2017: cuando el tiempo volvió a detenerse
- Luis Tovar - Sunday, 21 Sep 2025 06:44



Tiene razón el lugar común: una ciudad es muchas ciudades, tantas como lo hace no sólo posible sino inevitable su extensión, así como la cantidad y la diversidad de sus habitantes –arquitectónica, cultural, económica, etcétera–: microcosmos que conforman un cosmos urbanístico, lo que pasa en un punto de la ciudad no necesariamente afecta en otro, y hay veces que de plano ni siquiera sucede –lo sabe cualquiera que, por ejemplo en estos días en Ciudad de México, cuenta que se dio la empapada de su vida, y alguien por ahí dice o piensa: “pues acá nomás lloviznó”.Otro lugar común: con todo y todo, nunca faltarán acontecimientos que, digámoslo así, hacen patente una verdadera democracia –si no es que la única posible: no la parcial de las inundaciones y los apagones en tiempo de lluvias, los embotellamientos monumentales, las marchas por esta y aquella causas… por extensos que sean, ninguno de estos eventos alcanza el ecumenismo de un temblor, como bien lo sabemos los habitantes de la otrora Muy Noble y Leal Ciudad de México, para algunos renombrada CDMX pero, siempre de los siempres, la capirucha, el Defectuoso, Chilangotitlán.
1985/2017: semejanzas y diferencias
El temblor de 1985 y el de 2017 lo mismo tienen semejanzas que diferencias notables: las crónicas de hace cuarenta años dan cuenta de eso que, treinta y dos años después, a los chilangos nos fue tan útil: la verdadera solidaridad –es decir, no la del membrete y el oportunismo político disfrazafraudes electorales–, la generosidad irrestricta, el saber cómo, dónde y qué tan rápido acudir en auxilio de ese otro nosotros que, una vez más, nos necesitaba removiendo escombros, localizando sobrevivientes y no sobrevivientes, haciendo acopio de agua y víveres, pasando una noche y otra y otra más fuera de casa, llevando y trayendo, organizando, formando parte de campamentos y brigadas de rescate –y quién no recuerda las largas filas de ciudadanos de a pie mezclados con protección civil y con soldados, pasando de brazos en brazos el pedazo de muro, la cubeta con escombros, el agua; cómo olvidar el silencio soberano invocado por uno, dos, decenas y cientos de puños en alto en la búsqueda de sobrevivientes.
Inevitablemente la coincidencia –dos temblores, de los grandes porque aquí tiembla literalmente a cada rato, en el mismo día, 19 de septiembre y, para rematar, un par de horas después del mega simulacro previamente planeado– desató una superstición muy difícil de rebatir: en Ciudad de México siempre tiembla en septiembre; tanto así que, en la contemporánea cultura digital del meme, la “historia” en Instagram y demás redes, al noveno mes ya se le rebautizó como “septiemble”. Estadísticas y registros demuestran que no es así, que hay meses con más movimientos telúricos, pero a ver, díganle a un chilango del ’17, que lo vivió, o a un exdefeño del ’85 y del ’17, que ha vivido ambos, y como respuesta se recibirá un gesto tal vez totalmente silencioso pero no por eso menos elocuente en su mensaje: “para entenderlo tendrías que haber estado aquí”.
El nuevo 19
Habiendo caído un par de veces el proverbial rayo en el mismo sitio y el mismo día, el tiempo volvió a detenerse pero, no tan paradójicamente, nos mostró qué tanto habíamos avanzado en poco más de tres décadas: si el azoro y el miedo fueron los primeros motores que se encendieron hace cuarenta años, hace ocho el detonante fue la experiencia y, aquí sí de un modo tan revelador como esperanzador, la notable participación de las nuevas generaciones que sólo de oídas sabían de aquel estremecimiento colectivo del ’85 y que, aun si tal vez en algún momento previo a ese nuevo 19 de septiembre llegaron a pensar que algo de mitificación había en los relatos de sus mayores, a las 13 horas y fracción del 19/IX/17 se dieron cuenta de que todo era tal cual se los habían contado y, actuando en consecuencia, repitieron el gesto común: ayudar, ayudar, ayudar, quiso el paso del tiempo, la experiencia adquirida y los cambios fundamentales en nuestra sociedad, que esta vez la ayuda no fuera estorbada sino complementada por unas autoridades ahora sí en su papel.
“Duérmanse con calzones”, nos recomienda la sabiduría popular a los chilangos, apenas el calendario llega al noveno mes del año. Lo hacemos: cuatro décadas para algunos, ocho años para otros, los hemos vivido no sólo durmiendo con los calzones y otras prendas puestas, sino sobre todo con el oído atento a ese sonido –mejor dicho, queriendo no escucharlo nunca– como de ondas eléctricas, seguido de una grabación incapaz de tranquilizar a nadie, “alerta sísmica, alerta sísmica…” Eso sí, nos hemos encabronado, y con razón, cuando la alerta no suena debiendo haberlo hecho, y sin razón cuando el epicentro telúrico está demasiado cerca como para activar alerta alguna. Hemos incrementado la cantidad de memes y chanzas ad hoc, bromeándonos interminablemente unos a otros luego de la consabida pregunta “¿dónde te agarró el temblor?”