Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 21 Sep 2025 07:37



Dicen las noticias que el pasado martes 16 de septiembre falleció usted, en su mítico rancho de Provo, en el estado de Utah, y aunque sin aclarar las causas de su deceso afirman que tuvo lugar “mientras dormía pacíficamente”. Que así haya sido, Mr. Redford, porque usted merecía la muerte de los justos. Acababa de cumplir ochenta y nueve años de edad, y la relativa discreción con la que llevaba sus asuntos personales impidió por fortuna que su estado de salud o su posible cercanía con el final fueran pasto mediático. Lo celebro porque de ese modo, al recordarlo, Todomundo se concentrará en lo que de verdad importa, es decir su trayectoria como actor, productor y director cinematográfico y, claro, en tanto fundador del Instituto y el Festival Sundance, a lo cual se añadirá, y no es algo menor, su activismo ecologista.
Le confieso que ignoraba datos esenciales de su biografía, por ejemplo, que a los diecinueve años quedó huérfano de madre, que abandonó la escuela y se fue a Europa con la idea de ser un artista bohemio pero no duró allá ni un año, volvió a Estados Unidos, se hizo alcohólico pero por fortuna durante un lapso más bien breve, luego de lo cual entró al Instituto Pratt de arte con la idea de ser escenógrafo, y es imposible no mencionar la paradoja de que haya estudiado actuación no por interés propio sino porque alguien se lo aconsejó, y el suyo terminara siendo uno de los rostros más icónicos del cine, no sólo estadunidense sino de todo el planeta.
No sólo eso sino, como le sucede a muchos de los mejores, antes del cine estuvo el teatro: a los veintidós años ya había trabajado en Broadway, donde pronto se haría célebre gracias a su papel en Sunday in New York; desde los veinticuatro aparecería en televisión, en series tan célebres como Perry Mason, La dimensión desconocida y Alfred Hitchcock presenta, y en 1962 debutaría en cine, mientras continuaba en la “Meca del teatro”; la obra Descalzos por el parque, dirigida por Mike Nichols, lo catapultó definitivamente al cine, donde tuvo que pagar una cuota de novato hasta que la versión fílmica de Descalzos…, en 1967, significó su primer éxito, en mancuerna con la también inolvidable Jane Fonda.
A partir de entonces nadie pudo ignorar su presencia en la pantalla, menos aún cuando, a finales de los años sesenta, junto con Paul Newman protagonizó esa delicia titulada Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969): al ritmo dulce de raindrops are falling on my head, su caracterización del bandolero Sundance –por cierto, de donde usted sacó el nombre de esas dos instituciones fundamentales para el cine independiente– lo consolidó cuando menos en un par de aspectos: como actor más que solvente y como sex symbol, cosa esta última que a usted, bien se vio en su trayectoria, no le importaba gran cosa, porque si bien su estampa es memorable en El candidato (1972), Tal como éramos (1973) y sobre todo de nuevo con su buen amigo Newman en El golpe (1973), para entonces ya había formado su propia casa productora y a mediados de aquellos años setenta usted fue parte esencial, entre otros filmes, de la poderosa Todos los hombres del presidente (1976), de tema político, y al iniciar los ochenta debutó exitosamente como director con Gente como uno (1980), a la cual siguieron otras siete, hasta 2012.
Como actor, y para entonces habiendo recibido todos los honores posibles, a finales de la década pasada sumaba usted poco menos de media centena de filmes cuando anunció su retiro del histrionismo; por olvidable me olvido de su intervención en Avengers: Endgame (2019) y me quedo con el verdadero final de su memorable trayectoria: The Old Man & The Gun (2018), esa suerte de guiño al pasado cinematográfico y al suyo propio, en virtud del viejo ladrón al que encarna como nadie más habría podido hacerlo.
Lo dicho, Mr. Redford: fue usted un hombre justo y bueno, y como tal dejó este mundo; claro, sin dejarlo del todo.