite el paso del “aire”, realzando la espacialidad y el discurso de cada elemento. Lo que no se contrapone a un sonido envolvente que ha envejecido con gracia, marcando la transición entre la psicodelia experimental de los setenta y la conceptuación que se encumbrará en The Wall.

Es una época de expansión para la industria musical. Las influencias de jazz, blues y música clásica se perciben en numerosas obras de rock progresivo. Momento perfecto para cambiar la narrativa sonora e integrar metáforas visuales. Así, a pesar de los conflictos posteriores entre los miembros de la banda y la muerte de Richard Wright, huellas como ésta siguen siendo señalética valiosa en nuestras vías.

Destacamos finalmente la integridad artística de Pink Floyd en un momento sin internet ni redes sociales; sin tentaciones de superflua especie. Escúchelo y confirme su condición de clásico atemporal; testimonio de la capacidad para combinar crítica social, introspección y belleza, lectora, lector. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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