Buscando a Rockdrigo González

- Mario Bravo - Sunday, 21 Sep 2025 06:32 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
“¡Qué te cuento!/ Que la bárbara ciudad recibió un tajo/ Una lanza desde el centro del planeta/ Disparada al corazón desde algún ritmo/ Por la furia de un guerrero siempre oculto”, escribió el músico Guillermo Briseño en carta dirigida a Rodrigo González (Tampico, 1950) quien falleció en el otrora Distrito Federal durante el terremoto de 1985. Rodrigo Eduardo González Guzmán, mejor conocido como 'Rockdrigo', cantó y tocó su música en calles, trolebuses y eventos universitarios, alcanzando rango de leyenda roquera tras su muerte. Este texto recuerda al también llamado el 'Profeta del nopal'.

 

I

Hay una voz tenaz, imborrable, que recorre Ciudad de México. Una voz que no calla. Imposible: un fantasma no sabe claudicar.

 

II

“Uno de sus grandes atractivos eran las letras, que iban de la poesía casi metafísica al albur y el caliche. Eran mexicanísimas, como las
de José Alfredo o Chava Flores”, escribió el maestro José Agustín acerca de Rodrigo González quien, autogestivamente, grabó un casete intitulado Hurbanistorias, hoy material de culto, mismo que Ediciones Pentagrama reeditó tras el deceso del músico.

 

III

“Cuando tenga la suerte/ De encontrarme a la muerte/ Yo le voy a ofrecer/ Todo el tiempo vivido/ Y este vaso henchido por un distante instante/ Un instante de olvido”, cantó Rockdrigo en uno de sus temas más poéticos. Hoy sabemos que la parca lo halló aquella mañana negra como el ala de un zanate, a las 7:19 del jueves 19 de septiembre de 1985, mientras en la capital mexicana se derrumbaba un edificio ubicado en el número 8 de la calle Bruselas. La vida de Rodrigo González fue como un hermoso sueño inesperadamente interrumpido: abres los ojos y buscas esquirlas de aquello soñado. Y nada encuentras, nada queda. La vida, a veces, acaba pronto.

IV

Toda urbe adopta himnos no oficiales, melodías impregnadas en adoquines, esquinas y barrios. “Perro en el Periférico”, “Metro Balderas”, “No tengo tiempo (de cambiar mi vida)” o “Vieja ciudad de hierro” son temas musicales que, en la capital de México, podemos escuchar si aguzamos el oído con la misma fe que profesamos al posar una oreja sobre una caracola, pretendiendo así escuchar el mar. El legado del músico tamaulipeco se halla en la banda sonora de la urbe y no en el bronce de una estatua. Los héroes abominan la inmovilidad.

 

V

Cerca de la Plaza Giordano Bruno, este reportero interroga a un policía: ¿Usted sabe que, en el terremoto de 1985, un edificio colapsó en
Bruselas 8?

–Para qué le miento, joven… solamente venimos a cubrir un evento cultural que, más al ratito, habrá en la plaza; pero, ¿por qué no le pregunta a la gente de aquí? Seguro que algo saben.

–Con tanta gentrificación, ¿cree que encontraré a alguien que no sea extranjero y viva aquí desde 1985?

–No, ¡pues sí está difícil!, ¿verdad? –responde el oficial y aconseja “cazar” a algún vecino de esta calle ahora peatonal.

 

VI

–¿Qué está buscando? –pregunta una joven mesera en un cafecito de la calle Bruselas.

–El número 8. Allí murió el mejor roquero mexicano de todos los tiempos –responde este reportero y la muchacha mira, entonces, hacia la esquina: un vacío arquitectónico anuncia la otrora presencia de apartamentos, balcones y biografías consumidas cuarenta años atrás.

–Siempre se aprende algo nuevo –dice ella y deja escapar una sonrisa tan suave y delicada como una canción de cuna para dormir a un niño. La vida parece resumirse en esta mujer: ahora está pero, segundos más tarde, desaparece dejando tras de sí un fulgor, una estela.

 

VII

“La primera vez que lo vi pensé en Bob Dylan, naturalmente por la lira acústica y la armónica, pero también por el talento, la facilidad para componer, el uso efectivísimo del lenguaje coloquial, el ingenio y el agandalle, porque a su manera encarnaba mucho mejor que otros el espíritu del rock combinado con una visión más amplia, rica y poética de las cosas”, detalló José Agustín acerca de Rodrigo González. Al leer lo escrito por el autor de Hotel de corazones solitarios, uno se pregunta si esta ciudad seguirá sin colocar tan siquiera una discreta placa que recuerde la muerte, en Bruselas 8, de una leyenda del rock nacional.

 

VIII

“Para el primer aniversario de La Jornada, me tocó buscar músicos: invité un grupo de salsa, a Javier Bátiz y, además, pensé en Rodrigo González quien abrió el concierto con su grupo Qual. Aquel día, domingo 15 de septiembre de 1985, él llegó temprano al Salón Colonia, vestido totalmente de blanco. Tocó y gustó. Después, se quedó un rato en la fiesta y se fue”, evoca Jorge Pantoja en charla con La Jornada Semanal.

El promotor cultural y amigo de Rodrigo González continúa su retrospectiva: “Todo el tiempo cotorreaba, bromeaba y albureaba. Le encantaba llevar la plática: estaba en todo… sabía de todo… y si no, ¡lo inventaba!”

 

IX

“¿Qué está buscando?”, aún ronda, incesantemente, la pregunta de aquella joven mesera.

Quizás, una respuesta sincera hubiese sido: “Esa luz emanada de las estrellas cuando mueren.”

 

 

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