Biblioteca fantasma
- Evelina Gil - Sunday, 21 Sep 2025 07:30



Para cuando Eduardo Antonio Parra publicó su primera novela, Nostalgia de la sombra, en 2002, bajo el sello Joaquín Mortiz, gozaba ya de una sólida reputación como cuentista, con poco más de treinta años de edad. ERA ha rescatado esta obra, no del olvido (al menos yo no la había olvidado), sino, supongo, para que nuevas generaciones conozcan una obra poderosa en más de un sentido, evocada junto con las pioneras del género criminal que caracterizó durante buen rato a autores del norte del país, como Élmer Mendoza, Luis Humberto Crosthwaite, Imanol Caneyada, Rosina Conde, entre otros.
Nostalgia de la Sombra (Era, México, 2025) es muy diferente a la más reciente novela de Parra, Laberinto (2019), pequeña y redonda obra maestra, cuyas incursiones liquidámbares son lo único relacionable con aquella primera novela (nadie como Parra para recrear esas atmósferas enrarecidas). Nostalgia... es una novela más convencional, refiriéndome concretamente a su estructura, a su densidad (330 páginas), a su apretada prosa y a su dosvstoievskiano protagonista de cuatro nombres al que, para agilizar esta reseña, me referiré como Ramiro, un asesino a sueldo. No un vulgar sicario. Cada mandato de su jefe, Damián, implica un proyecto a mediano plazo que ha de cumplir al pie de la letra para que no salpique la sangre. Ramiro no sabe quién es Damián en realidad, pero a juzgar por sus “encargos” es fácil conjeturar que se trata de un personaje muy vinculado a la política y al crimen organizado.
Las cosas se vuelven difíciles para Ramiro cuando se le encomienda eliminar a una mujer de negocios y socialité de Monterrey de nombre Maricruz Escobedo. Madre de familia, para colmo. Y... sí, muy hermosa. A Ramiro, que conserva los escrúpulos de su vida anterior, y nunca le ha puesto una mano encima a una mujer, le mosquea sobremanera esta nueva misión. Al tiempo que asume otra identidad y hace lo que hay que hacer para aproximarse tanto como sea posible al círculo de Maricruz, vamos conociendo su historia, sus historias. En sus orígenes, Ramiro solía ser un reportero de nota roja, casado y con dos hijos, que soñaba ser guionista de cine, pero un aterrador incidente, aunque no subvierte del todo sus valores, lo obliga a empezar una nueva vida, dejando atrás a la esposa y a los niños que ama. A través de sus vidas simultáneas, Ramiro confirma que es un asesino nato o, en su defecto, que basta matar una vez para desactivar eso que llaman “conciencia”. Muchas cosas suceden antes de que Damián llegue hasta él, atraído por la leyenda que nimba al asesino, y le ofrece un “trabajo” no sólo estable sino estupendamente bien pagado.
Al regresar a su natal Monterrey para cumplir su nuevo recado, Ramiro se torna sombra de quien ni siquiera repara en su existencia. Entre más manosea la única foto que de Maricruz posee, en la que refulgen sus grandes ojos verdes, menos ganas siente de matarla. Parra no elude la violencia gráfica, aterradora por momentos, que sirve para redondear la silueta de la sombra de Ramiro, a quien se le brinda alguna posibilidad de redención. Ronda a la familia que abandonó, aunque ni siquiera pueda preguntar por ellos y, mucho menos, acercárseles. Pasa la mayor parte del tiempo stalkeando a su nuevo objetivo (“cliente”, la llama); comenta la realidad del momento para darle un sentido a lo que va a hacer y nos brinda un final absolutamente sorpresivo que vuelve inolvidable tanto a Ramiro como a la propia Maricruz, sobre la que sólo conoce detalles nimios pero sobrados para emboscarla. Él ha de inventarse lo que en verdad le importa de ella, que es su biografía, su carácter, sus emociones, sus logros. La vida de Maricruz se vuelve, pues, una novela dentro de la novela, escrita por un hombre que alguna vez fue inocente y soñó con ser guionista de cine. “La contemplación del rostro verdadero, del aspecto real de nuestra alma, ése que aparece ante nuestra mirada mientras dormimos, es el suplicio más grande.”