La otra escena
- Miguel Ángel Quemain | [email protected] - Monday, 01 Sep 2025 07:18



Vértebra es el deseo de que mi madre se muera de Felipe Alfaza, bajo la dirección de Luis Alcocer, es un alegato divertido y conmovedor contra una de las formas petrificadas del pasado que terminaron por descubrirse como unos objetos kleinianos, internos y capaces de operar sobre el escenario bendecido del Milagro que, a pesar de la exclusión del programa México en Escena, continúa con la puerta abierta hacia las expresiones más rigurosas de la danza y el teatro, donde se presenta en temporada hipermínima esta joya escénica. Bien podría articularse en las líneas de un cabaret exquisito que interpela de continuo al espectador que acepta contestar las preguntas y sugerencias del actor Alfaza, mismo que se mantiene en vilo gracias al presente y presencia del público que acepta el pacto de la interlocución dual que transcurre entre la provocación y el respeto profundo.
La madre de Vertebra ha dejado de ser el personaje real para convertirse en el gran guiñol psíquico que administra
el terror existencial de un sujeto que ha logrado convertirse en el actor de un texto, que le ha ofrecido en bandeja a un director de escena capaz de luchar contra las decapitaciones psíquicas y devolver una creación transformada en un happening, en un performance, donde al final de la función el autor sugiere al público asistente que, si conoce a un “jotito” en una situación semejante, no deje de invitarlo a que conozca esta obra.
Parodia sobre la parodia, ejercicio fársico de la cepa más rugosa y áspera en el tono de Las criadas de Genet, con esa energía que logra multiplicarse viajando de un objeto a otro, inoculando la movilidad de las emociones que circulan en una superficie muy acotada que permite que el tiempo no fluya de ninguna manera realista y tenga la consistencia de lo onírico que destruye cualquier tentación lacrimosa sostenida en lo anecdótico chillón y quejumbroso, para convertirse en un auténtico debate, conversatorio, juicio existencial contra los objetos que nos habitan, y que si se libran de este exorcismo escénico se quedarían con nosotros para siempre, ocupando el lugar del odio real contra ese objeto parental que no nos creyó, que nos ofreció en sacrificio a un amo cruel que dominaba el entendimiento y no le permitió defender de sí mismo a su criatura lastimada, abusada, pero profundamente lúcida y vital gracias al detallado movimiento orquestal que le ha insuflado Luis Alcocer al actor Felipe Alfaza que, según su propio decir, tuvo que vivir tierra adentro, cuerpo adentro, con este desfiguro al que Sergio Mirón en el vestuario le ha dado un entidad que la transforma en corsé, máscara, maniquí, coraza, caparazón, gran guiñol psicotrónico, arquetipo jungiano de consistencia orwelliana, entidad ciclópea antifreudiana que todo lo mira, como nos lo ha hecho creer la iluminación de Alcocer sobre el cuerpo torturado de esa especie de San Sebastián sin flechas que ha confeccionado al detalle Graciela López con la orquestación precisa de Fsunami Gil, que le ha dispuesto la música y el diseño sonoro, cuyo logro es hacernos pensar que esto se trata de la improvisación más profunda y lúdica y no un riguroso exorcismo que impide desbordarse en lágrimas de rabia y desconsuelo por el castigo recibido de parte de seres tan amados, y que estaban ahí para querernos tanto con todo su odio y su pronunciamiento mortuorio sobre un futuro expoliado a los poderes de una perversión que la convicción de Alfanza presenta ya sin remordimiento, sin pudor, extático, pero dosificado con el rigor de Alcocer que se enamora del dolor para transformarlo en un poderoso poema funerario, fársico y sacrificial que se baña de sangre.
Vértebra... es un ejercicio autobiográfico de compasión profunda y sincera que está en la línea original y poderosa que anima el teatro que la compañía de Luis Alcocer ha decidido como línea de trabajo y ensoñación poética.