Thomas Bernhard: literatura, perfección y fracaso
- Werner Wögerbauer - Sunday, 07 Sep 2025 08:24



Entrevista con Thomas Bernhard
–¿Le interesa el destino de sus libros?
–No; no realmente.
–¿Y acerca, por ejemplo, de las traducciones?
–Apenas me interesa mi propio destino y todavía menos el de mis libros. ¿Traducciones? ¿A qué se refiere?
–A lo que sucede con sus libros en otros idiomas.
–No me interesa en absoluto, porque una traducción es un libro diferente. No tiene nada que ver con el original. Es un libro de la persona que lo tradujo. Yo escribo en alemán. Te envían ejemplares de estos libros, que pueden o no gustarte. Si tienen portadas horribles, entonces son simplemente molestos. Los hojeas y ya está. No tiene nada en común con tu propio trabajo, aparte del título extrañamente distinto. ¿No es así? Porque la traducción es imposible. Utilizando las notas escritas, una pieza musical se toca igual en todo el mundo; pero, en mi caso, un libro siempre tendría que tocarse en alemán. ¡Con mi orquesta!
–Pero cuando usted prohibió futuras producciones de su obra teatral El reformador del mundo, fue algo parecido, le preocupó el destino de su texto.
–No, porque El reformador del mundo se escribió para un actor en concreto: ya sabía que era el único que podía interpretarla en aquel momento, porque no había ningún actor mayor que él; así que surgió de forma bastante natural. No tenía sentido que lo interpretara un imbécil de Hannover, porque no saldría nada. Si no surgirán más que problemas, no hay que montar la obra.
–¿Cómo explica que en el extranjero se le tome mucho más en serio que en Austria, que en el exterior se le “lea”, mientras que en su país se le considera sobre todo alguien que genera escándalos?
–Eso se debe a que fuera de Austria –en los países llamados romances y eslavos– hay un mayor interés por la literatura en general. Poseen un estatus totalmente diferente del que se carece aquí. En este país la literatura no tiene ningún valor. Acá se valora la música, se valora el teatro, pero todo lo demás no tiene esencialmente ningún valor. Siempre fue así.
–Sus personajes –y usted mismo– dicen frecuentemente que no les importa nada, lo que suena a entropía absoluta, a indiferencia universal de todos hacia todo.
–No totalmente; uno quiere hacer algo bueno, disfruta lo que hace, como un pianista que también tiene que empezar por algún sitio, prueba tres notas, luego domina veinte y al final las conoce todas, y entonces se pasa el resto de su vida perfeccionándolas. Y ese es su gran placer, para eso vive. Y lo que algunos hacen con las notas, yo lo hago con las palabras. Tan sencillo como eso. No me interesa nada más. Porque conocer el mundo sucede de todos modos viviendo en él, en cuanto sales por la puerta te enfrentas directamente con el mundo. Con el mundo entero. Arriba y abajo, atrás y adelante, fealdad y belleza; es perfectamente normal. No hay necesidad de desearlo. Sucede por sí solo. Y si nunca sales de casa, el proceso es el mismo.
–No hay nada más que el esfuerzo para alcanzar la perfección. Pretender ser mejor en cada ocasión.
–No hay necesidad de esforzarse por nada en el mundo, porque en cualquier caso te empujan a ello. Esforzarse siempre fue una tontería. La palabra alemana streber significa algo horrendo, algo así como fanfarrón o tramposo. Y esforzarse es igual de horrible. El mundo, quieras o no, tiene una atracción que te arrastra, ni siquiera es necesario esforzarse. Cuando te esfuerzas, te conviertes en un streber. Ya sabes lo que significa. Es difícil traducirlo a otra lengua.
–Pero esta búsqueda de la perfección desempeña un papel importante en sus libros.
–Es lo atractivo de cualquier arte. Eso es el arte: tocar cada vez mejor el instrumento que elegiste. Ese es el placer, y nadie puede quitarte esa dicha, ni convencerte de que no lo hagas. Si alguien es un gran pianista, pueden vaciar la habitación donde está sentado con el piano, llenarla de polvo y después tirarle baldes de agua, pero él se quedará quieto y seguirá tocando. Aunque la casa se derrumbe a su alrededor, seguirá tocando. Y con la escritura pasa lo mismo.
–Entonces, tiene algo que ver con el fracaso.
–¿Qué es lo que tiene que ver con el fracaso?
–La búsqueda de la perfección.
–Al final todo fracasa, todo acaba en el cementerio. No hay nada que puedas hacer al respecto. La muerte los reclama a todos, y se acabó. La mayoría de la gente se rinde a la muerte a los diecisiete o dieciocho años. Los jóvenes de hoy corren a los brazos de la muerte a los doce años y a los catorce ya están muertos. Luego hay luchadores solitarios que batallan hasta los ochenta o noventa años, y después también mueren, pero al menos tuvieron una vida más prolongada. Y, como la vida es agradable y divertida, su diversión dura más. Los que mueren pronto se divierten menos, y puedes sentir lástima por ellos, porque no llegaron a conocer realmente la vida, porque la vida también significa una estadía larga, con todas sus cosas horribles.
–Siempre lo presentan como una especie de solitario en las montañas, el hombre de la granja...
–Qué se le va a hacer. Te dan un nombre, te llaman “Thomas Bernhard” y así permaneces el resto de tu vida. Y, si en algún momento sales a pasear por el campo y alguien te toma una fotografía, durante los próximos ochenta años siempre estarás paseando por el bosque. No hay nada que puedas hacer al respecto.
–...y de repente te encuentras en un contexto urbano como lo es este café vienés.
–La urbanidad es una cualidad que hay que poseer desde dentro. No tiene nada que ver con el exterior. No. No existen nada más que nociones estúpidas. Pero la humanidad sólo ha permanecido en nociones tontas, no hay forma de ayudarla. No hay cura para la estupidez. Eso es un hecho.
–Paralelo a la escritura, ¿su trabajo implica una reflexión sobre la propia escritura, como en los casos de Heimito von Doderer y Thomas Mann?
–No, no es necesario. Si dominas tu oficio, no necesitas reflexionar sobre él. Cuando sales a la calle todo funciona para ti, no necesitas hacer nada, sólo tienes que mantener los ojos y los oídos atentos, y caminar. Ya no necesitas pensar, al menos no si eres independiente o si te hiciste autónomo. Si eres mediocre y estúpido o si te esfuerzas por conseguir algo, entonces nunca saldrá nada de ello. Si vives la vida, no necesitas hacer ningún esfuerzo especial, todo viene a ti por sí solo y dejará su huella en lo que hagas. No es algo que se pueda aprender. Puedes aprender a cantar si tienes una buena voz. Esa es la única condición. Alguien que es ronco por naturaleza difícilmente se convertirá en cantante de ópera. Es lo mismo en todas partes. No se puede tocar el piano sin contar con uno. O si sólo tienes un violín y quieres tocar piezas para el piano con él, tampoco funcionará. Y si no puedes tocar el violín, no tendrás más remedio que no interpretar nada.
–¡Mantiene deliberadamente distancia con otros escritores vivos?
–No; no es nada deliberado. Es algo natural. Donde no hay interés, tampoco puede haber inclinación.
–En ocasiones también los insulta, como, por ejemplo, a Canetti o Handke.
–No insulto a nadie en particular. Eso es una tontería. Casi todos los escritores son unos oportunistas. O se afilian a la derecha o a la izquierda, uniéndose a grupos aquí y allá, y así es como se ganan la vida. Y eso resulta desagradable, por qué no decirlo. Uno lucra con su enfermedad y agonía y gana premios, y el otro hostiga en nombre de la paz y es básicamente un estúpido desagradable, así que ¿cuál es el problema?
–Pero, ¿cómo surge algo nuevo desde el viejo material del lenguaje? ¿Existen tradiciones a las que uno se remite, aunque eso signifique ir en contra de ellas?
–Siempre hay tradiciones, conscientes e inconscientes. Todo eso viene por sí solo, ya sea a través de la lectura o de estar atento desde la infancia. Y, como desde el principio desechas constantemente lo que no te gusta o lo que parece malo, te quedas con lo que quieres. Que sea estúpido o no, es otra cuestión. Si es el camino correcto o no, nadie lo sabe, cada individuo adquiere su propio camino y para esa persona cada camino es el correcto. Y, por lo que sé, en la actualidad hay cuatro mil quinientos millones de personas y cuatro mil quinientos millones de caminos correctos. La desgracia de los seres humanos es que no quieren tomar el propio camino, siempre quieren tomar uno ajeno. Se esfuerzan y luchan por algo distinto de lo que ellos mismos son. Todo el mundo tiene una gran personalidad, ya sea que pinte o barra las calles o escriba o... la gente siempre quiere algo ajeno. Esa es la desgracia del mundo.
–A veces da la impresión de morder la mano que le da de comer, por ejemplo cuando describió a Heidegger como un “pensador alpino de mente débil” y…
–No me dio de comer. ¿Por qué iba a alimentarme? Era un personaje intolerable, no tenía ritmo ni nada. Vivía de unos cuantos escritores, que canibalizó hasta el final. ¿Qué habría sido de él sin ellos?
–Estaba pensando en la palabra lichtung [claridad].
–Esa palabra ya existía antes de Heidegger, desde hace trescientos o quinientos años atrás. No era nadie, sólo un filisteo, un bruto, no decía nada nuevo. Es un ejemplo perfecto de alguien que come sin escrúpulos toda la fruta que otros han recolectado, y, gracias a Dios, se atraganta, lo que le pone enfermo y revienta. Le duele el estómago l
Traducción de Roberto Bernal.