Bemol sostenido

- Alonso Arreola | @escribajista - Sunday, 21 Sep 2025 07:36 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Eddie Palmieri, azúcar y piedra filosofal

 

Ha muerto Eddie Palmieri. Eso lo primero. Ahora lo segundo. Una confesión. Cuando se nos aparecía en la pantalla o sonaba en algún parlante, siempre pensábamos, “para después”. Claro, apreciábamos su virtuoso desempeño en el teclado y, sobre todo, la inclusión del jazz más contemporáneo en arreglos e improvisaciones de carácter latino. ¿Qué significa ello? Que en un guaguancó o en una guaracha podía clavar las cuchillas de la escala hexáfona o disminuida. Por ello queríamos darle su espacio. Un sitio especial. Pero exageramos. Hoy, con su fallecimiento como pretexto, hemos sacado la linterna para meternos a su cueva. Lo que sigue lo escribiremos más tarde, desde algún lugar de Cancún, allí donde triunfara hace diez años, durante el Festival de Jazz Oasis. (Pausa. Taxi. Avión. Taxi.)

Luego de horas disfrutando, gozando del genio de Eddie Palmieri, nos parece que lo primero que le debemos recomendar, lectora, lector, es poner el tema “El día que no me quieras”. Con ello abrirá el portón de un gran castillo. Esa composición le bastará para un recorrido panorámico. De lo cursi a lo más extravagante, montado en una lírica sencilla, su transformación evolutiva no tendrá desperdicio. Llegado el minuto cuatro el volcán estallará.

Percusionista antes que pianista, Palmieri no vive las disonancias como el resto de sus pares. Tampoco las usa para dárselas de ungido. Claramente siente un gozo machucado que nos recuerda la inefabilidad humana. Hay baile y diversión. Hay jícamo, interacción y maestría. Pero hay golpes con novenas, oncenas, trecenas saliéndose de control, señalamiento de que los géneros son convenciones frágiles ante el puñetazo. Ello sucede, también, en “Azúcar”, “Café” y “Palo de mango”. Temas gastronómicos que, como en “Helado de chocolate”, convierten al piano en conga, tarola o bongó.

Eddie Palmieri, nacido en Spanish Harlem en 1936 y fallecido el 6 de agosto de 2025 a los ochenta y ocho años en Hackensack, Nueva Jersey, se alzó como figura de una “latinidad psicodélica” que aspiraba al jazz. Desde niño se desarrolló entre ritmos caribeños, estudió piano y actuó en el Carnegie Hall. Tocó timbales con la orquesta de su tío antes de volcar toda su energía en los dientes blanquinegros. En 1961 formó La Perfecta, con trombones y flauta en lugar de trompetas, generando un sonido más áspero, más eléctrico, más hipnótico: montunos repetitivos que, como en Tito Puente, eran profundos e irresistible­­s, pero con mayor sofisticación armónica. Sus arreglos son más laberínticos: fusiona progresiones modales, contrapuntos, rompe clichés como en Justicia (1969), donde la salsa se politiza.

Durante la década de 1970 profundizó el giro hacia el soul y el funk, especialmente con Harlem River Drive, fundiendo estilos negros y latinos en composiciones que anticiparon el acid jazz. En 1974 con The Sun of Latin Music fue el primer artista latino en ganar un Grammy. Pionero total.

Mientras en el trópico los sones y boleros siguieron su curso natural, en Nueva York se vivió una reinvención profundamente urbana, gracias a gente como él. Maestro, mentor y puente entre generaciones con casi cuarenta discos firmados, recibió homenajes como el de NEA Jazz Master y el Premio a la Trayectoria de la Academia Latina de Grabación.

Digamos, para terminar, que convirtió una música de raíces en arte universal, dotando a su instinto caribeño con el intelecto del jazz. Toda una piedra filosofal. A escucharlo. ¡Ya! Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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