Bob Dylan: la voz de una generación
- Gino Castaldo y Barbara Costa - Monday, 01 Sep 2025 07:03



‒Se han publicado muchos libro sobre su vida. ¿Los ha leído?
‒No leí más después de que apareció la biografía de Shelton. Es difícil leer sobre uno mismo, porque en nuestra mente las cosas jamás sucedieron de ese modo. Todo parece ficticio.
‒¿No ha tenido la tentación de escribir sobre sí mismo?
‒Sí… en realidad lo estoy haciendo.
‒¿Cree que ahora es el momento adecuado para reflexionar sobre su pasado, o lleva preparando este libro desde hace años?
‒Me parece que lo que estoy escribiendo busca desde hace tiempo la salida para escapar, no es una historia del pasado para mi uso y consumo personal.
‒En la canción “Love and theft” existen versos que podrían parecer autobiográficos…
‒Probablemente; no veo cómo podrían ser de otra manera. Pero no existe nada premeditado. Muchas de esas letras fueron escritas en una suerte de stream of consciousness [flujo de la conciencia]. No me sucede que vaya al escritorio a meditar individualmente cada verso.
‒¿Le teme a los análisis realizados por otros?
‒No, ignoro qué puede encontrar la gente en lo que hago. ¿O se refiere a análisis de tipo freudiano, idealista o marxista? No tengo la más mínima idea.
‒Alguna vez escribió: “El futuro, para mí, ya es una cosa del pasado”.
‒Lo expresé por todos. ¿No soy acaso el portavoz de una generación? Lo dije por todos nosotros.
‒En vivo canta regularmente canciones antiguas, como “Song to Woody”. ¿Es algo más que una relación abstracta con el pasado?
‒Es porque estoy orgulloso de haber escrito esa canción. Más allá de todo, Woody Guthrie siempre será un artista fenomenal. Es como Charlie Parker, Hank Williams u otros de esa talla.
‒Bueno, pero ni siquiera sus canciones pueden ser consideradas como una simple música de fondo.
‒No, todas mis canciones son cantables. Son contemporáneas. Estamos en la Edad de Hierro, pero en el pasado hubo algo más y todavía podemos percibirlo. Si caminas por las calles de una ciudad como Roma, te das cuenta de que existieron otras personas antes de ti y que quizá estaban a un nivel superior de lo que podríamos estar nosotros.
‒¿Siente la influencia de algunos poetas?
‒En realidad, no estudio mucho la poesía.
‒Pero ¿está en búsqueda de nuevos escritores?
‒Sí, pero no creo que los haya, porque vivimos en una época distinta. Los medios de comunicación son muy invasivos. ¿En qué se puede pensar para escribir que no se vea cada día en los periódicos o en la televisión?
‒Pero hay emociones que deben ser expresadas.
‒Sí, pero de todos modos los medios de comunicación generan las emociones en la gente. Cuando había tipos como William Blake, Shelley o Byron, probablemente no había medios de comunicación, sólo notas de periódicos. Podías sentirte libre de escribir cualquier cosa que te viniera a la mente.
‒¿No se siente libre cuando escribe?
‒Como ya dije, no suelo sentarme a escribir. Mis versos funcionan en las canciones y éstas tienen una estructura determinada y deben ajustarse
a un lenguaje preciso. No son formas libres, no hay modo de insertarle aspectos ideológicos. Eso no se puede hacer en una canción.
‒Sin embargo, usted lo hizo.
‒Si eso sucedió, ocurrió de facto, aunque nunca me lo propuse. Quizá otros sí, pero yo no.
La nueva Edad de piedra… y del silicio
‒¿Cree que la televisión y los medios de comunicación han matado la poesía?
‒Oh, absolutamente. Porque la literatura se escribe para un público. Nadie es como Kafka y se sienta a escribir algo sin desear que alguien lo lea.
‒¿Todos los escritores?
‒Sí, claro; pero los medios de comunicación hacen eso por todos ellos. No se pueden presenciar cosas más horribles que las que exponen los medios. Las noticias muestran a la gente todo eso que ni siquiera han podido soñar e incluso pensamientos que pensaban que podían reprimir, pero lo observan y de ese modo tampoco pueden reprimirlos. Entonces, ¿qué puede hacer un escritor si cada idea ya está expuesta en los medios antes de que pueda captarla y hacerla evolucionar?
‒¿Cómo reacciona ante todo esto?
‒Vivimos en un mundo de ciencia ficción en el que ha ganado Disney, la ciencia ficción de Disney. Por eso digo que si un escritor tiene algo que decir, debe hacerlo íntegramente. Este es un mundo real. La ciencia ficción se convirtió en el mundo real. Nos demos cuenta o no.
‒En algunos de sus escritos habló del mundo contemporáneo como una nueva era de oscuridad.
‒“La Edad de piedra”, digámoslo de esta manera. Hablamos de la Edad de bronce, después tuvimos una Edad de plata y más tarde la Edad de oro ‒que creo que es la de Homero‒, y existió una edad heroica en alguna parte. Luego tuvimos lo que llamamos la Edad de Hierro, pero podría ser la “Edad de Piedra”.
‒¿Quizá la Edad del silicio?
‒Oh, sí, exactamente eso.
‒Hubo transformaciones en su carrera. Uno de ellas ocurrió en plena década de los sesenta, después de Blonde on Blonde (1966), cuando tuvo el accidente en motocicleta. Tiempo después salió John Wesley Harding (1967) y mucha gente pensó que se trataba de un Bob Dylan distinto. Era la época de “amor y paz”, y el disco resultó completamente diferente a todo lo demás. ¿Fue el accidente lo que le hizo cambiar?
‒Es difícil para mí saber cuándo tomé una decisión conscientemente o no. Pero, por supuesto, en aquel momento no quería dar conciertos al aire libre. No me sentía parte de esa cultura.
‒¿No cree que existe una especie de sentimiento religioso entre el núcleo sólido de sus fans?
‒No creo que tenga un núcleo sólido de seguidores. Hay un pequeño grupo de personas que vemos en muchos conciertos.... Y, después de todo, ¿cuál sería la religión de ellos? ¿Qué sacrificios hacen y para quién? Si lo hacen, entonces sería verdad que tenemos un núcleo fuertemente religioso, y, por lo tanto, me gustaría saber dónde y cuándo hacen sacrificios, porque también yo quisiera estar allí.
‒Tiempo atrás escribió una novela, Tarántula (1971). ¿No sintió una contraposición con la música?
‒En aquella época las cosas fluían salvajemente: jamás tuve la intención de escribir un libro. Tuve un mánager al que le preguntaron: “Escribe todas esas canciones, ¿qué más escribe? ¿Tal vez escribe libros?” Y él debió responder: “Claro que escribe libros; de hecho estamos a punto de publicar uno.” Creo que fue una de esas ocasiones en las que él lo organizaba todo y yo debía escribir un libro. Es algo que hacía frecuentemente. Una vez me propuso como actor en un espectáculo, y yo no lo supe hasta el día del evento. Pensé que tenía que cantar. Estas cosas pasaban en los viejos tiempos del siglo anterior.
‒¿Hubo etapas en su vida que considera difíciles?
‒Seguramente no fueron muchas. Ocurren momentos extraños en los que tienes que adoptar un personaje diferente para sobrevivir.
‒¿En qué momento, en qué años?
‒Fundamentalmente resultaba forzoso someter tus ambiciones en función de lo que necesitabas ser.
‒¿Qué tipo de ambiciones?
‒Eso es justamente lo que uno debe descubrir.
‒¿Por qué decidió llamarse Bob Dylan?
‒Era algo común cambiar de nombre. No era tan inusual. Mucha gente lo hace. La gente cambia de ciudad, cambia de país...
‒¿Eligió “Dylan” en homenaje a Dylan Thomas?
‒En absoluto. En ese tiempo ni siquiera había leído a Dylan Thomas, por lo que estoy absolutamente seguro de que la lectura de alguno de sus poemas no me motivó a cambiar de apellido.
‒Apellido que realmente es Zimmerman, de origen alemán…
‒Sí, pero mis antepasados eran rusos. No sé cómo consiguieron un apellido alemán viniendo de Rusia. Quizá se los dieron al desembarcar en Ellis Island, o algo por el estilo.
‒El futuro Bob Dylan nació el 24 de mayo de 1941 en Duluth, y creció en Hibbing, una localidad de pocas almas en Minnesota.
‒Te lo describo: en Hibbing, en invierno, sólo había silencio. Todo permanecía inmóvil. Sólo frío, nieve y hielo. Para tener una experiencia alucinógena, ¡bastaba con mirar hacia afuera por la ventana! Luego llegaba el verano, y todo se tornaba caluroso y pegajoso. El aire se volvía metálico. En esas zonas la tierra es peculiar, está llena de metal. En todas partes se siente el espíritu indio.
‒Viviendo tan aislado, ¿cómo entró el folk en su vida? A través de los periódicos, la televisión…
‒No estoy seguro de haber crecido con la televisión. Cuando la televisión llegó, las transmisiones iniciaban a las cuatro de la tarde y finalizaban a las siete de la noche. La música me llegó de la radio. De niño escuchaba la radio hasta bien entrada la noche. Escuchaba a Muddy Waters, a John Lee Hooker, a Jimmy Reed. ¡Y Howlin Wolf! Toda la noche, todas las noches. Hasta las dos o tres de
la madrugada.
‒¿Y cuándo comenzó a tocar la guitarra?
‒A los doce años. Yo solo. Compré una guitarra Silverstone. Con el manual de acordes incluido. La guitarra costaba cuarenta dólares, que yo no tenía, ni tampoco podía pedírselos a mi padre. Al de la tienda le bastó un anticipo de cinco...
‒¿Cuál fue la primera canción que compuso?
‒A los quince años, era una canción para Brigitte Bardot. Estaba compuesta por un solo acorde. No era la gran cosa. Mientras tanto continué buscando y descubriendo música, encontré a Odetta [Holmes], a Etta James y a Harry Belafonte. Y seguí tocando. En la preparatoria formé un par de bandas; no, quizá más. Las cambiaba frecuentemente porque el dinero (de otros) se llevaba a los miembros. En el último año hice una banda con un primo mío. Después de la graduación tomamos caminos separados.
Woodie Guthrie, los trenes y las crónicas
‒Usted fue a la Universidad en Mineápolis, pero sólo por un año: desde allí iba frecuentemente a visitar a un amigo suyo...
‒Woody Guthrie. Me reveló un mundo totalmente nuevo. Después de haber aprendido casi doscientas canciones de Guthrie, fui a verlo. Sabía que estaba ingresado en un hospital de Morristown, en Nueva Jersey. Fui en autobús. Me senté a su lado y canté sus canciones. Volví a verlo muchas veces y nos hicimos amigos.
‒Siendo un jovencito escapó de casa, subió a trenes de carga para viajar por Estados Unidos, sin dinero, durmiendo donde podía. Entonces, una tarde, paró en Nueva York…
‒Cantaba por las noches en Greenwich Village, en un club administrado por un italoamericano. Todos podíamos actuar en su local a cambio de pastas gratis y con esta condición: no hacer huir a los clientes.
‒En Crónicas (2004) ‒sus diarios que pertenecen a aquella época‒ escribió sobre un muchacho pelirrojo que actuaba antes que usted, haciendo comedia.
‒Sí, se trataba de Woody Allen. ¡Y ya desde entonces nos hacía morir de la risa!
‒Y después apareció Albert Grossman, y el éxito…
‒Incursioné en este negocio para sobrevivir. Cuando comencé en el ámbito musical no había realmente nada que ganar; si lograbas ganarte la vida ya podías decir que lo estabas haciendo bien. No era la gran industria musical de millones de dólares que es hoy.
‒¿Cómo eran esos años sesenta?
‒Había… espacio. Tanto espacio. Sin ninguna urgencia. Teníamos todo el tiempo del mundo para hacer algo. No había ansiedad, ni tensión. Nadie sabía de eso. En Nueva York todo ocurría en la calle, por la noche, en los cafés. La comunicación de masas ha matado esa autenticidad, prefiriendo un enorme espectáculo de carnaval.
‒¿Cómo compone Bob Dylan? ¿Existe la supuesta inspiración?
‒Las canciones me vienen sobre todo cuando estoy aislado, tanto en el espacio como en el tiempo. Es la primera estrofa la que provee la inspiración. Después, es exactamente como montar un toro. Por lo general tengo en mente primero la melodía. Pero hacer música es algo inmediato. Tengo que tocar todos los días, al menos por un rato. Aunque no practico doce horas seguidas...
Y siempre utilizo los mismos tres acordes.
‒¿Y cómo decide cuando una cosa es mejor que otra?
‒Instinto.
‒¿Es verdad que “Like a Rolling Stone” se grabó al primer intento?
‒Sí. En una sola grabación. Es increíble. Da una sensación de unidad total. No creo que hubiera sido posible hacer “Like a Rolling Stone” de otra manera. ¿De qué otra forma podría haberlo hecho usted?
‒No lo sé; pero sí sé lo que dijo sobre Highway 61 Revisited (1965): “Nunca podré hacer un disco mejor que éste.”
‒En ese disco hay mucho material de lo que me gusta escuchar.
‒¿Y Self Portrait (1970)?
‒Ese álbum fue una broma. Esa foto mía en la portada también fue una broma. Es el álbum que hice no tanto para burlarme de mi público sino
de la imagen que me habían construido y que la gente se había hecho de mí.
‒¡Un álbum deliberadamente malo, ¡mal hecho a propósito!
‒Sí, y doble. Salió, se vendió; todos comentaban que se había agotado.
‒En esa época acababa de cambiarse se casa, había regresado a Nueva York después de haber vivido en Woodstock, para escapar de la fama…
‒En Woodstock entraba a casa y encontraba gente dentro. Perfectos extraños, personas que llegaban a todas las horas del día y de la noche, y no podía hacer nada al respecto. Llamaba a la policía, los echaban y volvían. Esta vez junto con otros. Era la manada del festival de Woodstock, para mí el espectáculo y síntesis definitiva de una masa de pendejos. Así que escapé a Nueva York, pero incluso allí... la gente se amontonaba en la calle. Se sentaban en la banqueta, dormían frente a mi casa, algunos entraban, incluso rebuscaban en mi basura. Self Portrait es un álbum de rabia, rabia también causada por ellos.
‒Tuvo el accidente con la moto en Woodstock…
‒Dijeron que estaba drogado, otros que quería suicidarme. Sabes, jamás debes prestar atención a lo que los demás dicen de ti. Si lo hubiera hecho, mi corazón habría muerto desde hace tiempo.
‒Keith Richards dice que la celebridad es hermosa pero que, si pudiera elegir, preferiría no ser famoso. ¿Y usted?
‒Piensa en Elvis Presley: hoy es más famoso que cuando estaba vivo. Vive en los pensamientos de las personas. Pero uno termina por preguntarse si la gente se acuerda de su música o de todas las cosas que se escribieron sobre él.
‒Richards nunca ha ocultado su relación con las drogas. ¿Y usted?
‒Las drogas nunca tuvieron mucha relevancia en mi vida. Nunca fui adicto a nada. Pero no voy a decir nada que pueda sonar alentador para alguien más.
‒Pero ¿quién es realmente Bob Dylan?
‒No soy un misterio, salvo para aquellos que nunca han experimentado las cosas que yo he vivido. En lo que a mí respecta, no me considero ajeno a nada. Simplemente me considero alguien fuera de circulación.
‒Una vez le dijo a Joan Baez: “Tú luchas porque crees que el mundo puede cambiar; yo no.”
‒El mundo es así y nada lo puede cambiar. Así de absurdo y desconcertante como es, hay que mirarlo directamente a los ojos.
‒¿Se detendrá algún día?
‒No, todavía no escribo lo último. Aún no he llegado al punto al que llegó Arthur Rimbaud cuando decidió dejar de escribir para traficar fusiles en África.